CAPÍTULO 4: INSOMNIO

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La noche se llenó de aullidos de lobos, esta vez más cercanos que los de la noche anterior. A pocos minutos de habernos dormido, el silencio era tal que el ronquido de Dylan era lo único que podía escuchar. Sentía un frío que se colaba por los pequeños espacios de las paredes de la cabaña, produciendo un sonido escalofriante, como si se tratara del susurro de una voz tenue. Deslicé mi cuerpo acostado, apoyándome en mis manos, incapaz de conciliar el sueño, estresado y aún cansado. Me impulsé para sentarme y luego me puse de pie, el piso crujía bajo mis pies descalzos. Suspiré, esperando que ninguno se despertara por mi culpa.

—¿Eres tú, Luca? —susurró Melanie, despertándose por el ruido.

—Lo siento, no quería despertarte —respondí con voz suave.

—¿A dónde vas? Aún es de noche —preguntó, frotándose los ojos.

—Saldré a caminar un poco, no consigo dormir —expliqué.

—Te acompaño, solo déjame cambiar la pijama —ofreció, incorporándose.

—No tienes que hacerlo, será algo rápido —insistí.

—No te preocupes, sería lindo caminar juntos bajo el brillo de la luna —dijo con una sonrisa.

—Está bien, te esperaré afuera. Ten cuidado de no despertar a Zoe y a Dylan —advertí mientras me dirigía hacia la puerta.

Me terminé de colocar mis zapatos, acompañados de unas medias blancas de algodón. Con cuidado, até mis trenzas y tomé mi bolso, que había dejado al lado en la cama. Lo abrí intentando no hacer demasiado ruido con el cierre, que emitió un sonido metálico. Metí mis manos, sintiendo la textura de las distintas prendas de ropa que había traído, en busca de mi suéter para climas fríos. Cuando lo encontré, apreté mi mano alrededor de él y lo saqué del bolso, para luego cerrarlo y colocarlo de nuevo sobre el colchón. Me quité la camiseta azul marino que llevaba puesta; aunque me apenaba un poco hacerlo con Melanie observando, la oscuridad me brindaba algo de privacidad, así que actué con rapidez. Dejé la camiseta a un lado, en una cesta de ropa sucia, y me puse el suéter naranja, de una tela que prometía calidez inmediata al contacto con la piel.

Permanecí afuera de la cabaña, esperando a que Melanie terminara de prepararse. Mi mirada se perdía en la inmensa luna, cuyo reflejo plateado danzaba sobre las aguas del río. Las hojas se mecían en la oscuridad, acompañadas por el canto de los búhos y los ojos luminosos de los animales ocultos entre los árboles. El aire fresco de la madrugada me envolvía, portando un aroma puro, tan distinto al de la contaminación urbana. Mis manos buscaban refugio en los bolsillos, intentando escapar del frío que las congelaba, y mi respiración se entrecortaba ligeramente. Sin embargo, cualquier incomodidad se desvaneció cuando la voz de Melanie resonó detrás de mí, llenándome de una alegría inesperada. Se había envuelto en un abrigo blanco, de una belleza impresionante, y un pantalón azul oscuro adornado con rasgaduras estilizadas. Sus ojos verdes me capturaron de nuevo, y sus delicados labios me hicieron olvidar cualquier pesar. Mi corazón latía con fuerza al verla acercarse, su rostro pálido iluminado por la luz de la luna, despertando bajo el frío de la noche.

—¿Y a dónde iremos? —preguntó Melanie con curiosidad.

—No tenía una ruta planeada, pero si te parece, podríamos ir al lago. Recuerdas que habíamos hablado de pescar —le recordé con una sonrisa.

—Oh, sí, lo recuerdo. Pero discúlpame, Luca, en serio no tengo ánimos de pesca; sigo cansada —confesó con un bostezo.

—Entonces, simplemente podemos sentarnos y disfrutar de la tranquilidad —sugerí.

Bajo la Luna EnsangrentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora