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Capítulo 7.

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Nicole Valencia.

Mateo me había prometido una sorpresa especial mientras íbamos en el carro, y cuando llegamos al elegante salón de baile de Buenos Aires, supe que esta noche sería inolvidable. Los tonos rojos y dorados de la decoración contrastaban con el ambiente íntimo y elegante del lugar. Había una pista de baile amplia y bien iluminada en el centro, rodeada de mesas con velas que creaban una atmósfera cálida y romántica.

Mateo me ofreció la mano con una sonrisa encantadora, y acepté con una mezcla de emoción y nerviosismo. Nos dirigimos al centro de la pista mientras la versión de "La Cumparsita" de Juan D'Arienzo comenzaba a llenar el espacio con su ritmo vibrante y nostálgico.

— ¿Sabes bailar tango, Nicole? —preguntó Mateo con voz suave, mientras colocaba su mano derecha en mi cintura con una delicadeza que me hizo estremecer.

—Algo he bailado, espero poder seguirte —respondí con una sonrisa, sintiéndome más segura al ver la confianza en sus ojos verdes que brillaban con anticipación.

Comenzamos a bailar al compás de la música, nuestros cuerpos moviéndose en perfecta armonía. Sus manos fuertes pero gentiles guiaban cada paso, y yo me dejaba llevar por la melodía y por la conexión que parecía fluir entre nosotros. El aroma sutil de su colonia se mezclaba con el perfume de las velas, creando un ambiente intoxicante que me hacía sentir más cerca de él con cada compás que pasaba.

Nuestras miradas se encontraban y se apartaban, cada vez más profundas y cargadas de significado. En esos momentos de silencio entre las notas de la música, podía escuchar el latido acelerado de mi corazón y el suyo, como si ambos estuviéramos sincronizados en este baile de emociones.

—Eres increíble, Nicole —susurró Mateo cerca de mi oído, haciendo que un escalofrío recorriera mi espalda. Mis labios formaron una sonrisa mientras sentía cómo su halago resonaba en mi interior.

—Tú también lo eres, Mateo —respondí con voz suave, permitiéndome disfrutar del momento y de la cercanía que compartíamos.

Los minutos pasaron volando mientras nos sumergíamos en la danza y en nuestra propia burbuja de conexión. Cada giro, cada paso, cada mirada intensa entre nosotros parecía contener un mundo de sentimientos que ninguno de los dos quería poner en palabras todavía.

Finalmente, la canción llegó a su fin con un último giro elegante y fluido. Nos detuvimos en el centro de la pista, mirándonos profundamente.

—Gracias por esta noche, Mateo. Ha estado maravillosa —le dije sinceramente, con la emoción aún palpable en mi voz.

Él sonrió, sus ojos brillando con gratitud y algo más profundo que no pude identificar en ese momento.

—La noche es joven, Nicole. Aún tenemos mucho por vivir juntos —respondió en tono suave pero seguro, mientras acariciaba mi mano con la suya.

— ¿Qué canción está comenzando a sonar? —Pregunto mientras Caminamos juntos fuera de la pista de baile, dejando que la magia del tango y de nuestra conexión especial nos envolviera en ese momento perfecto que nunca olvidaríamos.

—Libertango.

Mateo tomó mi mano suavemente, como si temiera que este momento fugaz pudiera escaparse si nos soltábamos. Sus dedos se entrelazaron con los míos, creando una conexión física que complementaba perfectamente la emocionalidad del baile que compartimos minutos antes.

— ¿Sabes, Nicole? —Comenzó Mateo, su voz baja y llena de ternura—. Desde que te conocí en aquel evento, he sentido algo especial contigo. Es como si nos conociéramos de antes, como si estuviéramos destinados a encontrarnos esta noche.

Sus palabras resonaron en mi corazón, haciendo eco de los sentimientos que también había estado experimentando desde que cruzamos miradas por primera vez. No había duda de que había una conexión poderosa entre nosotros, una que trascendía el tiempo y las palabras.

—Yo también siento lo mismo, Mateo —confesé con sinceridad, mirándolo directamente a los ojos. En ese momento, el mundo parecía detenerse a nuestro alrededor, dejándonos a solas con nuestras emociones compartidas y la promesa de un futuro incierto pero emocionante.

Mateo acercó su rostro al mío lentamente, como si quisiera asegurarse de que cada movimiento fuera tan perfecto como el baile que habíamos compartido. Nuestros labios se encontraron en un beso suave pero cargado de toda la intensidad y la pasión que habíamos estado conteniendo durante toda la noche.

El beso fue como un símbolo de todo lo que habíamos compartido hasta ahora: la atracción palpable, la conexión profunda y la promesa de algo más entre nosotros. Cuando nuestros labios se separaron y nuestras miradas se encontraron sentí un remolino de sensaciones. Sonreímos como dos tontos.

—Nicole, ¿quieres que te lleve a mi apartamento? —preguntó Mateo con una sonrisa juguetona, rompiendo el silencio con su voz cálida y familiar.

—Creo que eso sería perfecto, Mateo —respondí con una sonrisa radiante, sintiendo cómo el latido de mi corazón se aceleraba ante la idea de pasar más tiempo con él.

Así, caminamos juntos hacia su camioneta, listos para continuar explorando lo que el destino tenía reservado para nosotros esa noche y en los días por venir.

Llegamos al apartamento de Mate. El edificio era moderno, con un vestíbulo elegante que contrastaba con la energía vibrante de Buenos Aires que se filtraba por las ventanas.

—Bienvenida a mi humilde morada —dijo Mateo mientras abría la puerta y me hacía un gesto para que pasara primero. El apartamento era espacioso y acogedor, con una decoración que reflejaba su personalidad creativa y bohemia.

—Es encantador, Mateo. Me gusta mucho —respondí sinceramente mientras dejaba mi bolso en el sofá y me quitaba los zapatos.

—Gracias, Nicole. ¿Qué te parece si nos relajamos un poco y vemos una película? Tengo una selección bastante ecléctica —propuso mientras se dirigía a la estantería donde guardaba su colección de películas.

—Me parece bien. —Dije con entusiasmo, pensando en lo bien que sonaba pasar tiempo juntos de esta manera tan relajada.

Mateo eligió una película clásica argentina que yo no había visto antes, pero él la elogió como una obra maestra del cine nacional. Nos acomodamos en el sofá, y mientras la película avanzaba, nos sumergimos en la trama y en la compañía mutua.

De vez en cuando, nuestras manos se rozaban accidentalmente sobre la manta que compartíamos. Mateo se reía suavemente de los giros inesperados de la trama, y yo no podía evitar sonreír ante su entusiasmo y los comentarios que hacía.

A medida que la película llegaba a su fin, nos encontramos mirándonos el uno al otro en momentos de silencio cómodo. La conexión entre nosotros parecía intensificarse con cada gesto y cada mirada compartida.

—Nicole. —Susurró Mateo, rompiendo el silencio de forma suave pero decidida.

— ¿Sí? —respondí, casi conteniendo la respiración, capturada por la intensidad de su mirada.

Mateo acercó su rostro al mío lentamente, leyendo mi lenguaje corporal para asegurarse de que el momento era mutuamente deseado. Nuestros labios se encontraron en un beso suave y tierno, cargado de la promesa de lo que podía ser, pero también respetuoso de lo que queríamos mantener en ese momento.

El beso fue cálido y reconfortante, como si hubiéramos estado esperando ese momento durante mucho tiempo sin saberlo. No había prisas ni expectativas, solo la dulzura de descubrirse mutuamente de una manera nueva y significativa.

Después de un momento, nos separamos con una sonrisa compartida, ambos conscientes del cambio sutil pero profundo que acabábamos de experimentar.

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