CAPÍTULO 3: LOBOS

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Durante nuestro recorrido, el primer destino fue un lago de aguas cristalinas, hogar de una abundancia de peces, perfecto tanto para la pesca como para nadar. Un muelle de madera se extendía hacia el centro del lago, y en sus orillas, la tierra suave y húmeda ofrecía un fresco alivio al tacto. Observar a las tortugas y a los castores trabajando diligentemente en sus hogares de troncos a lo largo de la ribera, me recordaba el amor por la naturaleza que muchos de nosotros habíamos relegado. Reflexioné sobre cómo nuestras construcciones modernas —edificios, hogares, carreteras— son meramente prestadas de la tierra, y que en esencia, no somos más que seres efímeros. Con un suspiro de nostalgia, anticipé la falta que me haría este santuario natural al regresar a la ciudad. Fue entonces cuando Liliana, nuestra guía, comenzó a hablar...

—Atención todos, alinéense frente a mí, por favor —solicitó el guía, tomando posición en el muelle—. Ante ustedes se encuentra el Lago Miraluna, cuya historia data de 2004. Antes de transformarse en este campamento, era un pueblo cuyas viviendas fueron reemplazadas por las cabañas que ven ahora. La historia local narra que en aquellos días, cuando el patriarcado era la norma, existía una mujer, Violeta, que huía noche tras noche de la opresión de su marido, sus sollozos resonaban en la quietud, pero nadie intervenía; el abuso era tristemente aceptado. Violeta se refugiaba en este muelle, donde la luna llena era su única compañía y consuelo. Atrapada durante el día, era solo bajo el manto de la noche que ella podía venir aquí a buscar paz en el reflejo lunar —explicó con respeto.

Reflexionar sobre cómo una historia marcada por la tragedia puede transformarse en algo extraordinario es revelador, especialmente al considerar que muchas de las maravillas de nuestro mundo surgieron de las cenizas del sufrimiento: guerras, hambrunas, crisis económicas y enfermedades. Estos momentos de la historia nos han traído hasta aquí, y en este instante, con una mirada melancólica, me pregunto si realmente valoramos la vida como se merece. Rodeado por el murmullo del lago y la voz de Liliana, que narraba con pasión, los insectos revoloteaban alrededor, aterrizando en narices, oídos y ojos, causando una leve molestia. Dylan, Zoe y Melanie, absortos en la historia, exploraban con la vista el entorno que más tarde disfrutarían. Imaginar estar allí me llenaba de gozo, pero también sentía un profundo respeto por Violeta, la protagonista de la historia. Estar de pie en el mismo lugar donde ella pasó tantas noches, bajo la luna y las estrellas, sola y herida, me invadía de tristeza, pero también de alivio al saber que, aunque ella no recibió justicia, los tiempos han cambiado y ahora se busca justicia para otras mujeres en su situación.

—No es lindo —comentó con desdén.

—Al contrario, es maravilloso —respondí, admirando la vista.

—Recuerdo que mi abuelo, poco antes de su partida, intentó enseñarme a pescar —recordó con nostalgia.

—¿Y lo conseguiste? —pregunté con curiosidad.

—Solo pesqué una vieja bota —dijo entre risas—. Pero lo verdaderamente valioso fue compartir ese momento con él. Si te parece, más tarde podríamos venir e intentar pescar algo al anochecer.

—Me encantaría —acepté con entusiasmo.

—Y tal vez nos aparezca la muerta —interrumpió Dylan con su tono burlón.

—Ten respeto, Dylan. La "aburrida" está hablando —Zoe le reprendió, luego se dirigió a la guía—. Disculpe, señora guía... Liliana, ¿verdad? ¿Cuándo podremos nadar?

—Una vez que terminemos el recorrido, hablaré con el guardabosques Smith para solicitar el permiso. Asimismo, si desean pescar o hacer cualquier otra actividad en el bosque, deben hablar conmigo primero, ¿de acuerdo? —explicó con autoridad.

Bajo la Luna EnsangrentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora