BaekHyun
Me encantaba Londres.
Me encantaba su energía, los acentos sofisticados, la expectación por cruzarme con alguien de la familia real en cualquier momento. No me los crucé, pero podría habérmelos cruzado, aunque le juré a KyungSoo que él era mi miembro de la realeza favorito. Y sobre todo me encantaba empezar de cero. Allí nadie me conocía. Podía ser quien quisiera, y enseguida recuperé la llama creativa que había perdido en aquellas semanas oscuras después de Filadelfia.
Mudarme a una ciudad donde no conocía a nadie me había puesto nervioso, pero el resto de los alumnos del programa World Youth Photography y los profesores eran geniales. A las dos semanas de vivir en Londres e ir a los talleres, ya tenía un pequeño grupo de amigos. Aprovechábamos la hora feliz de los bares, hacíamos sesiones de fotos juntos los fines de semana y actividades de turistas, como montarnos en el London Eye o navegar por el Támesis en un barquito.
Echaba de menos a mis amigos y a JongDae, pero hacíamos videollamadas a menudo, y KyungSoo prometió venir a visitarme cuando fuera a Eldorra en verano. Además, estaba muy ocupado con todos los talleres y actividades, y emocionada por descubrir una ciudad nueva. No tenía tiempo para estar en mi propia cabeza, gracias a Dios.
Llevaba muchos meses metido dentro de mi cabeza, y no era el mejor lugar para pasar el tiempo. Necesitaba cambiar de aires.
También necesitaba mandarle una cesta de agradecimiento a la alumna inglesa que había accedido a intercambiarme el puesto; ella fue a Nueva York y yo a Londres. Era la única forma de que la organización me permitiera cambiar la ubicación tan tarde, pero funcionó.
—¿Estás seguro de que no puedes venir? —preguntó Christopher Bang, un fotógrafo de vida salvaje australiano que también estaba en el programa de ese año—. Hoy hay copas a mitad de precio en El Jabalí Negro.
El Jabalí Negro, situado a pocos minutos del edificio de World Youth Photography, era uno de los pubs favoritos de los alumnos.
Negué con la cabeza y sonreí a modo de disculpa.
—Otra vez será. Tengo que editar unas fotos.
Quería asegurarme de que el resultado final era de primera, porque no eran para ningún taller normal, sino para el de Diane Lange. La mismísima Diane Lange. Casi me da un infarto cuando la conocí en persona. Era todo lo que había imaginado que era, y más. Era inteligente, incisiva y talentosa hasta decir basta. Dura pero justa. Cada poro de ella irradiaba pasión por el arte, y me di cuenta de que se preocupaba por nosotros. Quería que llegáramos lejos y fuéramos los mejores. En una industria despiadada llena de puñaladas traperas y zancadillas a los demás, su empeño por ayudarnos a perfeccionar nuestro arte sin espacio para el ego decía mucho de su carácter.
—Lo entiendo —dijo Christopher Bang—. Pues nos vemos mañana.
—Hasta luego. —Le dije adiós con la mano y rebusqué en el bolso para sacar los cascos mientras bajaba la escalera. Era lo malo de llevar un bolso tan grande: nunca encontraba nada más pequeño que un portátil.
Atrapé los finos cables blancos con los dedos cuando sentí un cálido cosquilleo en el cuello. Una descarga eléctrica que no había sentido en meses.
No.
Tenía miedo de mirar, pero me pudo la curiosidad. Se me aceleró el pulso mientras levantaba la mirada. Un poco más... Un poco más... Y allí estaba, a menos de un metro, con camisa y pantalón negro, con aspecto de un dios recién bajado del cielo dispuesto a desatar el caos en mi todavía frágil corazón.
Juraría que el pobre había dejado de latir.
No le había visto en persona desde lo de Filadelfia, y la imagen fue demasiado. Demasiado vívida, demasiado abrumadora, demasiado bella y espantosa. Esos ojos, esa cara, la forma en la que me acerqué a él por puro instinto antes de darme cuenta...