Piel blanca, tez pálida. Ojos negros y cabello rubio.
Una perfecta figura masculina cruzando mi puerta principal.
La entrada al infierno.
Dónde arderíamos juntos.
Dónde nuestros cuerpos arderían en la llama de la pasión.
Observando su semblante de pulcritud me di cuenta de que aquél era un chico diferente a los que había visto a menudo. Los que andaban detrás de mí oliendo mis pasos y rogando por tenerme en sus brazos.
Que estúpidos eran. Creen que se merecen mi atención solo porque sé toman como interesantes, duh.
Mi padre abrazó con alegría y orgullo a aquel chico quien también con presencia decente le concedió el abrazo más dulce que jamás nunca alguien me había dado. Frente a mis ojos se brindaban amor del pulcro, de aquel que se da con el supuesto corazón, porque de alguna manera u otra sabía que mi supuesto padre no tenía corazón.
El hombre que acompañaba a mi padre estampó su mano contra la del chico para después acercarle a palmearle la espalda con alivio. El chico luego de regalar una mirada de agradecimiento, giró a nuestra dirección.
Genial, ahora era nuestro turno.
Dejando por ahí sus cosas, sin importar dónde las depositaba (ya había llegado y me percataba de lo que teníamos en común), se perdió aquella distancia entre mi madre y él. Sin vergüenza ni atajo se atrevió a darle un abrazo falso a mi madre, rodeándole así el cuerpo, con sus manos, vi como relucía una sonrisa dulce escondiéndola en el cuello de mi madre, aspirando su olor a flores.
—Bienvenido, hijo.
Y quería reírme a carcajadas por la hipocresía de mi madre.
Me preguntaba si lo decía con las lágrimas en la garganta pues su voz se quebró al hablar. Las miradas de los hombres briagos estaban clavadas en nosotros. Quería reprimirle a mi padre; que tipo tan asqueroso era, que tipo tan cobarde era, que tipo tan hipócrita era, pero no.
La vida se iba a encargar de recordarlo luego.
—Muchas gracias.
No me percaté de cuánto tiempo el chico había estado abrazando a mi madre, hasta que sus palabras de supuesto agradecimiento me sacaron de mis pensamientos. Era absurdo tener que pasar por toda esta farsa, por todo esto, que de alguna manera le hacía daño a mí progenitora. Porque, aunque mi madre fuera una idiota, me dolía.
Y no por el hecho de verla, sino por el miedo a ser como ella, a que todo esto me llevase a sus mismos caminos.
Era mi turno, mi jodido turno. El chico se acercó a mí con una cara de pocos amigos, y comprendí aquello rápidamente. Mi vestuario no era el de una chica hija de mami que vive las veinticuatro horas bajo su techo.
Su sonrisa fue más hipócrita que la de mi padre, ahí comprendí que aquel chico tenía algo en común con él. Había heredado el veneno de sus ojos al querer expresar algo que no le gustaba, esa sonrisa socarrona para evitar malos gustos.
Le abracé sin ganas, rodeándole con mis brazos su espalda. Sus brazos rodearon mi cuerpo y me sorprendió el hecho de su "no" acercamiento.
Ni siquiera se acercó bien a mi cuerpo. Bien, estaba siendo muy hipócrita y quería quedar bien con las personas de mi alrededor. Se alejó de mí lo más rápido posible dejándome atónita ante su acto.
¿Había sido eso una expresión de caballerismo? Por qué si era así, este chico no era ni de cuento hijo de mi padre.
Me regaló una sonrisa de agradecimiento por haber aceptado su abrazo, y juro que le di mi peor gesto de asquerosidad. Me dio tanta curiosidad como le habló a mi madre, como si la conociera de años atrás.
—Ann—llamó a mi madre por el apellido de su esposo, total asco, y el mismo apodo tierno que me habían asignado de pequeña, parecía que todo tenía que girar en torno a mi padre—. ¿Dónde dormiré? Vengo agotado. — a continuación, hizo una mueca de dolor mientras frotaba su cuello.
Me di cuenta que mi padre y su acompañante volvieron a su actividad. Sentados en el sofá charlando como si no existiéramos.
Miré a mi madre esperando que respondiera la pregunta del aún desconocido. Pues en esta pocilga ya no había habitaciones disponibles, a menos que...
—Dormirás con Sougn.
En mi habitación.
Fruncí el ceño al igual que él. Tenía mis brazos cruzados lista para objetar aquello. Pero mi madre fue más lista y rápidamente tomó las cosas del chico para correr a la planta alta donde se hallaban las habitaciones. Maldecí una y mil veces como el chico seguía el andar de mi madre.
No tuve remedio más que seguirle furiosa en mis adentros, por aquella inoportuna noticia. Seguía los pasos del chico que quien a pesar de subir unos escalones lo hacía con tan fino porte.
Basta que aquí no hay cámaras. No hay que fingir ni puta mierda.
—¿Por qué tanta hipocresía? ¿Te crees de la realeza, acaso?
Mis palabras le sorprendieron y frenando secamente en el noveno escalón se giró a verme. Sus ojos relucían tan bien cuando la luz tenue de la sala de estar golpeaba sus pupilas.
Sus manos en los bolsillos finos de sus pantalones me dejaban pasmada. Ante aquella superioridad que tenían sus gestos se me hacían tediosos de comprender. Con la ceja alzada me observó incrédula, me di cuenta de que se sentía el ser más superior y sólo por estar unos escalones más arriba que yo.
—Efectivamente, ahí esta tu respuesta a las dos preguntas.
Me eche a reír como una foca con epilepsia mientras aplaudía sin llamar la atención de los demás. No me causo gracia que quiso dejarme en claro que venía de un lugar fino, ni qué no me percaté del auto último modelo que estacionó frente a mi casa. Me
causo tanta gracia el ápice que había usado en su tono de voz, ese que ocupa un presidente al dar falsas promesas a su gobierno.
—Y dime, ¿qué hace un príncipe en un cuchitril como este? — me cercioré de que aquellas palabras mías entrarán por sus limpios oídos para dejarle en claro que lugar estaba pisando.
Le miré feliz, dándole a entender que había ganado está posible charla.
Me regaló una de sus insignificantes sonrisas, de nuevo.
—Sólo será un tiempo.
—¿Mucho? — insistí al ver que regresaba a su posición: subir los escalones. No lo quería tanto tiempo invadiendo mi privacidad. Llegamos a la planta alta donde estaban las habitaciones y cambiando un poco más nos encontramos a mi madre en el marco de la puerta, de mi habitación. Tenía las manos en la cintura y si no supiera porque, le armaría un escándalo.
—Te he dicho mil y un millón de veces que...
—Que no resguardes tú habitación con llave. —a completo con fastidio. Sacando del bolso de mi falda la llave, me aseguré de girarla en la perilla.
Resguardar mi habitación era algo normal desde los seis años.
Mi madre se abrió paso en mi habitación luego de abrir la puerta de par en par. Me quedé fuera de mi propia habitación esperando a que el chico pasará.
Pero nada.
—Un tiempo — respondió mi pregunta que daba por perdida. Me miró con preocupación en sus ojos —. ¿Lo rentas acaso?
Con una sonrisa pícara en mis labios y moviéndome de un lado a otro para que mi falda fuera coqueta, le respondí:
—Es mi hotel todos los fines de semana. Mi novio monta su equipo en esa cama.
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Hoseok; INC3ST0 ✓
أدب الهواة(RESUBIDA) » El amor no se mide cuando se trata de sentirse. La circunstancias se dan cuando el sentir de dos cuerpos se unen. Hoseok un gran detective y..., también un gran idiota que sólo busca seguir la estúpida figura espontánea de su padre. Tae...