CAPÍTULO 5: ENCUENTRO

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—Buenos días a todos. Veo que no falta nadie. Hoy vamos a visitar la cascada que solicitaron. Asegúrense de llevar todo lo necesario. Una vez que crucemos el lago, nos encontraremos con el guardabosques Smith, así que prepárense para remar —anunció Liliana con entusiasmo.

—Nunca he remado en mi vida —confesé, un poco nervioso.

—Es fácil, solo tienes que mover los brazos, hermano —me tranquilizó Dylan con una palmada en la espalda.

—¿Has remado antes? —preguntó Zoe, escéptica.

—Bueno, en un simulador de un videojuego, pero créanme, es sencillo —aseguró Dylan con una sonrisa confiada.

—Prefiero que Luca vaya al frente —dijo Melanie, apoyando su cabeza en mi hombro en busca de seguridad.

—¡Oh, miren qué adorables! Pero puedo hacerlo, confíen en mí —insistió Dylan, listo para demostrar su habilidad.

Siguiendo la guía bajo el ardiente sol matutino, el paisaje se adornaba con colibríes que destellaban entre los rayos de luz y turpiales que entonaban su canto natural. Melanie se recostaba en mí a cada paso; esta mañana se sentía diferente, cargada de una nueva esperanza, de algo mejor. Liberar todos esos pensamientos juntos fue una de las experiencias más gratificantes que había vivido. La amaba profundamente. A lo lejos, un coyote atravesó corriendo el prado.

—Miren eso, le llamaré Toby a ese —exclamó Dylan con entusiasmo.

—Qué horrible nombre. Si fueras padre, debería ser un crimen permitirte ponerle nombre a tu bebé —replicó Zoe con una mezcla de humor y desdén.

—¿Qué tiene de malo Toby? —preguntó Dylan, genuinamente confundido.

—¿De verdad piensas ponerle a tu hijo un nombre de perro? —inquirió Zoe, elevando una ceja en señal de burla.

Elevé mi mirada, capturando la visión del majestuoso pelaje de aquel animal. Sus tonos amarillentos se fundían con toques de marrón, como si un artista hubiera esparcido óleo sobre un lienzo viviente. Sus orejas, puntiagudas y alertas, se recortaban contra el cielo, y su estatura, de más de un metro, imponía una presencia noble en el paisaje.

Mientras contemplaba la rica tapestría de fauna y flora que nos rodeaba, no pude evitar reflexionar sobre la intención de nuestra existencia. La vida, en su esplendorosa diversidad, no fue concebida para el caos en el que la hemos sumido. La tristeza me invadió al pensar cómo la mano del hombre, impulsada por un hambre insaciable, había transformado este hermoso santuario en un laberinto de ladrillos y humo.

Y aún así, nos atrevemos a llamarlo evolución, progreso. Pero, ¿acaso hemos avanzado? No, hemos perdido la sensibilidad, la conexión con el latido de la tierra. Hemos olvidado que cada criatura, cada planta, cada gota de agua es un verso en la poesía de la naturaleza. Y en nuestra arrogancia, hemos borrado estrofas enteras sin comprender que el poema de la vida no puede ser reescrito.

—Los coyotes son mamíferos carnívoros de la familia Canidae —comenzó Liliana, su voz reflejaba admiración por estos astutos animales—. Están emparentados con lobos, perros, zorros y chacales y habitan en América del Norte y Central.

—Su pelaje se adapta al entorno —continuó, mientras sus manos describían el aire, imitando las tonalidades cambiantes del animal—. Y pueden alcanzar velocidades de hasta 64 kilómetros por hora.

—Si te encuentras con uno, no pierdas el contacto visual —advirtió con seriedad—. Y trata de ahuyentarlo con ruidos fuertes.

—La naturaleza me fascina —confesó Melanie, su voz era un susurro lleno de maravilla y un anhelo palpable.

Bajo la Luna EnsangrentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora