20. Maleducada

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Tolerancia a la frustración era algo que le habían pedido como requisito a Samantha y era una descripción algo corta, ya que, a una semana de haber obtenido el empleo, todos los días era una batalla.

Satisfacer el paladar de Harper era una tarea casi imposible, una sola personita le complicaba la existencia a Sam, había días que solo pensaba lo mal padres que debían ser con esa niña para no poder educarla.

Debían poner límites y dejar de permitirle hacer su voluntad, además estaba la parte en la que ella ni siquiera había podido ver a aquella niña, por consiguiente, no tenía acceso para obtener muestras para realizar el análisis que requería.

Y no por falta de intentos, simplemente ella no tenía permitido salir del espacio de la cocina y la primera planta.

Lo siguiente era ser más amistosa con la señora Rose, así que aparte de cocinar y dejar todo en perfecto estado, se ofrecía a ayudar en otras áreas, con la ilusión de que le permitieran tener contacto con la niña.

—Señora Rose, sonará muy entrometido de mi parte, pero la niña no debería tomar clases o practicar alguna actividad.

El gesto de la señora hablo más que las palabras —primero; ya te he dicho que me digas Adele, y segundo; tú solo preocúpate por su alimentación, lo demás es un tema que maneja su padre.

—Sí, bueno..., es que, yo tengo una niña de su edad y cuando estábamos mejor económicamente, ella disfrutaba mucho de realizar otras actividades, tal vez eso le abriría el apetito y sería menos difícil complacerla.

Adele se vio algo triste tras las palabras de Samantha, era la primera ocasión que lo notaba, había algo que no le decían, casi no hablaban de la niña frente a ella.

...

Más tarde, Adele le pidió que preparara dos platillos más para el señor Koch, cosa que tomo desprevenida a Sam, pues desde la entrevista, no se había ocupado de preparar nada para aquel hombre.

Adele por supuesto entendió, por lo que le aclaro que el jefe regresaba al fin, luego de su viaje, y que entonces ahora sería requerida una hora más temprano para prepararle el desayuno.

En lo que preparaba el segundo alimento, escucho una voz masculina, lo que fue algo breve, porque parecía que se alejaba el sonido hasta perderse, pronto se enteraría de que Adele le daba informes tan solo llegar.

Al finalizar se le ocurrió que sería bueno agradecerle por el empleo y quizá sugerir que la dejaran interactuar con Harper para poder hacer un mejor trabajo, aunque no se desperdiciaba el alimento porque había bocas que lo comían, sería más apropiado y eficiente de la otra forma.

Regularmente en la casa, Morgan se las arreglaba y no pedía más que lo que era estrictamente indispensable, tampoco es que cenara en casa, pero ahora que la comida le gusto, sintió que sería un error no aprovechar aquel talento.

Adele haría esa labor de arreglar la mesa y poner el servicio para que el señor Koch tuviera sus alimentos en el comedor, pero al saberlo Sam, le pidió que la dejará hacerlo y que de paso le dijera al señor que deseaba unos minutos de su tiempo.

Con el señor Koch sentado a la mesa y con el plato vacío y limpiándose la boca con la servilleta es que Sam se aproxima para hablar con él.

—Buenas noches, señor koch —saludo Sam.

Él asintió con la cabeza para responder al saludo —dígame Samantha de qué quiere hablar — expreso él en tono seco.

—Sam, la forma corta está bien. No quiero molestarlo —Morgan la miro levantando las cejas con algo de suspicacia en su mueca —seré breve. Quiero agradecerle por el empleo y me gustaría saber ¿por qué me contrato?

Sam estaba nerviosa, tan solo haber llegado cerca de aquel hombre le provoco ansiedad y es que él tenía un aura muy pesada, además de poder observarle mejor con las luces del comedor, su estatura era imponente y que decir de su rostro.

Era guapo, pero su estampa, la forma de hablar y hasta como se sentaba trasmitían dominio y la pobre mujer no sabía cómo comunicarle su petición.

—¿Quiere la verdad? —ella asintió —. Usted es la persona menos capacitada que se ha presentado por el empleo, pero por los requerimientos de mi hija, han desfilado por aquí un sin fin de los mejores chefs y ninguno de sus egos ha soportado el rechazo de mi pequeña.

—Y si soy inadecuada, ¿entonces? —Morgan levanto la mano para detenerla y que lo dejara hablar.

—Usted logró hacer que mi hija comiera y si requiere el trabajo, es más probable que no lo abandone tan rápido. ¿Eso contesta su pregunta? —los ojos de Sam la delatan, ¿acaso su vulnerabilidad era evidente?

—Tiene razón, necesito mucho este trabajo, he pasado por cosas —se detuvo antes de empezar a hablar de más.

—¿Algo más que desee agregar?

—Sí, me gustaría interactuar con Harper, ya se lo había pedido a la señora Rose, es simplemente para conocer sus gustos y facilitar mi trabajo.

—Me temo que eso de nada serviría —Morgan se levanta —solo haga lo que pueda con los recursos que se le proporcionan.

¿Por qué el sujeto sería tan inflexible?, una simple charla con aquella niña y casi Sam estaba segura de poder discernir si valía la pena tomar muestras para un análisis, ya que el señor Koch era de piel bronceada y sus ojos eran igualmente oscuros, hasta creía que con su cambio de temperamento estos variaban su intensidad.

Así que podría descartar de inmediato a la niña, Sam se fue suspirando y con el espíritu abatido, se recriminaba no haber prestado mayor atención la vez que Adele la llevo a verla, pero estando de espaldas no pudo ver más que la silueta de su perfil.

...

Morgan parecía estar molesto la mayor parte del tiempo y generalmente ese era el caso, su rostro tenía tallado el ceño de enojo.

Esa noche noto que Samantha, la nueva cocinera, estaba hecha un manojo de nervios, incluso intento suavizar el tono de su voz y evitar asustar a la mujer, por su bien, o de nuevo tendría que buscar quien pudiera alimentar a su pobre niña.

Y es que cuando nadie podía hacerlo, el personal que la cuidaba solía darle comida, chatarra, golosinas.

También mientras analizaba a la cocinera descubría que algo en ella le parecía muy familiar, tal vez la conociera de algo, desde la noche que la entrevisto no podía recordarlo y eso le preocupaba, acaso ya estaba perdiendo la memoria.

Maldigo el día que te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora