—Es ella, Cassius. La vi con mis propios ojos —afirmé, la certeza vibrando en cada palabra.
—Fuiste demasiado directo, Eitan. ¿Crees que no alertaste a los Lobos Grises? —cuestionó él, su tono impregnado de reproche.
—Al menos hice algo, y no me quedé aquí sentado sin hacer nada. No me escondí como un cobarde —repliqué, con un desdén que cortaba el aire.
—Llevar la sangre de Lord León no te otorga inmunidad a la insolencia. No es miedo lo que me retiene, sino prudencia —dijo con una calma imponente, mientras una joven de piel morena y cabello oscuro se acercaba a él. La penumbra de la habitación velaba su desnudez parcial, y con una reverencia, depositaba un beso sumiso en su mano.
—Ahora, si me disculpas, tengo asuntos que atender —concluyó, y en un susurro de sombras, se desvaneció junto con la joven, dejando atrás un silencio cargado de tensiones no resueltas.
Velas aromáticas rojas y amarillas se alineaban alrededor de un círculo de pétalos de rosa, en el centro, un símbolo de media luna abrazaba una estrella de ocho puntas. Dentro de la luna, se representaban todos los planetas conocidos, rodeados por pequeñas runas desconocidas. El sonido rítmico de los tambores, el fuego ardiente de las antorchas y el crepúsculo de la tarde se unían para crear un ambiente sofocante. El sudor bañaba mi frente, un mareo me invadía, pero no podía apartar la mirada de la escena que se desarrollaba ante mí.
Los miembros de la manada danzaban alrededor del símbolo, moviéndose al compás de la percusión. Zara, la mujer alfa, se elevaba sobre una roca prominente, recitando palabras antiguas que resonaban como latín. Los aullidos se entrelazaban con los tambores, ahora más intensos. Melanie yacía en el centro del círculo ritual, y aunque la preocupación por su bienestar me atenazaba, la duda me paralizaba: ¿debía intervenir?
—Fue ridículo, Nora—dije, mi voz teñida de incredulidad y desdén.
—Eitan, no tienes por qué obedecerle. No debes someterte a las órdenes de un alto rango. Eres el nuevo Lord, el único con sangre real. Le guste o no —afirmó con convicción, su mirada desafiante.
—Solo queda una solución —anuncié, la determinación endureciendo mis palabras.
—Avisaré a los demás —dijo, su voz un murmullo cargado de urgencia.
Los aullidos de la manada se intensificaron, resonando con fuerza bajo la luna que parecía girar rápidamente sobre el círculo ritual. En el claro entre los árboles, las hojas se detuvieron en un suspenso momentáneo, y la madera crujía, como si se liberara de su anclaje natural. La tierra vibraba bajo nuestros pies, y las aguas del lago y el río cercano se alzaron, inundando el bosque y bañando nuestros pies con su frescura inesperada.
—¿Estás seguro de que esto no le hará daño? —pregunté, la ansiedad haciendo temblar mi voz.
—Luca, ya no sé qué pensar... —confesó Zoe, su tono reflejando una mezcla de duda y miedo.
—Algo no está bien... me siento... —balbuceó Dylan antes de desplomarse.
—¡Dylan! —grité, corriendo hacia él.
—No lo toques, déjalo estar —ordenó Zara con firmeza, su voz cortando el aire con autoridad.
En el clímax del ritual, Melanie comenzó a convulsionar. Sus ojos se revolvían en sus órbitas, y una línea de sangre brotaba de su nariz mientras su cuerpo se elevaba sobre el suelo. El miedo y la preocupación me inundaron, impulsándome a correr hacia ella sin dudarlo.
—¡Luca, mantén tu posición! —ordenó Alexander, su voz cortante como el filo de una espada en la quietud de la noche.
—¡No puedes verlo? ¡La están torturando! —exclamé, la angustia tiñendo cada palabra mientras intentaba zafarme de su agarre.
—El ritual ha comenzado; la luna alcanza su cenit. Interrumpir ahora sería catastrófico. ¡Permanece firme! —Alexander habló con una autoridad que resonó en el aire cargado de magia.
La preocupación me oprimía más que cualquier alivio posible; una ira impotente hervía dentro de mí por no poder intervenir en favor de Melanie. Me consumía la impotencia, pero debía aferrarme a la confianza, debía creer que ellos sabían lo que hacían y que, al final, todo se resolvería. Tomé una respiración profunda y me dejé caer junto a Dylan sobre un tronco cercano, sintiendo la dureza de su corteza bajo mí. El crujido de la madera y el susurro de la arena bajo mis pies al sentarme resonaron en el silencio. No me quedaba más remedio que esperar, esperar con la esperanza temblorosa de que el tiempo trajera consigo la calma.
—¿Están todos preparados? —mi voz rompió el silencio, cargada de una autoridad que resonaba en la oscuridad.
—Sí, mi señor —respondió Nora, su voz un murmullo firme que contrastaba con la suave brisa de la noche.
Cassius apareció de entre las sombras como un fantasma, su figura imponente y su mirada penetrante.
—Eitan, ¿qué significa todo esto? ¿Por qué los convocaste? —su voz era un eco de duda que se mezclaba con la brisa nocturna.
—Aparta, Cassius. Voy por la chica. Estás conmigo o contra mí, y si es contra mí, mejor no te interpongas —dije, cada palabra impregnada de una determinación inquebrantable.
—¿Qué has hecho de ti, Eitan? —la pregunta de Cassius fue un susurro cargado de tristeza y desilusión.
—Me he convertido en lo que tú jamás podrás ser —declaré, con una frialdad que parecía congelar el aire a nuestro alrededor.
—Nos aproximamos al final; que todos estén atentos a mis señales —declaró Zara, su voz impregnaba el aire con un poder que comandaba la atención inmediata de la manada. Los lobos rodeaban a Melanie, sus narices explorando su esencia, sus aullidos se elevaban al cielo nocturno, rindiendo homenaje a la luna plena que derramaba su luz sobre ella.
—Mi reina, todo está preparado —confirmó Alexander, acercándose a Melanie con una mezcla de respeto y solemnidad. Con un movimiento preciso, hizo una incisión en la palma de Melanie, permitiendo que su sangre se deslizara en una copa que capturaba el reflejo plateado de la luna. Melanie, perdida en la inconsciencia, parecía una princesa de cuentos, sumida en un hechizo del que solo el ritual podría despertarla.
En ese instante crucial, los tambores se silenciaron y las velas se extinguieron, sumiendo aquel rincón del bosque en una oscuridad total. Solo los ojos de los lobos, resplandecientes como topacios amarillos, perforaban la noche. Un miedo visceral se apoderó de mí; la incertidumbre de lo que vendría a continuación hizo que mi corazón latiera con fuerza. Pensamientos sobre la seguridad de Melanie aceleraron mi pulso, mientras un frío indescriptible invadía mi ser. Mis ojos se movían frenéticos, mis manos y piernas temblaban incontrolablemente, y el aire se volvía espeso, robándome casi el aliento. Entonces, nubes oscuras comenzaron a ocultar la escasa luz, y en el tenue resplandor que aún se filtraba a través de las ramas, vislumbré siluetas humanas moviéndose con una agilidad sobrenatural entre el follaje. Paralizado por el terror, me pregunté qué estaba sucediendo. ¿Qué eran esas entidades? No podían ser... no, no ahora.
—¡Colmillos en posición, todos en alerta! —Zara comandó con una voz que llevaba el peso de la autoridad, resonando entre los árboles y capturando la atención de la manada.
—¡Todos, sigan mis pasos ahora! Axel, toma la mitad de nuestros hermanos y asegura la salida de la elegida. Luca y yo nos encargaremos del resto —dijo Alexander, su voz era un faro de liderazgo en la oscuridad, marcando el camino a seguir con decisión.
—Lamento interrumpir, pero eso no será posible, mi querido Alexander —intervino Eitan, apareciendo de entre las sombras como un espectro, su presencia alteraba el equilibrio del momento con una calma desafiante.
Bajo la Luna Ensangrentada
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Bajo la Luna Ensangrentada
VampirosVampiros y hombres lobos, seres de leyendas nocturnas que siempre relegué al reino de la fantasía. '¿Quién podría creer en tales historias?', me preguntaba con escepticismo. Pero todo cambió al llegar a este campamento, un lugar donde los susurros d...