BaekHyun
Mis amigos tuvieron reacciones diversas ante el nuevo estado de mi relación con ChanYeol. MinSeok estaba eufórico, decía que sabía que ChanYeol sentía algo por mí y quería saber cómo era en la cama. Me negué a contestar, pero me puse como un tomate, y eso le dio toda la información que necesitaba. Creo que MinSeok se habría muerto de decepción si las habilidades sexuales de ChanYeol no se hubieran ajustado a lo que prometía su arrollador aspecto y su intimidante presencia. Por suerte para mí, sí que lo habían hecho.
JunMyeon, en cambio, estaba preocupadao. Feliz por mí, pero preocupado. Me aconsejó que me tomara las cosas con calma y no me enamorara con demasiada intensidad o rapidez. No tuve valor para decirle que ya era muy tarde para pedirme eso. Quizás no la parte de «rapidez», ya que Park ChanYeol me había robado el corazón, pedazo a pedazo, a lo largo de los años, incluso antes de que creyera que me gustaba, pero ¿la parte de «intensidad»? Mi corazón iba en picado.
KyungSoo era neutral. Suponía que los príncipes eran más diplomáticos por naturaleza, lo cual no le hizo decir más que si yo era feliz, él era feliz.
El espectro de JongDae permaneció de fondo, y yo estaba tan nervioso en nuestra última llamada que me preguntó si me pasaba algo. Le dije una mentira blanca.
Aunque ese día tenía en mente a otro miembro de mi familia.
Les dijimos adiós a KyungSoo y Booth, que me había llevado a casa de mi padre (a una hora y media de Hazelburg) para no tener que coger el tren o el autobús, y abrí la puerta de entrada con mi llave. La casa olía a ambientador de pino, y mis zapatillas chirriaron contra el parqué pulido mientras buscaba a mi padre.
El jueves era su cumpleaños. Pero como tenía clase, trabajo y una sesión de fotos ese día, había decidido sorprenderle antes con su tarta favorita de Crumble & Bake.
Oí un ruido en la sala de estar, y cuando entré me encontré a mi padre leyendo cuidadosamente unos papeles en la mesa de la esquina.
—Hola, papá. —Me deslicé la correa de la mochila del hombro y la dejé en el suelo.
Me miró con cara de sorpresa cuando me vio allí plantado.
—BaekHyun. No sabía que ibas a venir este fin de semana.
JinKi Byun no era el típico hombre guapo, pero podía reconocer que mi padre tenía su jale. Tenía el pelo negro salpicado de canas en las sienes, los hombros anchos y una pequeña perilla en el mentón. Llevaba un polo de rayas y unos vaqueros, su ropa habitual, y unas gafas de montura metálica apoyadas en la nariz.
—No. Bueno, al menos no todo el fin de semana. —Sonreí con incomodidad—. Quería pasarme y desearte feliz cumpleaños por adelantado. —Dejé la caja con la tarta en la mesa—. Siento que JongDae y yo no podamos estar aquí el mismo día de tu cumple, pero te he traído una tarta de queso de Crumble & Bake.
—Ah. Gracias. —Miró la caja, pero no la tocó.
Mis pies comenzaron un baile nervioso, inquietos por el silencio.
Nunca se nos había dado bien hablar. Por suerte, teníamos a JongDae para llenar las conversaciones con cosas de la Facultad de Medicina, deportes o su última aventura adrenalínica. Paracaidismo, puenting, tirolina... Lo hacía todo.
Pero ahora JongDae estaba en Centroamérica, y me di cuenta de lo poco que teníamos que decirnos mi padre y yo. ¿Cuándo fue la última vez que tuvimos una conversación real, en privado?
Probablemente la última fue cuando me sentó con catorce años a decirme lo que había ocurrido con mi madre.
—No lo entiendo —dije, confuso—. Me dijiste que mamá había muerto de una enfermedad del corazón.