CAPÍTULO 10: RENEGADO

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Cuánto detestaba el castillo de mi padre; habría preferido quedarme con los Bloodworth antes que volver aquí, al hogar de los Carmichael. Las escaleras, talladas en piedra refinada y de textura áspera, conducían a una imponente puerta de abedul procesado, cuyas manijas doradas en forma de leones chirriaban al abrirse, revelando una extensa alfombra roja y un suelo marrón con mosaicos oscuros recién pulidos. Frente a la entrada, una gran escalera se bifurcaba hacia ambos lados, mientras las ventanas reflejaban la luz a través de cristales de colores importados. Todo lo que una persona común podría desear, pero yo me sentía agobiado, abrumado por tanta elegancia y refinamiento. Anhelaba ser normal, ser como los demás, pero siempre fui excluido, marcado por una herencia sanguínea que nunca pedí: ser un vampiro, descendiente del infame Lord León Carmichael. Mi padre descendía las escaleras para recibirme esa mañana, su mirada se clavaba en mí con cada paso que daba por esos diez escalones, ajustando su reloj y su traje azul marino con camisa blanca, haciéndome sentir juzgado, como si fuera su causa perdida.

—Hijo, qué alegría verte de nuevo —dijo mi padre, intentando infundir calidez en su saludo formal.

—Hola, papá —mi respuesta fue seca, desprovista de cualquier entusiasmo.

—Me han dicho que tu estancia con los Bloodworth fue provechosa. Ahora que he vuelto de mi viaje, puedo retomar las riendas de la casa y cuidarte —explicó, aunque sonaba más a un anuncio de vigilancia que a una oferta de compañía.

—No necesito que me cuides, y ambos sabemos por qué —contesté, con un tono que dejaba claro que no quería su supervisión.

—¿Todavía detestas ser lo que eres? —preguntó, su voz revelaba una curiosidad genuina mezclada con preocupación.

—No tienes idea de cuánto odio esto... cuánto odio ser tu hijo y que, por tu culpa, mi madre haya muerto —las palabras salieron cargadas de años de resentimiento acumulado.

—Tu madre era valiente, y su muerte no fue como crees. Los humanos son los verdaderos culpables; ellos vinieron con antorchas y prendieron fuego a todo. Ella estaba dando a luz y no había tiempo. Te salvé en lugar de quedarme... —intentó explicar, pero sus palabras sonaban a excusas vacías.

—La dejaste morir —le interrumpí, con una acusación que llevaba mucho tiempo esperando ser dicha.

—No había nada que pudiera hacer. Su último aliento fue para darte vida —dijo, su voz se quebró ligeramente, mostrando una rara vulnerabilidad.

—Preferiría no haber nacido si eso significaba salvarla. Todo pasó porque no te enfrentaste a esos humanos, porque huiste como un cobarde —le reproché, sin contener la amargura.

—Debes entender que cuando seas lord, deberemos ocultar nuestra verdadera naturaleza del mundo humano. Si nos descubren, podrían aniquilarnos. Aún no han avanzado tanto; todavía usan palos y barro, mientras que nosotros... somos superiores —dijo, justificando su cautela.

—Sería más fácil gobernarlos, ¿no es eso lo que queremos? Vi cómo hablabas con esos humanos en el bosque antes de tu partida —dije, mi tono lleno de sospecha.

—Eso no es asunto tuyo. No me espíes. Ve a tu habitación y no me molestes; tengo asuntos que atender —respondió, su tono final era frío y distante, poniendo fin a la conversación.

Sentado en el colchón de mi habitación, sumido en la oscuridad con las ventanas cerradas, la puerta sellada, y el suelo de madera resonando bajo el techo de cerámica pintada de vinotinto. Las paredes blancas contrastaban con la penumbra, mientras sostenía en mi mano una foto de mi madre, joven y radiante, poco antes de que yo naciera. Su cabello dorado enmarcaba una sonrisa generosa y sus ojos oscuros brillaban. Vestía un atuendo completo, adornado con un gran sombrero rosado. Nunca llegué a conocerla, pero su ausencia pesaba en mi corazón. La tristeza y el rencor que anidaban en mi interior amenazaban con desbordarse. Debía encontrar la manera de poner fin a este tormento, de hacer que pagaran por lo que me habían arrebatado.

Bajo la Luna EnsangrentadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora