CAPÍTULO 19: VELO

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Me erguí; el césped, suave como la seda, acariciaba mi piel. Yacía allí, con los ojos aún cerrados, y el sonido del agua me envolvía, mientras el canto de las aves y el murmullo de los animales, desde leones hasta ovejas, llenaban el aire. Al abrir los ojos, la luz del sol me recibió con un fulgor cegador, revelando un paraíso ante mí. Me senté, contemplando cómo cuatro ríos serpenteaban la tierra a mi alrededor, y frente a mí, dos árboles majestuosos se alzaban, sus frutos resplandeciendo como gemas. Un crujido de pasos detrás de mí captó mi atención; me puse de pie y me giré.

—Hola, hombre —dijo ella, una visión de belleza con cabello rojo que fluía como un río de fuego sobre su figura desnuda. Su piel era pálida, casi translúcida, y sus ojos púrpura brillaban con un hechizo que me atraía irresistiblemente.

—Hola... ¿Quién eres? Tu belleza es... abrumadora —logré decir, mi voz temblaba ligeramente ante su presencia.

—Soy consciente de mi encanto —respondió con una sonrisa que llevaba la promesa de secretos antiguos.

—¿Dónde estamos? ¿Qué propósito tenemos aquí? —pregunté, mi mente luchaba por mantenerse enfocada.

—Sígueme al Mar Rojo; allí encontrarás a los que esperan —dijo, su voz era una melodía que me llamaba a seguir.

—¿Quiénes esperan? —la pregunta escapó de mis labios antes de que pudiera contenerla.

—Tendrás tus respuestas si realmente las buscas. Ven —afirmó, y algo en su tono me hizo confiar en ella contra toda razón.

El Mar Rojo se extendía ante nosotros, un vasto lienzo de vida marina. En la orilla, criaturas de formas inusuales bebían de sus aguas.

—¿Qué son esos seres? No se parecen a nada que haya visto antes —dije, mi voz revelaba mi desconcierto.

—Es hora de alimentarlos —susurró, y en un instante, sus dientes se hundieron en mi cuello.

Mi hijo había regresado de la residencia de los Bloodworth, predestinado a ser el único y futuro Lord. Mientras caminaba por el piso liso, el rechinar de mis propios zapatos negros resonaba en el silencio, y me ajustaba la seda de mi traje azul. Los aromas que emanaban de la cocina, fruto del trabajo de las criadas, me envolvían. En ese momento, alguien tocó la puerta de nuestro hogar.

—Lord Leon Carmichael, venimos directamente desde Rumania —dijeron con una voz firme y controlada, mientras la puerta se cerraba detrás de nosotros, aislando el mundo exterior y sus amenazas de la seguridad de nuestro hogar.

—Mă tem că este pentru siguranța ta —la gravedad en su tono era evidente, pronunciando cada palabra con una precisión que subrayaba la importancia del mensaje, mientras giraban la llave en la cerradura, un sonido metálico que resonaba con finalidad.

Mi hijo, parado en la quietud de nuestro refugio, nos observaba con ojos llenos de preguntas. La seriedad de la situación se reflejaba en su joven rostro, y en mi corazón, la determinación de protegerlo se fortalecía.

—Sunt pe drum, nu-i așa? —mi voz era baja pero clara, una mezcla de pregunta y afirmación, mientras la realidad de nuestras circunstancias se asentaba en mi mente.

Allí fue donde los vi, a través de la ventana. Ciudadanos en multitudes enormes, acercándose a la casa con antorchas encendidas. Mis ojos se tensaron, tiñéndose de un rojo intenso, mientras las venas en mis manos, brazos y pies se marcaban con una claridad sobrenatural. Mis colmillos se alargaron, impulsados por una sensación de defensa feroz. Esta vez no sería igual; esta vez estaba dispuesto a pelear. Debía hacerlo por ella, debía hacerlo por mi hijo.

—Du-l pe domnul într-un loc sigur —dijo uno del consejo, su voz resonaba con autoridad mientras sus ojos se posaban firmemente sobre mí, como si pudieran trasladarme con la sola fuerza de su voluntad.

La tensión en la habitación era palpable, cada miembro del consejo parecía una estatua, sus rostros tallados en expresiones de seriedad inquebrantable.

—No esperen, mi hijo sigue aquí, por favor, suéltenme —dije, mi voz quebrada por la desesperación, mientras luchaba contra el agarre firme que me mantenía inmovilizado, cada palabra un grito silencioso por la seguridad de mi hijo.

El aire se llenó con la urgencia de mi súplica, y por un momento, todo pareció detenerse, como si el tiempo mismo contuviera la respiración.

—Nu vă faceți griji, domnule, totul va fi bine, dar trebuie să veniți cu noi —dijo él del consejo, su tono era tranquilizador pero firme, una promesa velada de protección entre líneas de mando.

Me arrastraron al coche, luché contra el agarre de sus manos, pero la resistencia fue inútil. A través del cristal, presencié una visión aterradora: criaturas, mitad bestia, mitad hombre, emergían del bosque con aullidos que helaban la sangre. Se acercaban a la casa con una velocidad sobrenatural. El coche aceleró, alejándonos de la inminente batalla entre mis congéneres y aquellos seres. En un instante, una de las criaturas surgió de la nada, corriendo con ferocidad hacia nosotros.

Bajo la Luna Ensangrentada



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