CAPÍTULO 18: SUPREMA

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—Esa es la casa donde la retienen. Intentaré acercarme; espera aquí mi señal —dijo Cassius, desapareciendo en un susurro de sombras antes de reaparecer con rapidez.

—¿Qué sucedió? —pregunté, la ansiedad tensando mi voz.

—La bruja ha esparcido sangre de sasquatch alrededor de la casa; es una barrera impenetrable para nosotros, los vampiros —explicó Cassius, su frustración era palpable.

—Permíteme intentarlo —respondí con determinación. Cerré mis ojos, concentrándome en la esencia de mi ser, y me desvanecí. Al abrirlos, me encontraba dentro de la casa, el aire cargado de un poder que desafiaba lo natural.

Al entrar en la casa, noté que estaba diferente: completamente vacía. Un calor abrasador, como el de las llamas del infierno, me envolvía, haciendo que el sudor me recorriera la piel. Me dirigí hacia el pasillo y, al dar el primer paso, este se estiró hasta una longitud sobrenatural. Avancé, observando cómo las paredes se adornaban con símbolos ocultistas a cada paso, y el calor aumentaba su intensidad. Con cada paso que daba, el pasillo parecía sumar un bloque más a su extensión. Miré atrás y me pareció que el punto de partida estaba ahora a más de cinco kilómetros de distancia. No había vuelta atrás; solo podía seguir adelante.

Al entrar en la habitación, me envolvió una atmósfera sobrecogedora. Las paredes, teñidas con el carmesí de la sangre, contrastaban con los oscuros pisos de madera. Velas de tonos rojos, amarillos y negros parpadeaban en los estantes, donde se alineaban calaveras y muñecas sobre una mesa diminuta. En el corazón de la estancia, un círculo meticulosamente dibujado con sal custodiaba una piedra del bosque, marcada con el símbolo de una luna, trazada igualmente en sangre. El olor penetrante de las velas y el incienso me mareó, un torbellino de fragancias que me aturdía.

—¿Qué haces aquí, vampiro? —La voz de Fiona emergió desde las sombras, helada y cortante como el acero.

—Devuélveme a Melanie —demandé con voz firme, mi paciencia desgastándose como una cuerda tensa a punto de romperse.

—Así que ya lo sabes —Fiona sonrió con malicia, el cuchillo en su mano capturando destellos de las velas—. Este cuchillo está consagrado. Si lo hundo en tu corazón, acabaré no solo contigo sino con toda tu maldita raza.

La ira me consumió, mis ojos se tiñeron de un rojo profundo, y sentí la transformación recorrer mi ser: mi cabello aclarándose hasta volverse blanco, la piel estirándose sobre músculos tensos, y mis colmillos elongándose, listos para la lucha. Era la encarnación de la velocidad y la fuerza, un depredador nato.

—No me subestimes —Fiona esquivó mi embestida con una agilidad sobrenatural, intentando alcanzarme con su cuchillo bendito.

—¿Qué esperas ganar con esto, Fiona? —interrogué, cada palabra un siseo entre mis colmillos.

—El poder que siempre debió pertenecer a la naturaleza, no a criaturas como tú. Tú y los lobos sois una abominación, un error que debo corregir —declaró con convicción, su figura recortada contra el parpadeo de las velas.

—Trae a Melanie —ordené, clavando mi mirada en ella, mis ojos brillando con una intensidad sobrenatural.

—Ahora que has mostrado tu verdadera forma, ya no eres humano —Fiona escupió las palabras con desprecio.

Con un rugido, me lancé hacia ella, pero en el forcejeo, su cuchillo encontró mi piel. Un chirrido de dolor se escapó de mis labios, pero rápidamente me recuperé y la arrojé lejos con una fuerza descomunal.

—Nunca subestimes a una bruja —Fiona me advirtió con una sonrisa triunfal, y en un instante, llamas brotaron de sus manos, envolviéndome en un abrasador infierno.

Sentía que ardía, consumido por las llamas voraces; mi visión se inundaba de destellos amarillos, rojos y naranjas. El dolor era inmenso, pero la muerte no llegaba. Fue entonces cuando una ráfaga helada envolvió mi cuerpo, sofocando el fuego. Caí al suelo, herido, el impacto resonando con un eco sordo en la habitación.

—Insolente, ¿cómo osas perturbar la paz de mi santuario? —Fiona lanzó las palabras como si fueran dardos envenenados, su tono destilaba desprecio y amenaza.

—No tienes lugar en este mundo, ni mereces el aire que respiras, bruja —la voz de Madison vibró con un poder que parecía hacer temblar las paredes mismas de la estancia.

—Luca, no te rindas, levántate —Cassius me tendió su mano, su tono era un susurro cargado de urgencia y esperanza, un contraste con la tensión que nos rodeaba.

Al incorporarme, mis ojos captaron la figura de Melanie acercándose para unirse a Fiona. Tomó la mano de la bruja, su presencia contrastando con la oscuridad del lugar. Vestía de negro, un atuendo que absorbía la luz y resaltaba la palidez de su piel. El collar que adornaba su cuello portaba una piedra extraña, que parecía consumir la vida a su alrededor. Su cinturón, ajustado alrededor de su cuello como un símbolo de lealtad. Sus ojos verdes, antes llenos de vida, ahora lucían vacíos, carentes de alma. Una oleada de miedo me invadió al verla así, y en lo más profundo de mi ser, sabía que la mujer ante mí ya no era la Melanie que conocía.

—¿Fiona? ¿Qué es este alboroto? —La voz de Melanie irrumpió en la habitación, distorsionada y ajena, como si no emanara de su propia garganta.

—Oh, Morrigan, no es más que un leve contratiempo. —Fiona respondió con una serenidad que desafiaba la tensión del momento, como si el caos fuese un mero espectador en su teatro de sombras.

—No puede ser... tú... —Madison apenas pudo articular las palabras, su voz temblaba ante la magnitud de su descubrimiento.

—Correcto, querida. Soy la bruja que llaman la Suprema, la Gran Reina. —Morrigan proclamó, su voz resonaba con el peso de la historia y el poder que había acumulado a lo largo de los siglos.

—Pero tú caíste en la guerra... te vi... fuiste capturada por aquellos seres. —Cassius intervino, su voz cargada de un asombro que se entrelazaba con los hilos de un pasado que se resistía a morir.

—Muchos creyeron que había perecido, otros que me había esfumado. La realidad es que conjuré un hechizo para transferir mi alma a esta piedra. Siglos más tarde, fue vendida en esta ciudad y encontró su camino hacia el cuerpo de esta joven, que ahora me sirve de recipiente. Fueron siglos de espera, pero al fin ha llegado mi era. He vuelto. —Morrigan desveló su secreto, su relato era un mosaico de paciencia infinita y astucia inmortal.

—Eres un monstruo. Por tus hechizos y pactos necios, todas las demás, las brujas de Salem y nosotras, hemos padecido, con almas condenadas a un infierno sin fin. —Madison acusó, su voz se elevó como un estandarte de justicia contra los crímenes de una época pasada.

—Pero no negarás que el poder es tentador. —Morrigan insinuó, su pregunta era un susurro que se deslizaba por las sombras, tentando la naturaleza humana con su veneno dulce.

Bajo la Luna Ensangrentada





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