La oscuridad había envuelto el cielo, y las estrellas centelleaban con un brillo tenue, suspendidas en el firmamento. El frío nocturno se deslizaba sobre mi piel, provocando un temblor involuntario en mi cuerpo. Los sonidos del bosque y el pantano cercano se entrelazaban en una sinfonía natural que llegaba a mis oídos. Estaba sentado en las escaleras de la cabaña, la misma que compartía con Melanie. Ella estaba a mi lado, su cabello negro contrastaba con su piel de porcelana, y sus ojos rasgados, adornados con pecas y enmarcados por pestañas que acentuaban su color verde claro, capturaban la luz de las estrellas. Habíamos decidido dedicar este verano el uno al otro, alejándonos de la ciudad para disfrutar de unas vacaciones en un campamento remoto. Tras concluir un año escolar exigente, nos merecíamos ese descanso, ese tiempo para fortalecer nuestro vínculo.
— Me llena de alegría que tus padres hayan accedido a que vinieras — expresé con una sonrisa.
— Tarde o temprano tenía que suceder. Quiero vivir este verano al máximo — respondió con entusiasmo.
— Escuché que el campamento cuenta con un hermoso lago para nadar — comenté.
— ¿Y arriesgarme a enfermedades? ¡Ni hablar! — exclamó con una mueca.
— Vamos, si en el rato que has estado sentada ya has comido unos diez mosquitos — dije entre risas.
— No seas exagerado. Sabes cómo me pongo con esas cosas. Luca, de todos aquí, tú eres quien mejor me entiende — dijo ella.
— Está haciendo bastante frío, ¿no prefieres entrar con los demás? — sugerí.
— No, tranquilo. Prefiero esperar aquí hasta convertirme en un glaciar — dijo con sarcasmo.
— De acuerdo, nos quedaremos afuera entonces — dije, siguiendo la broma.
— ¡Que no! Claro que vamos a entrar — dijo riendo y se levantó. La seguí de cerca y juntos entramos a la calidez de la cabaña.
La cabaña emanaba una calidez reconfortante, cortesía de la fogata central que iluminaba el espacio de un solo piso. Dos literas flanqueaban una alfombra roja adornada con un círculo amarillo, mientras que la madera oscura de las paredes contrastaba con una estantería repleta de libros dejados por los guías para los campistas. Dylan y Zoe ocupaban la primera litera a la izquierda; él en la cama inferior y ella en la superior. El techo estaba decorado con fotografías de eventos pasados, competencias y campistas que alguna vez visitaron este lugar. Me resultaba inquietante recordar la historia que nos contaron sobre aquellos que se adentraron en el bosque y nunca regresaron. El mero pensamiento me causaba escalofríos. Desde entonces, ciertas áreas del bosque fueron clausuradas, accesibles solo bajo la estricta supervisión de un guía. La teoría era que un animal salvaje había atacado a los desaparecidos, llevándose cualquier rastro de ellos. En las noches, cuando el bosque se sumía en un silencio profundo, los guías nos instaban a mantener la calma si oíamos aullidos de lobos. Sentía una tristeza profunda por esas almas perdidas. Respiré hondo, intentando alejar esos pensamientos; no podía permitir que mi inquietud afectara a Melanie. Quería que ella viviera las mejores vacaciones de su vida.
— Zoe y Dylan aún no regresan — dije, mirando hacia la puerta vacía.
— Bueno, eso nos deja un poco de tiempo extra a solas. Tengo la idea perfecta para aprovecharlo — dijo Melanie con una sonrisa pícara.
— ¿Estás pensando en...? — comencé a preguntar.
— Libros, ¿qué más? — interrumpió, con una risa ligera.
Sin decir más, tomó un libro de la estantería y nos acomodamos en la litera inferior. La portada mostraba a un chico vampiro y una chica sorprendentemente parecida a ella.
— "Una Gota de Sangre", veamos el capítulo uno — dijo Melanie, abriendo el libro y pasando las páginas con delicadeza.
— Tengo un secreto que no he podido revelar, uno que pesa sobre mi conciencia... o lo haría, si tuviera una. Soy un vampiro, y esta es mi historia — leyó en voz alta, sumergiéndose en las palabras.
— Qué coincidencia, conozco el comienzo de una serie muy similar — comenté.
Ella cerró el libro de golpe y me miró fijamente.
— Luca, ¿tú crees en los vampiros? — preguntó con seriedad.
— No, no creo en ellos. Y tú no me vas a decir que sí... — repliqué, tomando el libro de sus manos.
— Es solo ficción — añadí, intentando sonar convincente.
— Yo sí creo en ellos, y en lo sobrenatural. Hay tantas cosas que desconocemos, así que no podemos descartar su existencia sin haber experimentado algo así antes. Quizás es porque nunca los hemos visto, pero recuerda, hay quienes nunca han visto a Dios y aun así creen. ¿Entiendes mi punto? Yo sí creo en ellos — dijo con convicción.
— Ya te estás poniendo sentimental, conozco esa mirada. Ven aquí — dije, sonriendo y abriéndole mis brazos para consolarla.
La verdad es que Melanie había sufrido una pérdida inmensa durante el año escolar; su abuela, la mujer que la había criado, había fallecido. Cada vez que Melanie recordaba los meses de oraciones en la sala de aquel hospital, donde la acompañé y apoyé sin descanso, sentía cómo su fe se desmoronaba. Esas súplicas no habían surtido efecto, y desde entonces, su creencia se había esfumado. No solo por esa experiencia, sino por otras heridas profundas en su vida, secretos dolorosos que me confió y que prometí guardar. Verla llorar día y noche, de rodillas junto a la cama donde un monitor y un tubo de oxígeno mantenían con vida a su abuela, me partía el alma. No fue un milagro divino lo que sostuvo a su abuela, sino la lucha incansable de los médicos, aunque al final, lo inevitable ocurrió. Cada recuerdo me hacía reflexionar sobre mis propias experiencias y el dolor que anidaba en el corazón de Melanie, razones que me llevaron a perder la fe. Al abrazarla, prometí en lo más profundo de mi ser estar siempre a su lado, en la tormenta o en la calma, eternamente. Me aterraba la idea de perderla, de que su sonrisa se desvaneciera y no poder estar allí para devolverle la alegría. Pero mientras pudiera hacerla feliz, también yo me sentía pleno. Con la llegada de Zoe y Dylan, me levanté para apagar la fogata, sumiendo la cabaña en oscuridad, acompañada solo por el crujir de la madera, los aullidos lejanos, y el murmullo de la vida nocturna. Me acomodé en la litera inferior, mientras Melanie se acurrucaba en la superior.
— Buenas noches, Melanie — dije suavemente.
— Buenas noches, Luca. Descansa — respondió ella con dulzura.
— Que descansen, chicos — añadí, dirigiéndome a los demás.
— Descansa — replicaron Dylan y Zoe al unísono.
— Oye, Luca — llamó Melanie.
— Sí, Melanie — contesté, girándome hacia ella.
— Nunca dejaré de agradecerte por aquellos días — dijo con voz cargada de emoción.
— Descansa. No pienses demasiado en ello ahora. Mañana hablaremos — le sugerí, buscando tranquilizarla.
— Claro — aceptó, con un tono de alivio.
— Te quiero, Melanie. Descansa — afirmé.
— Te quiero, Luca — dijo ella, su voz llena de cariño.
— Te quiero, Melanie. Te quiero, Luca — bromeó Dylan, lanzando una almohada. — ¡Ya dejen dormir por amor de Dios! — agregó, mientras Zoe se reía junto a él.
Bajo la Luna Ensangrentada
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Bajo la Luna Ensangrentada
VampirosVampiros y hombres lobos, seres de leyendas nocturnas que siempre relegué al reino de la fantasía. '¿Quién podría creer en tales historias?', me preguntaba con escepticismo. Pero todo cambió al llegar a este campamento, un lugar donde los susurros d...