BaekHyun
No podía parar de vomitar.
Estaba agarrado a la taza del váter, con el estómago revuelto y empapado en sudor mientras ChanYeol me sujetaba el pelo y me acariciaba la espalda en círculos.
Estaba lívido. No por mí, sino por mi padre, mi pasado, toda la situación. Lo notaba en la tensión de sus manos y en el aura de violencia soterrada que lo envolvía desde que le había confesado mis recuerdos.
El día en el lago solo era la punta del iceberg.
Había recordado algo más. Algo que solo afianzaba la culpa de mi padre.
—¡Mira, papá! —Corrí a su despacho, blandiendo el folio en la mano con orgullo. Era un ensayo que había escrito para clase sobre la persona a la que más admiraba. Lo escribí sobre papá. La señora James me había puesto un diez y estaba deseando enseñárselo.
—¿Qué pasa, BaekHyun? —levantó las cejas.
—¡He sacado un diez! ¡Mira!
Me quitó el papel de las manos y lo leyó por encima, pero no parecía tan contento como cabría esperar.
Atenué la sonrisa. ¿Por qué fruncía el ceño? ¿No estaba bien sacar un diez? Siempre felicitaba a JongDae cuando traía un sobresaliente a casa.
—¿Qué es esto?
—Es una redacción sobre la persona a la que más admiro. —Apreté las manos, cada vez más nervioso. Ojalá JongDae hubiera estado allí, pero estaba en casa de un amigo—. Dije que eres tú, porque tú me salvaste.
No recordaba que me hubiera salvado, pero eso era lo que me había dicho todo el mundo. Me habían dicho que me había caído al lago unos años atrás y que habría muerto de no ser porque mi padre se tiró detrás de mí.
—Sí, ¿verdad? —sonrió por fin, aunque no era una sonrisa muy amable.
De pronto no tenía ganas de estar allí.
—Cómo te pareces a tu madre —dijo papá—. Un calco exacto de cuando ella tenía tu edad.
No sabía lo que era un calco exacto, pero, por el tono que usó, probablemente nada bueno.
Se levantó y yo di un paso atrás instintivamente hasta que mis piernas se toparon con el sofá.
—¿Te acuerdas de lo que ocurrió en el lago cuando tenías cinco años, cariño? —Me pasó los dedos por la mejilla y me estremecí.
Negué con la cabeza, demasiado aterrado para hablar.
—Así es mejor. Lo hace todo más fácil. —Papá esbozó otra fea sonrisa—. Me pregunto si también te olvidarás de esto. —Cogió un cojín y me lo hundió en la cara contra el sofá.
No tuve tiempo de responder antes de perder la capacidad de respirar. El cojín me presionaba la cara, impidiéndome inhalar oxígeno. Traté de quitármelo de encima, pero no tenía tanta fuerza. Una mano férrea me agarró de las muñecas hasta que no pude seguir resistiéndome.
El pecho estaba a punto de estallarme, y se me nubló la vista.
No había aire. Aireaireaireaireaire.
No solo mi padre había intentado ahogarme, sino también asfixiarme.
Me volvieron a dar arcadas otra vez, y otra vez, y otra vez. Habría tratado de mantener la calma durante la mayor parte del fin de semana de Acción de Gracias, pero decir en voz alta la frase «Mi padre intentó matarme» debió de desencadenar una respuesta física con efecto retardado.