La noche se desvaneció mientras nos afanábamos en preparar los equipajes, sin concedernos un momento de descanso. El eco de las maletas al caer y el zumbido de los cierres se convirtió en la banda sonora de nuestra urgencia. El aire, pesado y opresivo, parecía cargar con el peso de nuestra desesperación. Una ansiedad voraz me consumía, impulsada por la necesidad de estar a salvo y, más aún, de asegurar la seguridad de Melanie. La protección era mi deber, pero ¿cómo podría protegerla de algo tan insondable?
El mero pensamiento me inundó de frustración e impotencia, al reconocer que nuestra única vía de escape era huir, como presas temerosas de su depredador. El amanecer no trajo consigo la promesa de un nuevo día; en su lugar, un cielo cubierto de nubes grises presagiaba una lluvia inminente, filtrando un resplandor lúgubre a través de la ventana de la cabaña.
—¿Tienes todo listo, Melanie? —pregunté, mi voz apenas ocultaba la urgencia.
—Sí, solo espero que la lluvia no nos atrape —respondió Melanie, mirando hacia el cielo encapotado.
—Dylan, ¿cómo te sientes? —Zoe se acercó a Dylan con preocupación mientras él se esforzaba por levantarse.
—No se preocupen, solo fue un golpe fuerte —aseguró Dylan, intentando minimizar su dolor.
—Preparé tu maleta rápido, iremos de vuelta a casa —Zoe habló con determinación, tomando las riendas de la situación.
—Les acompaño —anunció una voz desconocida, y el rechinar de la puerta al abrirse envió un escalofrío por mi espina dorsal.
Al abrir la puerta, se reveló la figura de un hombre alto y musculoso, con la piel morena bañada por la luz que se colaba desde el exterior. Su cabello negro estaba recortado de manera impecable, acentuando las líneas de su rostro. Vestía una camiseta gris que se ajustaba a sus grandes músculos, un pantalón oscuro que complementaba su porte atlético, y unos llamativos zapatos deportivos rojos que añadían un toque de color a su atuendo. Sus ojos, de un color café con destellos casi amarillentos, brillaban con una calidez inusual.
A pesar de su aparición repentina, no emanaba una sensación de amenaza; al contrario, había algo en su presencia que transmitía una extraña sensación de confianza. ¿Quién sería este hombre que aparecía en un momento tan crítico? Su semblante sereno parecía fuera de lugar en el caos que nos rodeaba.
—No se preocupen, soy Alexander, uno de los buenos —dijo, intentando infundir calma con una sonrisa amable.
—¿Cómo podemos confiar en ti? Mira tan solo a mi novio —replicó Zoe, su voz teñida de reproche mientras señalaba a su pareja herida.
—Porque ya vieron a los malos. Eitan les atacó, ¿no es así? Es un indisciplinado. Les ayudaré —explicó Alexander, su tono era firme, buscando transmitir confianza.
—De hecho, teníamos planeado irnos —intervine, mi voz revelaba una mezcla de frustración y resignación.
—No les dejarán irse, no si la elegida sigue aquí. Pronto se darán cuenta que tomaron a la equivocada —advirtió Alexander, su voz baja cargada de urgencia.
—¿La elegida? —Zoe preguntó, confusión y miedo evidentes en su tono.
—Síganme. Hay algo que debo contarles —dijo Alexander, su voz baja y seria, como si compartiera un secreto importante.
Alexander nos guió a través de las profundidades del bosque, donde la luz del sol se rendía ante la imponente oscuridad. El murmullo habitual de la vida silvestre se había apagado, dejando un vacío de silencio absoluto que envolvía el ambiente. El aire, impregnado de una frescura inmaculada, llevaba consigo el aroma de flores silvestres, un perfume que limpiaba el alma con cada inhalación.
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Bajo la Luna Ensangrentada
VampirosVampiros y hombres lobos, seres de leyendas nocturnas que siempre relegué al reino de la fantasía. '¿Quién podría creer en tales historias?', me preguntaba con escepticismo. Pero todo cambió al llegar a este campamento, un lugar donde los susurros d...