Allí estábamos, vampiros y hombres lobos unidos, formando un imponente ejército en el corazón del bosque. Nuestras miradas se fijaban en la morada de las brujas Morrigan y Fiona, artífices de nuestro tormento secular, condenándonos a ser abominaciones nocturnas, desterrados de la humanidad. La tercera luna llena marcaría el fin de su ritual; debíamos impedirlo a toda costa.
La víspera, nos habíamos adiestrado para la contienda. Madison, con su poder revitalizador, había curado a los caídos y prometió un as bajo la manga. La urgencia de detener el ritual nos unía.
Sentía un vínculo inquebrantable con la estirpe vampírica. Dylan, recién convertido por Zara, se sumaba a la manada de lobos. Era el momento decisivo.
El viento soplaba con fuerza, pero sin emitir sonido, presagiando nuestro ataque sigiloso. Los animales del bosque emitían rugidos que denotaban nuestra feroz determinación. La tierra vibraba bajo nuestros pies, y la luna, teñida de rojo, ascendía, presidiendo la batalla inminente.
Los hombres lobo aullaban, sus ojos amarillos ardían con furia, mientras su pelaje se erizaba, imponente, más de tres metros de altura. Sus garras y dientes, empapados en saliva, reflejaban su ferocidad. Paralelamente, los vampiros gruñían, consumidos por una sed insaciable de sangre y venganza, sus ojos rojos oscuros y colmillos afilados destellaban en la penumbra.
Fue entonces cuando una enigmática mujer pelirroja emergió del bosque, capturando nuestra atención. Su cabello, que rozaba el suelo, enmarcaba su belleza sobrenatural, y sus ojos púrpura irradiaban un misterio profundo. Una serpiente se enroscaba alrededor de su figura desnuda, añadiendo un aura de poder y seducción.
—¿Acaso eres una bruja también? —inquirió Eitan, su voz cargada de desconfianza.
—No lo soy —respondió la mujer con serenidad, su voz era un hilo de certeza en la creciente tensión.
—Quienquiera que seas, te conviene no interferir —advirtió Eitan, mientras una mirada amenazante se posaba sobre ella desde cada rincón del claro.
—Lilith —pronunció Madison, emergiendo entre las sombras con amuletos que destellaban con un brillo ancestral.
—Eres la mujer de las historias de mi padre, la que se marchó del Edén —Eitan la miró, su expresión mezclaba asombro con un atisbo de respeto.
—¿Quién es ella, Eitan? —preguntó Alexander, su tono revelaba una mezcla de curiosidad y cautela.
—No hay de qué preocuparse, es una aliada —aseguró Eitan, su voz ahora contenía un matiz de alivio.
—He venido solo para otorgarles mi bendición —dijo Lilith, acercándose con una gracia que parecía desafiar la gravedad. Al besarme, su toque dejó una marca de poder que resonó en mi alma.
La mujer se desvaneció ante nuestros ojos, que adoptaron un tono púrpura intenso, reflejando el cambio que nos envolvía. Madison entonó palabras en latín, sus manos danzaban con los amuletos traídos, y bajo su influencia, la luna se tiñó de un rojo profundo como la sangre. Sentí cómo mi respiración se intensificaba; mis brazos, piernas y pecho se expandían con una nueva fuerza, mis colmillos se volvían más afilados y mi cabello blanco crecía, cayendo más allá de mi cuello.Los hombres lobo exhibían ahora pelajes negros como la noche, y a nuestro alrededor, la vida del bosque se marchitaba: los animales huían y el césped ardía, las llamas avanzaban hacia la morada de la bruja. Una oleada de adrenalina inundó mis venas, preparándome para lo que vendría.
Con un gesto solemne, Madison se despojó de sus vestiduras y, con determinación, se incrustó un amuleto en la piel. La hoja del cuchillo trazó una línea por el centro de su abdomen, liberando la esencia vital que requería el ritual. Bebió de un té místico que sostenía con temblorosa firmeza y, acto seguido, su figura se desplomó, sumida en un trance profundo.
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Bajo la Luna Ensangrentada
VampireVampiros y hombres lobos, seres de leyendas nocturnas que siempre relegué al reino de la fantasía. '¿Quién podría creer en tales historias?', me preguntaba con escepticismo. Pero todo cambió al llegar a este campamento, un lugar donde los susurros d...