CAPÍTULO 13: SOBREVIVIENTE

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Huyendo aterrada, sin rumbo fijo, el pueblo quedó devastado por el ataque de aquellas criaturas. Mis padres se sacrificaron, quedándose atrás para asegurar mi escape. Las bestias dominaban los cielos con sus alas negras, cuernos y colmillos, emitiendo chirridos horribles. Ni las biblias ni las oraciones ofrecieron consuelo; todo intento de resistencia fue en vano. Junto a mi amiga Madison, encontramos refugio en el bosque; así logramos sobrevivir. Nuestra respiración era agitada, pero cubrimos nuestras bocas con las manos para silenciarla, ya que ellos estaban cerca. Lo sabíamos por sus sonidos inquietantes, que se entremezclaban con el susurro de las hojas movidas por el viento.

—¿Crees que nos han oído? —La pregunta de Madison emergió entre sollozos, su miedo palpable en cada palabra.

—No estamos a salvo aquí, eso es seguro —mi respuesta fue un murmullo, cargado de una certeza sombría.

Las lágrimas de Madison fluían libremente ahora. —Mis padres... esas abominaciones...

—Entiendo tu dolor, Madison. Mis padres también cayeron ante ellas. Pero llorar no nos salvará; debemos ser inquebrantables. Somos más que guerreras; somos supervivientes —mis palabras buscaban fortalecernos, a pesar del miedo que nos acechaba.

—Fiona, ¿qué son esas criaturas? —La voz de Madison temblaba, esperando una respuesta que ninguno de nosotros tenía.

—No tengo respuestas, Madison. Solo sé que debemos sobrevivir —confesé, sintiendo el peso de nuestra realidad.

—Son como pesadillas hechas realidad —Madison murmuró, su voz un hilo de terror y asombro.

La rodeé con mis brazos, ofreciéndole un refugio temporal. —Mientras permanezcamos unidas, no permitiré que nada te dañe —le aseguré, con una promesa que esperaba poder cumplir.

El susurro del viento se interrumpió por un sonido cercano. —Agáchate —instruí con urgencia, empujándola hacia la seguridad de la maleza.

Una silueta humanoide, esbelta y completamente oscura, con alas colosales, se cernía cerca. Sus colmillos eran cuchillas afiladas, y sus ojos, dos brasas rojas, ardían en la calva que coronaba su cabeza. Sus garras, tanto en manos como en pies, prometían un peligro letal, al igual que la cola afilada que se balanceaba con malicia. Acechaba a poca distancia de nuestro escondite entre los arbustos, emitiendo un chirrido que helaba la sangre. Mi respiración se entrecortó, mi corazón golpeaba contra mi pecho y mis manos temblaban incontrolablemente, pero la determinación de proteger a Madison me mantenía firme.

—Fiona —susurró Madison, su dedo tembloroso señalando algo detrás de mí.


La luna era mi única compañera en esa noche solitaria, su luz plateada mi único consuelo. Madison había desaparecido; temía lo peor, que esas criaturas la habían tomado. El miedo me envolvía como una segunda piel, y el frío de la oscuridad se intensificaba a cada momento. Solo quedaban los chirridos de las criaturas, un sonido que me perseguía incluso en el silencio, y el arrastrar de pasos sobre la tierra húmeda. Los tambores retumbaban en la distancia, un sonido profundo que resonaba con gritos dispersos en el aire. Me acerqué cautelosamente hacia la fuente del ruido, y allí, entre las sombras, vi un fuego que ardía con hierbas arrojadas a las llamas, rodeado por figuras con trenzas y ropas holgadas. Sus tambores cesaron cuando notaron mi presencia, y la danza se detuvo abruptamente, dejando un vacío en la noche que antes estaba llena de su música.

Un hombre alto de piel oscura se aproximó, portando plumas en su cabeza a modo de corona. Vestía únicamente un taparrabo y su cabello negro caía hasta el final de su espalda. Su cuerpo estaba adornado con pintura blanca, formando símbolos alrededor de su figura. Me miró fijamente mientras me levantaba del arbusto, provocando en mí una sensación de incomodidad, aunque intuía que tenía algo importante que comunicarme.

—Yo soy Ayani, y tú, mujer de la luna, has sido traída aquí. Acércate —dijo Ayani, dirigiéndose al corazón de la fogata. A su alrededor, la tribu me observaba en silencio, sus miradas penetrantes como la noche.

—Disculpe, debe haber un error. Yo solo quería... —comencé, pero la incertidumbre me invadió.

—Miedo —pronunció Ayani, cortando el aire con la palabra.

—¿Perdón? —mi voz apenas un susurro.

—Has mirado a la maldad a los ojos y has sobrevivido. Tu destino es ser importante, mujer de la luna —dijo Ayani, sus dedos marcando mi frente con pintura, delineando mi destino con antiguos símbolos.

—¿Quiénes son ustedes? —inquirí, buscando respuestas en sus ojos.

—Somos los guardianes de la naturaleza, los portadores de la vida. Tú, mujer de la luna, vivirás entre nosotros. Te enseñaremos el verdadero significado de la vida —declaró Ayani, su voz resonando con la sabiduría de las eras.

El fuego, el agua, el viento, la tierra, la luna, el sol, las hojas, las rocas; todo lo que me rodeaba infundía en mí una energía vital. Me dediqué a proteger el ambiente del daño causado por el hombre y por entidades oscuras. Esta misión me llenaba de vida, vitalidad y alegría. A lo largo de los años, aprendí las magias ancestrales de la naturaleza y, con el tiempo, tras la partida del gran Ayani, dominé mi propia magia. Me distancié de los demás, perfeccioné mis artes en la brujería, superando a los chamanes, y creé un santuario personal donde me sentía segura y en paz, preparándome para el día en que la amenaza regresara, porque cuando la guerra asoló...

—Esto no está saliendo como esperaba —dije, mi voz reflejaba la incertidumbre que me embargaba.

Ayani, con una serenidad que parecía emanar del mismo fuego que nos rodeaba, señaló hacia la distancia.

—Mira allá, mujer de la luna —indicó Ayani, su dedo apuntaba a un joven que, a pesar de su herencia vampírica y de ser miembro de uno de los clanes más temidos, estaba inmovilizado por el terror.

—¿Qué es lo que intentas mostrarme, Ayani? ¿Qué debo ver? —interrogué, buscando descifrar el enigma en sus ojos.

—El guardián de la elegida —pronunció con una voz que resonaba con la sabiduría de los antiguos.

—No comprendo —confesé, sintiendo cómo la confusión se enredaba en mi mente.

—Él reencarnará. Ayúdalo a encontrar la bondad, mujer de la luna —fueron las palabras finales de Ayani antes de desplomarse, exánime, sobre el verde manto del césped.

—¡Gran Ayani! —grité, precipitándome hacia él, mi corazón latiendo con un temor ancestral.

Bajo la Luna Ensangrentada

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