18. Claro que puedo

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Sin una solicitud previamente llenada, así es como Samantha llegó a aquel edificio.

El hombre que la atendió en recepción estaba ocupado firmando por la entrega de un repartidor.

Al prestarle su total atención, Sam le contó la historia que antes había contado al vendedor de la calle, en ese instante sonó tan real.

La repetición logró que hasta la mujer la fuera tomando por cierta, pero aquel sujeto poco podía hacer por ella, ya que ella no dio nombres.

Justo cuando le diría que se retirará, de los ascensores salió una mujer de mediana edad que paso a toda prisa.

—¡Vaya, vaya! Creo que hoy es su día de suerte —le dice el hombre.

—¿Por qué?

—Bueno esa que va allá es del personal de uno de los habitantes, así que quizá pueda intentar obtener ese empleo. Permítame, dejé llamarles.

Sam desvía su atención, para darle algo de espacio al hombre que le intentaba concertar una cita de trabajo.

—La señora Rose dice que la espera, le deseo suerte, espero que usted pueda durar más que la que acaba de salir.

—No crea que no le agradezco el enorme favor que me hace, pero, ¿cuál es el apellido de la familia con la que me envía? —apreciaba el gesto y la fortuna de poder colarse en aquel edificio, y sería condenadamente suertuda si caía con la señora Stanton.

—Los Koch —mencionó el caballero, Sam contuvo la respiración al saber que no tenía tanta suerte, —¿sucede algo?

—¡Oh, no, nada! Gracias, ¿a qué piso y departamento debo dirigirme?

—Solo presione la P, para que la lleve hasta los últimos pisos, no se perderá se lo aseguro —Sam solo le dedico una sonrisa y se encamino a los elevadores.

El edificio era muy alto, los primeros pisos estaban marcados con la letra “B” seguida de un número, lo que podría ser el estacionamiento.

La pobre mujer estaba algo desanimada, conforme subía piso a piso, pensó que estar dentro de aquel edificio sería mejor que nada, con los días esperaba poder investigar a Alice Stanton, quien era la madre de la niña, pues en ese expediente la información era muy poca.

Simplemente tenían el nombre y estaba casi convencida que eso era debido al expediente que ella sustrajo del hospital, lo que le daba cada vez más ansiedad, sería tan poderosa que ni siquiera habían podido proporcionarle más datos.

Al abrirse las puertas, el espacio que la recibió gritaba buen gusto y lujo, un piso de mármol ultra blanco y una pieza colgante del techo que por la hora del día no requería estar encendida, pero que aun así la luz tenue que emitía era atrayente, los cristales de piso a techo le dieron un vistazo que era..., atemorizante y hermoso.

Unos pasos a su lado derecho y la puerta era una muestra más de lujo, sin duda le encanto aquella monumental entrada, no tenía grandes grabados, solo dos manijas centrales y de estas salian líneas a las orillas de toda la extensión de la madera.

Su instinto la llevo a extender la mano para intentar sentir los trazos o la textura, la iluminación que tenía, acentuaba algunas partes y sombreaba otras, fascinada era como estaba y ni siquiera había puesto un pie dentro de aquel lugar.

Antes de poder tocar la superficie, una de las hojas se abrió y se asomó una mujer, quien de inmediato sonrió —yo también tenía tu expresión cuando llegue aquí. Adelante Samantha.

Sam devolvió la sonrisa y recompuso su mueca, lo cual le duro exactamente unos segundos, hasta que delante de ella se abrió un simple recibidor, ella había gozado de lujos a lado de su esposo, pero esto era un nivel totalmente diferente.

Maldigo el día que te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora