CAPÍTULO 20: ALIANZA

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Madison, Cassius y yo, heridos y maltrechos, logramos escapar. La sangre fluía por mis heridas, marcando nuestro rastro hasta donde Alexander y los demás nos esperaban. Con huesos fracturados, cada movimiento era una agonía, el sudor frío de la muerte en mi frente y la visión nublada por el dolor. La respiración era entrecortada, luchando por oxígeno mientras el crujir de ramas y hojas bajo nuestros pies marcaba nuestra frenética carrera a través del bosque.

—¿Ella causó esto? —preguntó Alexander, su voz llena de preocupación mientras observaba nuestras heridas en la luz de la tarde.

—Es Morrigan... es mucho peor de lo que temíamos —dijo Madison, con un tono serio que reflejaba la gravedad de la situación.

—¿Cómo puede ser que esa bruja maldita aún viva? —exclamó Zara, su sorpresa evidente en cada palabra.

—¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué tanto alboroto? —Dylan apareció, su voz interrumpiendo el tenso silencio.

—Quédense aquí. Si la ven, no se enfrenten; iré a buscar a Eitan —afirmé, listo para actuar.

—No irás solo, yo te acompaño —dijo Alexander, decidido a unirse a la búsqueda.

La oscuridad nos envolvió al adentrarnos en la zona del bosque conocida como 'la de los colmillos'. El sonido de la vida silvestre se desvaneció, dejando solo el siseo de nuestros pasos y un penetrante olor a muerte y sangre. Una neblina espesa se cernía sobre nosotros, oscureciendo nuestra visión y sumiendo todo en un velo de misterio e incertidumbre.

Los sonidos de grillos y búhos se intensificaron a medida que nos adentrábamos en el corazón del bosque, donde se erguía un imponente castillo abandonado. Sus paredes, desmoronándose bajo el peso del tiempo, y sus puertas y ventanas, destrozadas, daban testimonio de una grandeza olvidada. Una extensa explanada, despejada de árboles, rodeaba la estructura, como un claro en medio de la densidad del bosque.

El croar de una rana resonaba desde una piedra cercana al castillo, hasta que una sombra fugaz la silenció de golpe. El miedo se apoderó de mí, un escalofrío intenso me recorrió, paralizando mi cuerpo y cortando mi respiración. Mis ojos se abrieron desmesuradamente ante el susto, y mis manos comenzaron a temblar incontrolablemente.

—Perros pulgosos no son bienvenidos en esta casa —dijo Eitan, emergiendo de las sombras. La tensión era palpable, como una cuerda estirada al límite.

—Eitan, vengo en son de paz. Tus vampiros me acechaban, pero no soy un enemigo. Debes saber algo crucial: Melanie no es la elegida —dijo Alexander, con una calma forzada que llenaba el aire con el peso de sus palabras.

—Mentiras. Solo buscas proteger a los tuyos. Todos queremos lo mismo, Alexander, pero no se logrará sin sacrificar a los humanos —dijo Eitan, su mirada penetrante sobre Alexander. La tensión en el aire se intensificó, presagiando un peligro inminente.

—Este joven aquí no es humano. Lleva la sangre de los Bloodworth, y según entiendo, eso lo coloca en los altos rangos de tu especie —dijo Alexander, señalando hacia mí. Un murmullo de sorpresa se extendió entre los presentes.

—Imposible. Los Bloodworth restantes huyeron con nosotros y luego se perdieron. Solo quedan unos pocos de mi familia —dijo Eitan, luchando con la posibilidad.

—Aquí tienes al verdadero elegido. Al reencarnar, su sangre se mezcló: la de los Bloodworth y la de las brujas de Salem. Él tiene la cura en su sangre, y no deben caer más vidas inocentes —dijo Alexander, con un tono firme e inquebrantable.

—Un perro que ladra no muerde, pero si muerden, intentas engañarme, Lobo. No lo permitiré —dijo Eitan, escudriñando a Alexander con desconfianza.

—Es verdad. Y para detener esta locura, Morrigan debe morir, incluso si eso significa sacrificar a Melanie —dije, con una voz cargada de determinación.

—Morrigan, la Suprema —dijo Eitan, murmurando el nombre como si fuera un conjuro.

—Sí, ella se mantuvo oculta, maldiciendo a los tuyos con la sed de sangre y enviando brujas para maldecirnos con la maldición de la luna llena —dijo Alexander, su voz un torrente de acusaciones y verdades antiguas.

—¿Y cómo acabamos con ella? —dijo Eitan, su voz apenas audible sobre el viento que comenzaba a levantarse.

Al cruzar el umbral de la mansión de Lord Eitan, una transformación me sobrevino: mi cabello se blanqueó de manera permanente y mis ojos adoptaron un rojo intenso. Mis colmillos se alargaron y afilaron, una oleada de adrenalina y poder me invadió al contemplar los escombros del castillo, evocando recuerdos de antiguas batallas en los campos circundantes. Dentro del castillo, el viento no osaba entrar, y el único sonido era el crujir de puertas y ventanas, acompañado por la presencia silenciosa de ghouls desnudas dispersas entre escaleras y pasillos.

Ascendimos a la cúspide del castillo, donde nos recibió una estancia adornada con el cálido resplandor de una fogata. Un escritorio de robusta madera, un sofá forrado en fino cuero, y estantes repletos de libros añadían carácter al lugar. Bajo nuestros pies, un tapete de oso y las paredes, bañadas en un tono vinotinto, completaban el refugio. Un tanque dispuesto para servir agua fresca contrastaba con el ambiente. El crepitar de las llamas acariciaba mis oídos, permitiendo que mis ojos se ajustaran a la penumbra, mientras, en la lejanía, resonaba el eco de las ghoul del último nivel.

—Esta oficina fue el refugio de mi padre; aquí se refugiaba del mundo hasta aquel día fatídico en que un hombre lobo, feroz y despiadado, lo atacó. —La voz de Eitan resonó en la habitación, cada palabra un eco de su dolor.

—Los tiempos han cambiado, Eitan, y con ellos, nuestras batallas deben evolucionar. No podemos quedarnos anclados en el pasado. —La voz de Alexander era firme, intentando infundir un rayo de esperanza en la oscuridad que los rodeaba.

—Habla con el espíritu de mi padre si puedes. Mi gente ha sufrido durante siglos, y sus lamentos me atormentan día y noche. Si hay una solución, la buscaré, pero eso no cambia nada entre nosotros, Alexander. No somos amigos. —Eitan se giró, su silueta recortada contra la luz de la fogata, los ojos brillando con una determinación feroz.

—Todo se ve en blanco y negro... es desconcertante. —Mi confesión fue un susurro, casi ahogado por la intensidad del momento.

—Es un efecto secundario de tu transformación; aún está en proceso. Pronto, la oscuridad será tan clara como el día para ti. —Eitan hablaba con la autoridad de quien ha caminado por ese oscuro sendero.

—Eitan. —Cassius emergió de las sombras, su presencia tan inesperada como un susurro en el viento.

—¿Qué haces aquí, Cassius? —La sorpresa de Eitan se mezcló con una cautela instintiva.

—Me uno a su causa. Te imploro que reconsideres, Eitan. ¿Deseas cargar con este sufrimiento eterno? Deja atrás la sed de venganza. Los humanos no son responsables de las atrocidades cometidas por las brujas. Al igual que nosotros, ellos solo se defendían. Ninguno de nosotros es un monstruo, y no merecemos sufrir por los pecados ajenos. —La súplica de Cassius era ferviente, su voz un llamado a la compasión y al entendimiento.

—Estoy escuchando. —Eitan asintió, su postura reflejando una apertura inesperada.

—Convocaré a los sobrevivientes de mi manada; tras el ataque, pocos quedamos. Una bruja aliada trabaja incansablemente para devolverles la vida. Pronto estarán listos. Prepara a tus vampiros, Eitan. Marcharemos hacia Morrigan y pondremos fin a esta guerra. —La determinación de Alexander era palpable, su resolución la de un líder que ve el alba después de la noche más larga.

Bajo la Luna Ensangrentada




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