3. Una más

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Samantha

Debo ser una tonta, por supuesto que Carter no vendría a dormir a mi lado, de igual modo no pude dormir por esperarle y estar pensando cómo podría arreglar la situación.

El reloj parecía ir más lento de lo habitual, vuelta tras vuelta intentando cerrar los ojos fue la noche más larga de la que tengo memoria, y mi mente tenía grabada la cara de mi esposo.

Justo antes de las siete de la mañana tocaron a mi puerta, me senté y me recargué en el respaldo de la cama —¡adelante! —asomo la cabeza una de las chicas que nos ayudan.

—Buenos días, me mando el señor para que le lleve un cambio de ropa.

Me levanté, le mostré la elección que tenía, y es que le separaba los atuendos, justo cuando me disponía a bajar los ganchos y pasárselos.

—No es necesario, yo lo hago.

Me hice a un lado y fui a uno de los cajones en donde tiene bolsas preparadas para cuando viaja, en ellas contaba con productos de aseo.

—Toma, lo necesitará.

Ayer me había dicho que no deseaba verme, pero había cosas que yo hacía de forma rutinaria, como encargarme del desayuno porque para mí era una de las formas de mostrarle mi amor.

Así que cuando todo estuvo listo, Amelia me ayudo a poner la mesa como siempre, solo que esta ocasión sería distinto, lo dejaría comer sin mi presencia.

Al entrar de nuevo a la cocina —Amelia, puede llevar a Florence al jardín, dígale que será un pícnic —le entregue una canastita con alimentos. —Ella asintió, sus ojos me dijeron que comprendía.

Los tres tratábamos de estar a la mesa en el desayuno, porque Carter no siempre veía despierta por la noche a su hija, pero hoy no quería poner a prueba su temperamento y terminar con una Florence llorando y desarrollando miedo por el enojo de su padre.

Yo mientras tanto espere a que apareciera, me limite a estar detrás de la puerta de la cocina, sabía de sus hábitos, por lo que calcule cuando hubiera terminado.

—Hagamos otra prueba —solté de golpe, tan solo pararme a un lado del comedor, él dejó salir el aire y levanto la vista, estaba muy serio, tomo la servilleta de su regazo y la aventó a la mesa.

—¿Crees que mi madre urdiría algo tan bajo como esto solo para separarnos? —se levantó, el rechinido de las patas de la silla al recorrerla me hizo retroceder. De unos cuantos pasos estaba mirándome escudriñando mis ojos.

Aclare mi garganta —no sé qué es lo que ocurre, de lo que estoy segura es que yo no te he fallado.

Su expresión se suavizó, poso su mano en mi mejilla, para luego sujetar mi cara —júrame que no me has sido infiel.

El dolor que me provoco por sujetarme con sobrada fuerza y su pedido me hicieron enojar, así que subí mi mano y con fuerza empujé su agarre.

—No deberíamos estar teniendo esta clase de discusión, yo no soy esa clase de personas. Y no sabes cómo duele ver que lo crees.

Por una fracción de segundo volví a ver los ojos de mi Carter, ese que me amaba con todo su ser, pero con un parpadeo se había desaparecido, se giró y se fue sin decir más.

Carter

¿Cómo enfrenta uno esta clase de situaciones? Yo, me estaba convirtiendo en otra persona en un día, una que no reconocía.

Todo era confuso y me llenaba de contradicciones para encontrar respuestas, por un lado, ella no tenía oportunidad de serme infiel, siempre salía acompañada. Ya me estaba volviendo loco con tanta teoría.

Así que el que ella sugiriera una nueva prueba me daba un rayo de esperanza y que saliera como saliera perdería a un familiar, si resultaba que mi madre manipulo las pruebas, tendría que alejarla.

Por lo que sin más demora le envié un mensaje al chofer para que le informara a la señora que se alistara porque las llevaría al laboratorio.

Con tantas preguntas rondando mi cabeza fui el primero en llegar y satisfacer mi curiosidad, para acabar con respuestas que no me gustaban en lo más mínimo, no había términos medios, las equivocaciones no sucedían, si no era un estudio conclusivo lo que pasaba era que volvían a tomar una muestra y rehacer el estudio.

Deje mi muestra y me fui, nadie podría manipular los resultados esta vez.

El chofer tenía la encomienda de avisarme cuando las hubiera llevado de regreso.

Ese día no volví a casa, preferí quedarme en la oficina, mi comportamiento de verdad me daba miedo, estar maltratando verbalmente a mi esposa me hacía sentir el más grande imbécil, yo que en mis votos dije que la protegería.

...

Al día siguiente la ansiedad me desbordo y no pude parar, con la intención de calmarme, bebí vaso tras vaso de coñac.

—Señor Mitchell, aquí está la impresión de los resultados del laboratorio —lo atontado se desvaneció de mi cuerpo, mi asistente no traía buena cara.

Y al leer aquello quede como un idiota, había accedido a esa prueba.

—No estoy para nadie, cancela el resto de mi horario, también el de mañana.

—Pero... Mañana vienen los de Summers.

—Algo se te ocurrirá, acude tú con el director de finanzas y vean cuáles son sus requerimientos.

No me importaba nada, Sam era la razón de que yo me levantara cada mañana, y esa niña lo era todo para mí.

Y no era mi hija.

Un vacío se instaló en mi pecho, tome los retratos de ambas y los mande a volar, todo aquello que tenía que ver con ellas los hice añicos, debía eliminarlas de mi vida. Pero no tan rápido y simple.

Esa mujer se había estado burlando de mí, haciéndome criar a la hija de otro.

Era un dolor indescriptible, mi relación con ella era una mentira, ¿cómo pudo hacerme esto? Yo la traje a mi vida y peleé con mi familia porque ellos si vieron la realidad.

Mi enamoramiento me dejo ciego, pero lo pagará.

El coñac no servía para entumecer mi pena, pareciera que solo la magnificaba, para cuando termine las tres botellas que tenía a mano, mi oficina era un bello desastre.

Uno que me enorgullecía, después de todo debía de redecorar, para empezar a eliminar su presencia de mi vida y es que ella intervenía en todos mis espacios.

Mi ropa olía a ella, todo tenía su toque, maldita la hora que la deje involucrarse hasta en el más mínimo detalle.

Lo más irónico es que al despertar de una de las borracheras más estúpidas, estaba abrazando su retrato, no recuerdo exactamente el momento en el que lo tome.

Con más coraje por ser tan débil me incorporé y me fui a casa, no sabía ni que día era, lo que sí sabía es que era momento de ir a encarar a esa maldita mentirosa.

Maldigo el día que te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora