Epílogo I

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Juanjo siempre había tenido un problema con dejar las cosas atrás. A veces se aferraba demasiado a todo lo que le rodeaba porque tenía muchísimo miedo al cambio.

Por ejemplo, cuando cumplió seis años sus padres le regalaron una muñeca por su cumpleaños. Era una Barbie que venía con un perro. La muñeca vestía unos vaqueros cortos y un top rosa. Y Juanjo se la llevaba a todas partes. Al cole, a clase de música, al parque a jugar con sus amigas. Un día su familia y él fueron al Monasterio de Piedra de Zaragoza de excursión. Su madre insistió en que dejara la muñeca en el coche pero Juanjo no hizo caso. Debería haber escuchado a Nieves porque haciendo el tonto con la muñeca en una barandilla se le cayó por un barranco. Juanjo estuvo llorando todo lo que quedaba de día por su muñeca. Aún años después, cuendo ya estaba en el instituto de acordaba a veces de la Barbie y la echaba de menos.

No es que fuera lo mismo, pero irse del colegio mayor le provocaba el mismo dolor.

Después de más de medio año con Martin, era evidente que tenían que irse a vivir juntos. Se pasaban el día en el piso que el menor compartía con Lucas, pero no tenían intimidad. El uruguayo los reñía a menudo porque se reían o gemían demasidado fuerte.

Si se quedaban en su habitación del colegio mayor siempre estaba Álvaro por allí dando vueltas y tocando los cojones. Necesitaban irse solos a un piso.

El maño llevaba días pensando en como pedírselo a Martin. El pequeño lo conocía y no quería ser él el que presionara la situación, y más sabiendo el cariño que tenía el mayor por su residencia.

Era una tarde de finales de junio, ya habían acabado todos los exámenes y pa que mentir, se habían pasado el día haciendo el vago y follando. Abrazados en la cama Juanjo porfin se decidió a hablar.

- ¿Quieres que nos vayamos a vivir juntos en septiembre? - preguntó el mayor acariciando la espalda desnuda del vasco.

- Pensaba que no me lo ibas a pedir nunca. - dijo el pequeño besando sus labios con una sornisa.

Si el año anterior el verano se le había hecho duro, ese año se le hizo eterno. Juanjo estaba en Magallón trabajando y Martin en Getxo dando clases de baile. A los tres días sin el vasco, Juanjo ya se subía por las paredes. Habían establecido una rutina un poco dependiente del otro. A penas podía dormir sin Martin entre sus brazos. Encima hacía calor y eso siempre era un punto en su contra.

Se pasaban los días enviándose fotos y mensajes pero no era suficiente. Juanjo quería tocar su piel a todas horas, oler su pelo y besar su cuello. Verlo por videollamada le sabía a tan poco que el segundo fin de semana separados cogió su viejo coche y se plantó en Getxo por sorpresa.

Habló antes con María para que le abrirera la puerta y para que informara a Rebeca también.

Y allí estaba, un viernes por la noche en el recibidor de casa se Martin, esperando a que llegara de clases. Sus padres habían insistido en dejarlos solos. Juanjo dijo que no hacía falta pero agradeció que finalmente se fueran por ahí a cenar.

Martin abrió la puerta y dejó las llaves en la mesa de la entrada. Estaba de mala hostia porque se había puesto a llover cuando volvía y encima su novio llevaba rato sin responderle al WhatsApp. Oyó un carraspeo y levantó la mirada. Encontrándose a medio metro de él a Juanjo con una sonrisa en sus labios. La emoción le pudo al susto y se lanzó a sus brazos.

- ¿Qué haces aquí? - susurró aferrándose a su cuello y acariciando su pelo.

- No aguantaba más sin verte. - contestó el maño apretando la cintura del menor.

- ¿Quién te ha abierto? - preguntó Martin mirando hacia el salón.

- María, pero no hay nadie ahora.

¿Vendrías A Verme?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora