8. Sin un adios

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Al día siguiente, al contarle a Amelia lo sucedido, ella le dio un sobre, con algo de dinero en el interior, no era mucho, pero al menos podría ayudarla.

—Sam, ¿ya lo decidiste? —la mujer se frota las manos y su rostro está lleno de incertidumbre.

—No tengo otra opción, Carter me detesta con todo su ser y yo pensé que la mejor forma de arreglarlo era seguir aquí. Pero... ¿Y si no tiene solución?

—Es que yo no sé cómo es que el señor se cegó. ¿Lo sigues amando a pesar de lo que te ha hecho?

—Mi amor por él no se ha terminado, y eso es lo malo, que de permanecer aquí lo seguiré justificando.

—¿Qué piensas hacer allá afuera?

—Creo que lo más importante por el momento es lograr salir de aquí y cuando lo haga, buscaré respuestas.

—Prepararé todo para irnos.

—No, Amelia, te agradezco por todo tu cariño y por este préstamo, porque te lo devolveré. Pero no puedo dejar que me sigas, cuando no tengo a donde ir o una forma de sostenernos a las tres. Me mantendré en contacto y cuando me establezca, si aún lo deseas, te llevaré conmigo.

—Entiendo, aunque yo podría buscar otro trabajo y...

—No, Amelia, eres bondadosa y no puedo permitirte hacer eso —Sam la abraza fuertemente, Amelia comprende que también es un proceso al que la mujer debe enfrentarse. Valerse por ella misma, porque hasta esa libertad le quito su esposo.

—De acuerdo, preparemos tu escape...

Samantha intentaba recordar si tenía algo que le perteneciera en aquella casa y sí que lo había, pero para eso necesito que Amelia distrajera a los empleados para poder entrar en la recámara de Carter.

De entre sus pertenencias tomo algo que ella compró con su dinero y que le había obsequiado a su esposo, por lo tanto, era de ella, usando la lógica que él le aplicó a esta al quitarle todo.

El plan fue simple, todos bajaban la guardia cuando Carter llegaba a casa, así que ese sería el momento.

Sin nada más que con la ropa que traían puesta, Samantha envolvió a Florence y la cargo, solo una bolsa con unos sándwiches es lo que se permitió llevar. Con ayuda de Amelia desactivaron la alarma que por fortuna no había sido modificada.

Como si de una ladrona se tratara, Samantha tuvo que escapar en la madrugada a hurtadillas de la que le habían dicho era su casa.

Amelia las acompaño hasta la puerta que daba a la calle, y ella misma jalo el portón para cerrarlo, minutos más tarde regreso para ir a digitar los números que reactivarían la alarma, satisfecha con haber ayudado, se fue a su habitación.

Una vez fuera tuvo que caminar para alejarse, pues aquellas no eran casas pequeñas, era una zona rica, lo bueno es que a esa hora no circulaba nadie, quizá las cámaras perimetrales captaran su caminata, por lo mismo había decidido pedir un vehículo en donde Carter no pudiera obtener una imagen que la llevará hasta ella.

Por fortuna el chofer aguardaba a sus pasajeras y aquel viaje lo recordaría por la hora y porque le pediría llevarla a la estación de autobuses más cercana, no importaba cuál.

Ese día Sam no tuvo descanso alguno, pues su recorrido fue largo y extenuante, por fortuna su pequeña no se incomodó por el viaje.

...

Para Carter era un día más, se alistó para ir al trabajo y partió sin saber que su vida se había arruinado para siempre, pues la parte importante de su hogar iba rumbo a una nueva y mejor vida.

Amelia hizo exactamente lo que le había pedido, cerca del mediodía entro en la recámara que Carter ocupaba y sobre la cama dejó un sobre.

El infierno se desató por la noche cuando Carter llegó, inexplicablemente ese día no agarro rumbo al primer bar que se le ocurrió, quizá si existieran esas mentadas corazonadas y él había tenido una.

Tocar aquel sobre le dio una sensación desagradable, pues últimamente esos malditos papeles solo hablaban de desgracias y al verlo lo confirmo.

Eran los documentos del divorcio, la última hoja tenía estampada la firma de su esposa, sonrió, el atrevimiento de esa mujer era descarado, pensó.

Dejó caer las hojas y fue a buscarla, al llegar frente a la habitación que ocupaban ni se molestó en tocar a la puerta simplemente bajo la manija y la abrió, sus ojos le mostraron una imagen sorprendente, la habitación que él con Sam habían diseñado para Florence ahora era un lienzo en blanco.

Estaba vacío, por supuesto que él había ordenado que así lo dejaran, pero verlo él mismo le hizo miserable, el espacio inmenso le sofoco, y ellas no estaban a la vista, paso tras paso le parecieron un desperdicio.

Su viaje al baño fue en vano, tampoco estaban allí, se suponía que este era su escondite cuando él se encontraba en casa.

A la primera persona que se le cruzó le cuestiono por el paradero de Samantha, pronto llamaron a Amelia que era la que siempre estaba con ellas.

—No sé, señor, yo las deje en la habitación de Florence.

Todos fueron a buscar en la propiedad y es que era enorme, aun así, nadie encontró rastro de ellas.

A Carter le hervía la sangre, su primer pensamiento fue que se había largado con su amante, claro, como ya no podría sacarle nada, pero no era justo, él aún no estaba listo para divorciarse, qué pasaría con su odio.

Estaba dejando pasar algo por alto, de repente lo supo, regreso a su habitación y tomo el sobre, estaba membretado con el nombre de la firma de abogados que usaban.

Amelia una vez más es llamada, ella simplemente le revela que su madre había ido a la casa y le había dejado claro a Sam la postura precaria en la que se encontraba y que de no firmar aquellos papeles trapearía el piso con ella.

Carter tenía sentimientos encontrados, la odiaba, pero también la amaba o eso creía, pero ya no sabía ni lo que sentía.

Eso no podía quedar así, por lo que los siguientes días se empecinó en buscarla, contrato a investigadores que le devolvieran a su mujer.



Maldigo el día que te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora