9. Miniestudio

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Sam

Había conseguido una pequeña victoria al poder alejarme de esa casa y apartarme de Carter, fue mucho más difícil y doloroso de lo que supuse.

Observar la cara de mi hermosa Florence era el mejor recordatorio de porque debía hacerlo, el viaje en aquel auto llego a su fin y comenzaba mi rudimentario intento de despistar a cualquiera que intentara localizarme.

Entre por unos instantes a la estación de autobuses, esperando que el conductor que me había llevado se alejará, fue allí que se me ocurrió.

—¡Hola! ¿Te encuentras bien? —me pregunto un señor.

No sabía que mi semblante delataba por completo mi estado precario —¡oh! Lo estaré en cuanto me aleje de este lugar.

—¿Problemas?

—Algo así —forcé una sonrisa que no convencería a nadie.

—¿Y a dónde te diriges?

—Para ser sincera no lo tengo muy claro —fui dejada por unos instantes en lo que el hombre contesto una llamada.

—¿Y usted a dónde viaja?

—Voy a San Luis a visitar a mi nieto, acabo de convertirme en abuelo.

—¡Vaya, pues felicidades! Perdone, me haría un favor. Le cambio mi teléfono por el suyo —me observo por unos instantes.

Saque mi teléfono, su expresión fue de incredulidad —pero... Ese es uno de los caros, el mío no vale ni la mitad del tuyo.

Se lo puse en las manos para que lo observara mejor —la verdad es que eso no me importa, solo necesito el celular para llamadas y lo básico de internet. Y ya no lo puedo tener conmigo.

—Consérvalo, mejor empéñalo, te darán buen dinero por el.

Mi idea fue mandar a pasear el teléfono, pero tenía razón, el dinero me sería de mayor utilidad.

Su último consejo fue cambiarle inmediatamente el chip y desconectarlo de cualquier aplicación de rastreo, casi lo había olvidado, al entrar a desactivar buscar mi dispositivo, me pedía la maldita contraseña, que ni recordaba en ese instante.

Veinte minutos más tarde aborde un taxi que me llevaría a comprar otro chip, y al recibir la confirmación de la dirección del departamento que rente, por fin pude dejar de dar vueltas, para ir directo a mi nuevo hogar.

Cerca de las 6 am, el administrador del departamento apareció para entregarme las llaves y recibir el dinero, algo extraño en estos días que todo mundo paga de forma electrónica.

—Ven, te mostraré, solo espero que no me ocasiones problemas. La mayoría de los residentes o son estudiantes o se la pasan trabajando, por lo que espero no recibir quejas de ruidos —me miro en forma de advertencia, y es que cada que buscaba nadie aceptaba niños.

El precio fue otro obstáculo, todo era caro y yo no podía permitirme por el momento gastar demás.

Y lo que conseguí fue un miniestudio, Carter se burlaría de mí, esto no tenía ni el tamaño del baño más pequeño de su casa.

La ventaja es que tenía una estufa, refrigerador y cama, para cuando cerré la puerta me sentí aliviada, como si las cuatro paredes me pudieran esconder y defender de cualquier cosa.

Observe detenidamente la cama, menos mal que estaba en buenas condiciones, coloque a Florence sobre esta y me dio tristeza, pero pronto todo cambiaria, estaba segura.

Los sándwiches nos duraron hasta el mediodía, fue entonces que mi pequeña y yo salimos a explorar los alrededores, principalmente porque necesitábamos ir a realizar el súper.

Una vez más debí prender el celular para buscar el supermercado, lo que encontré mientras íbamos a la parada del autobús fue una señal de que todo estaría bien.

Visitaríamos la tienda del Ejército de Salvación donde podríamos encontrar cosas a un precio inmejorable, yo que crecí en el sistema de hogares de acogida de menores, estaba habituada a utilizar dichos artículos.

Ya que una de las familias me mostró las maravillas que se podían encontrar, sobre todo que con pocos dólares podía vestir confortablemente, aunque siempre se es molestado por ello. La gente puede ser muy cruel, cuando no carece de bienes materiales.

Hace 5 años...

Carter

Soy el hombre más afortunado del mundo, los resultados del examen para graduarme eran satisfactorios y la mujer más hermosa que he conocido había aceptado ser mi novia.

—¡Carter! ¿Qué haces aquí?

—Pase para ver si podemos ir a cenar.

—Todavía no termina mi turno —fue su respuesta, pero yo ya había acordado con James, el dueño del bar, que le daría la inversión que requería para sus remodelaciones que pretendía hacer.

Así que eso me dejaba con la libertad de ir a sacar a mi novia del trabajo sin que nadie se opusiera.

—Vamos, pregúntale a tu jefe, tal vez este de buen humor y te deje salir antes —le guiñe el ojo.

Samantha dio la vuelta y en su camino a la parte trasera del bar para pedir permiso, me miro, ella era el ejemplo mismo de lo que uno buscaría en un empleado, era honesta y trabajadora.

Por el tiempo que llevaba saliendo con ella, no pedía permisos, no ponía excusas y jamás llegaba tarde, era un derroche de virtudes, que a veces no me gustaban porque me quitaban tiempo, que ella y yo podíamos pasar juntos.

Al regresar con su bolso y su chaqueta —eres un suertudo, James debió ganar la lotería, estaba feliz de dejarme salir, y es extraño.

—Tal vez fuiste su buena acción del día —ella alzó los hombros, estaba asombrada.

Luego de la cena, la lleve de regreso al dormitorio de la universidad, quedaba poco tiempo para despedirme, así que la tome en mis brazos y la besé. Ese simple acto siempre me dejaba con la mente en el limbo.

—Y bien, ¿ya me dirás a qué se debió la cena?

—Sí, tenemos algo que celebrar, pero ir a sacarte del trabajo y cualquier invitación es por el simple hecho de no resistir las ganas de verte y tenerte cerca.

—¡Carter!

—Muy bien, aprobé el examen.

—¿Pensaste que no lo harías? Estudiamos mucho para eso. ¡Felicidades! —sus abrazos eran tan reconfortantes.

—Claro, gracias a eso pude pasar muchas horas admirándote.

—¡Ah! Por cierto, yo también tengo buenas noticias, me llego un correo, me invitan para que vaya a una entrevista.

—¿De qué?

—¿Ya se te olvido? El currículo que me ayudaste a entregar. Industrias Koch me podría dar una oportunidad para hacer una pasantía. —En ese momento no me gusto lo que escuche, pero quería corroborar.

—¿Y dónde sería la pasantía?

—En Nueva York. —ella me miró con cautela, así que tuve que fingir que me alegraba, la realidad es que ni loco quería que ella se alejara.

Maldigo el día que te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora