CAPÍTULO 12: REVELACIÓN

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Zoe continuó cruzando el río, guiado por la figura encapuchada. Un mechón de cabello dorado se asomaba de su capucha, y su piel morena quedaba expuesta, como si no llevara ropa. Su mano en la mía era un oasis de paz, alejándome de la batalla hacia la profundidad del bosque. No sabía por qué, pero su tacto traía una calma inmensa; mi respiración se serenó y, por un instante, olvidé todo lo demás. Al parpadear, un aroma a flores inundó mis sentidos, y los sonidos de las aves llenaron el espacio. Ante nosotros, se alzaba una casa victoriana bien cuidada, blanca con techo rojo, dos ventanas que nos observaban y una puerta de madera que prometía refugio.

—¿Dónde estamos? ¿Qué es este lugar? —La pregunta escapó de mis labios mientras el sol lanzaba sus flechas de luz, cegadoras y despiadadas.

—Mantén la calma y guarda silencio —respondió la figura encapuchada, su voz era un susurro que se mezclaba con el zumbido del calor del mediodía.

Al cruzar el umbral de la casa, nos envolvió un aire de antigüedad y riqueza. Los estantes de la sala principal rebosaban de reliquias y joyería costosa. Un sofá marrón reposaba sobre un tapete rojo y blanco, adornado con un símbolo enigmático. Una mesa de madera con una cubierta de cristal sostenía un jarrón de vidrio blanco, el cual custodiaba un ramillete de rosas negras. Las cortinas, de un color beige desvaído, sugerían una procedencia de tiempos remotos. Sin embargo, lo que más capturó mi atención fue un estante repleto de frascos, aquellos típicos de pócimas, despertando una curiosidad voraz y un sinfín de interrogantes. Dentro de la casa, el tiempo parecía haberse congelado; no se filtraba ni una sola brisa, ni el más mínimo sonido, excepto el eco de nuestras propias respiraciones.

—Siéntate —indicó ella, dirigiéndose a buscar unas tazas de té. Obedecí y tomé asiento. Al regresar, se sentó frente a mí y depositó las tazas sobre la mesa. Con un gesto suave, se quitó la capucha, dejando caer su cabello castaño dorado que enmarcaba su piel morena. Sus labios gruesos, de un tono rosa natural, y sus ojos, blancos con pupilas negras, destacaban bajo la luna tatuada en su frente. Su mirada fija me provocó un escalofrío inicial, pero pronto, una calma inexplicable se apoderó de mí.

—Tu alma está inquieta, y no es solo por la chica. Hay algo más en ti, algo oculto que no has confesado —dijo ella, su voz era un murmullo cargado de certeza.

—No tengo idea de lo que habla. No estoy escondiendo nada —respondí, mi voz firme, aunque un temblor inadvertido revelaba mi nerviosismo.

—No trates de engañarme. Conozco todos los secretos; estos ojos ven más allá de las mentiras —afirmó, sus ojos claros escudriñaban mi alma, buscando la verdad que yo negaba.

—Me aseguró que vería a Melanie —dije, aferrándome a la promesa como un náufrago a un salvavidas.

—La chica será tuya cuando me entregues la verdad, vampiro —exigió con autoridad, su mirada era un desafío, una ventana a un conocimiento ancestral.

—¿Vampiro? ¿A qué se refiere? —pregunté, la incredulidad y el miedo se entrelazaban en mi voz.

—Bebe el té —ordenó, empujando la taza hacia mí con una serenidad que presagiaba oscuras intenciones.

—¿Qué me ha dado? —exclamé, apartándome al sentir el ardor en mis labios.

—Es sangre de Sasquatch. Solo daña a los de tu especie. Si lo hubieras bebido, habrías perecido —declaró con una frialdad que helaba la sangre, antes de extenderme un espejo—. Observa.

Agarré el espejo con manos temblorosas y lo que vi me dejó sin aliento. Mi rostro, antes lleno de vida, ahora estaba pálido y deshidratado. Mis ojos, una vez de un color tranquilo, se habían transformado en un rojo intenso, y de mi boca emergían colmillos enormes y afilados. Pasé mis dedos por mi cabello, que había perdido su color para convertirse en un blanco puro. Mi piel estaba seca al tacto, y mi respiración se había vuelto pesada y animal. La saliva se acumulaba en las comisuras de mis labios, y una sed abrumadora de sangre me consumía. No podía comprender mi transformación, pero una fuerza nueva fluía por mis venas, haciendo que mis brazos se tensaran y endurecieran con un poder desconocido.

—Hace más de un siglo, me alié con un humano. Le ofrecí una pócima que lo transformaría en una criatura de dos mundos, mitad hombre, mitad bestia, con la esperanza de que pusiera fin a la estirpe del Lord León —comenzó ella, su voz era un susurro cargado de siglos de memoria—. Ese hombre desató masacres sin fin, dejando tras de sí huérfanos y viudas, todo por su sed de prestigio y poder. Su empresa, una de las más renombradas de la época, era un mero disfraz para su clan de vampiros, 'Los Colmillos'. La guerra estalló, y aunque el Lord cayó, muchos de los Bloodworth, su familia aliada, escaparon, llevándose al único heredero de la sangre real, Eitan. Desde las sombras de los árboles, observé la carnicería y te vi a ti, Luca. Eres descendiente de los Bloodworth, una estirpe única de vampiros que no perece ante el sol, el ajo o la estaca; solo son transportados a un reino temporal.

—Nosotras, las brujas, tuvimos que buscar métodos alternativos: pócimas, rituales, talismanes... pero nunca fue suficiente. Nuestra magia se debilitaba, y cuando en 1692 enjuiciaron a las brujas de Salem, una de ellas logró entregarme un secreto: la sangre de la criatura de las montañas, el Sasquatch. La usaban para protegerse de los vampiros durante sus rituales en el bosque. Con el tiempo, perfeccioné una pócima con esa sangre, capaz de no solo repelerlos sino de aniquilarlos por completo. La guardo en un cofre bajo llave —dijo, su voz se endureció con la determinación de quien ha esperado demasiado para actuar—. Escúchame bien, Luca. Ayúdame a terminar esta guerra, y luego, juntos, desentrañaremos tus recuerdos. Espera aquí un momento.

Se levantó del sofá, dejando atrás la taza de té aún humeante sobre la mesa. Se dirigió hacia las escaleras y, al subir, se desvaneció de mi vista, dejándome sumido en la confusión y la preocupación. Me sentía un extraño en mi propia piel. El viento comenzó a soplar con fuerza, haciendo que las cortinas danzasen y la luz interior parpadeara. Entonces, bajando las escaleras, apareció Melanie acompañada de la mujer, pero había algo diferente en ella: se veía más alta, su cabello negro estaba más arreglado y vibrante, sus ojos verdes brillaban intensamente y su piel era más blanca que la nieve misma. Vestía un elegante traje negro, con una cinta del mismo color adornando su cuello y un collar del que pendía una enigmática piedra oscura.

—Melanie —dije, mi voz temblaba, un hilo de esperanza se entretejía con el miedo.

—¿Luca? ¿Realmente eres tú? —preguntó Melanie, su tono lleno de sorpresa y un atisbo de alegría.

—Sí, Melanie, soy yo —respondí, con la voz cargada de una emoción que no podía ocultar.

—No te acerques más. Antes, debes ayudarme a concluir lo que tus ancestros iniciaron, vampiro —intervino la mujer con autoridad, su voz impregnada de resolución y un toque de desafío.

Bajo la Luna Ensangrentada



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