CAPÍTULO 14: RESURRECCIÓN

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—Con la muerte de la naturaleza, en el fuego y la masacre, con la sangre derramada por ustedes, también pereció Ayani. Sin embargo, es mi deber revelar la verdad al protector, para que la elegida pueda estar a salvo —Fiona habló con una voz quebrada por la emoción, pero firme en su resolución.

Ella extendió su mano, la palma abierta como una invitación y una promesa.

—Te revelaré todos los secretos. Pon tu mano sobre mi corazón —dijo Fiona, y su mirada penetrante buscaba la comprensión y la confianza en los ojos del protector.

Al posar mi mano sobre el centro de su pecho, sentí el latido vibrante de su corazón y una calidez que se extendía por mi brazo. Mis ojos se cerraron, mi respiración se detuvo y mi mente se sumió en un torbellino de imágenes de una época que no recordaba haber vivido. Estaba allí, en medio de la guerra, viendo a Eitan, a Alexander, a Zara; los vi a todos y me sentí impotente, incapaz de ayudar. Me oculté y corrí entre las hojas del bosque hasta que vi a una mujer caminando por el sendero. Llevaba un hermoso vestido negro que rozaba el suelo, su larga cabellera negra resplandecía con los rayos del sol, y sus ojos verdes brillaban intensamente. Sostenía un ave herida en sus manos. Se inclinó, la colocó sobre una piedra, pasó su mano sobre ella y, como por arte de magia, el ave alzó el vuelo. Me invadió el asombro y mi corazón latía con ansias de conocer más sobre esa enigmática mujer, de saber quién era y qué hacía allí.

—¿Recuerdas ahora, Luca? —preguntó Fiona, su voz era un susurro cargado de significado.

—Es imposible... ¿Cómo no supe de esto antes? ¿Cómo accedí a esos recuerdos? —mi incredulidad se mezclaba con una ansiedad creciente.

—Son vidas pasadas. Lo que has visto es clarividencia. Tus instintos vampíricos se activaron, te pusieron en un estado entre la vida y la muerte cuando bebiste ese té —explicó Fiona, su tono era solemne, revelando secretos de un mundo oculto.

—Entiendo mi propósito ahora; esto es a lo que estaba destinada —dijo Melanie con convicción, aceptando su destino.

—¿No hay forma de detenerlos sin entregarla? Me preocupa lo que puedan hacerle —mi voz estaba teñida de preocupación por Melanie.

—No hay otra manera. Desean a la elegida. Mientras no la tengan, la sangre seguirá derramándose en su búsqueda —Fiona dijo con firmeza, su mirada era inquebrantable.

—Volveré con Alexander y los demás. Deben saber que Melanie está a salvo, que está aquí —dije, moviéndome para irme, pero Fiona me detuvo con una palabra.

—Espera —ordenó Fiona, cerrando la puerta con un gesto de su mano. —Ella se quedará aquí. No alertarás a nadie. Pero harás lo que te digo: lleva esta poción y haz que Lord Eitan la beba. Eso debería acabar con los vampiros —dijo, entregándome un frasco sellado con destino.

—Pero eso también afectaría a Luca —interrumpió Melanie, su preocupación era evidente.

—Así es, me temo que sí —confirmó Fiona con un pesar que resonaba con la gravedad de sus palabras.

La tristeza me inundó al comprender que, al poner fin a esta guerra, también estaría poniendo fin a mi existencia y a mi futuro con Melanie. Pero prefería sacrificar mi vida antes que verla sufrir así. Solo deseaba su seguridad y la posibilidad de verla sonreír de nuevo. Las lágrimas brotaron mientras mi cuerpo se paralizaba. Con un suspiro, reuní valor, contuve el dolor, tomé la poción de las manos de Fiona y salí en busca de Lord Eitan. Detrás de mí, solo el sonido de la puerta cerrándose. Mis pasos resonaban en el césped, y alzando la vista al cielo, observé las nubes desplazándose lentamente y el sol ardiente. Mi sangre vampírica me protegía de las llamas; no podía quemarme. Cerré los ojos y sentí el mundo a mi alrededor: el agua, el viento, los sonidos de la naturaleza. Mis pies se despegaron del suelo y, en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba volando sobre los árboles. No tardé en acostumbrarme a esa sensación y me dirigí hacia donde se libraba la batalla, lleno de valor y una gran responsabilidad. Por el amor que sentía hacia Melanie, si mi destino era ser su guardián, así sería.

El bosque yacía en penumbras, el lado calcinado era un tétrico testimonio de la batalla, con los cadáveres de lobos y vampiros esparcidos, desprendiendo un hedor insoportable. A pesar del asco que me provocaba, la urgencia me impulsaba a avanzar; sabía que la muerte allí era solo temporal y que pronto, aquellos cuerpos se alzarían de nuevo. El olor a quemado me invadía, provocando náuseas, mientras el humo irritaba mis ojos hasta volver mi visión borrosa. Las cenizas cubrían mis manos, y la tos se apoderaba de mis pulmones al atravesar el prado completamente arrasado por el fuego. De entre el caos, emergió una figura: una mujer rubia, con rizos caóticos y maquillaje negro manchado por lágrimas, vestía un traje morado desgarrado y caminaba descalza, sus labios secos mostraban cicatrices del pasado.

—Apártate de mi camino —exigí, la ira tiñendo mis ojos de un rojo intenso mientras mis colmillos se revelaban en una amenaza silenciosa.

Ella, sin inmutarse, se acercó a uno de los lobos caídos. Con un gesto suave, lo tocó y, para mi asombro, el lobo cobró vida nuevamente.

—¿Cómo lograste eso? ¿Quién eres? —pregunté, mi voz reflejaba tanto la sorpresa como la cautela.

—Soy la respuesta a tus incógnitas. Me llamo Madison —dijo ella, su tono lleno de un enigma que prometía respuestas a mis preguntas más profundas.

Bajo la Luna Ensangrentada



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