17. Por poco

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El último tesoro que Sam y Florence colectaron de la tienda de segunda mano fue su maleta y una caja, extrañamente la niña estaba de buen humor y se balanceaba de la mano de su madre dando unos brinquitos.

Al doblar la esquina para llegar a su estudio, Sam se detuvo y jalo bruscamente a su hija, tomaron refugio inmediato tras los arbustos y la barda de la construcción más próxima.

Delante del edificio donde tenía casi tres meses que vivián, estaba estacionado el auto de Carter, un Audi, además ella conocía las placas, por si las dudas asomo la cabeza y dio un vistazo más detallado.

La primera emoción que sintió la mujer fue miedo, su pecho parecía un tambor, su corazón acelerado temía que su esposo fuera por ella, pero solo con la intención, bueno, no sabía con qué intención.

De lo que sí estaba segura era que aquel hombre no le creía y por ello solo entorpecería su búsqueda, y ella estaba convencida de que iba por buen camino, solo le quedaban dos niñas más por conocer.

Su deseo lo sentía cada vez más cercano y quizá ese era su temor, ser obstaculizada, y cuando su cerebro les dio lógica a todas sus emociones, llego a ella la descarga de adrenalina, debía volver a alejarse.

—¡Mami! —Florence que se había soltado de la mano de su madre, se asomó, sin la menor precaución.

Sam la tomo de vuelta, pero era tarde, el chofer había visto a la niña y obviamente la conocía, el hombre saco el celular y los ojos de ambos se conectaron, la mujer lo vio con terror, su mueca le imploro al hombre que no lo hiciera.

El chofer volteó a todos lados y, ya que no vio a nadie, solo movió la cabeza para indicarles que se fueran, Sam dibujo las palabras en sus labios —¡gracias! —aquel hombre recordaba perfecto la escena que vio en la casa cuando su jefe tenía a aquella mujer por el cuello.

En aquel entonces no pudo hacer nada, hoy era el día de pagar un poco lo buena persona que había sido la señora con él, ya que ella le proporcionaba desde ropa, hasta útiles escolares para sus hijos.

Carter, ese día, se aferraría a esperarlas hasta el día siguiente, cosa que no serviría de nada, pues Sam logro salir del estado, en un tren rumbo a su nuevo destino.

...

Una vez más y con las manos vacías llegaba Sam a otro lugar, y nuevamente Carter había tenido algo que ver, un viaje de más de veinte horas fue exhaustivo, no tan incómodo porque por la mitad del precio, personal del tren se compadeció de Sam y su pequeña niña.

Así que las dejaron ocupar un lugar en un camarote donde pudieron dormir, pero el viaje no estaba ni remotamente trazado, no tenía una preparación, así que le toco estar en la estación del tren para poder buscar alojamiento.

Florence demandaba atención y con cada minuto se desesperaba más, y los precios del alquiler en Nueva York estaban por las nubes y ni siquiera esperaba tener un gran lugar, buscaba algo similar al miniestudio de Chicago.

Pronto sus estómagos con gruñidos manifestaron su necesidad de alimentos, de nuevo Sam busco en su teléfono un lugar en el que poder alojarse aquel día y de paso donde satisfacer su apetito.

El hostal para viajeros de bajo presupuesto cerca de la central del tren les ofreció cobijo y unas máquinas expendedoras que contaban con comida chatarra, a la que Sam tuvo que acudir como último recurso.

Llevaba dinero, pero no como para que le durara por mucho, lo que le dieron por el reloj había sido un robo, pero ningún otro lugar que hubiera visitado se lo pagaría mejor, daba gracias a cualquier deidad que no hubiera dejado aquel dinero en el estudio, porque entonces si hubieran estado en problemas.

Su salida estaba marcada a las diez de la mañana, y al menos ya tenía dos aceptaciones, los requisitos de nuevo eran problemáticos, porque al buscar un espacio pequeño, los administradores de los lugares solo lo veían conveniente para una sola persona.

Sam tenía que recurrir a explicarles que solo sería su dormitorio, pues ella trabajaba y su pequeña estaría en la guardería.

Mentiras, todas y cada una de las explicaciones que daba, no tenía trabajo, ni guardería, pero consideraba que eso se solucionaría.

Con una pizca de confianza ya había logrado llegar hasta ese lugar, que hace algunos años la hubiera alojado, de no ser por la falta de suerte con la que corrió al no conseguir entrar a sus prácticas.

Del primer lugar salió corriendo, era un lugar insalubre por decirlo de la forma más amable, era inhabitable, pobre gente que no tenía de otra, Sam camino de prisa y se fijó a su salida de que ninguna de ellas llevara algún bicho de los que vio.

El segundo lugar la dejo deslumbrada, solo que este le costaría cuatrocientos dólares más, y eso era una cantidad considerable, pero no quería que contrajeran una enfermedad y terminaran en el hospital.

La explicación que le dieron es que preferían rebajar el precio hasta en un cuarenta por ciento en vez de que se quedaran vacíos los espacios y terminar sin siquiera recuperar los costos, además el gobierno estaba subsidiando la vivienda, para aliviar el alza en los que perdían la posibilidad de poseer un techo.

Y es que Sam y Florence en su corta estancia vieron ciertos barrios en los que desaconsejaban vivir por el alto número de personas en situación de calle y adictos.

Para que pasaran por alto los requisitos documentales, ella pagó tres meses por adelantado, con la promesa de llevar aquellos documentos cuando los tuviera.

...

Sam jamás había sido religiosa, aunque en las casas de acogida, algunas familias la habían llevado a sus centros religiosos, recordaba que en ellos encontró personas buenas y otras no tanto.

Y bajando dos cuadras se encontraba una iglesia católica a la que se vio con la necesidad de visitar, pues le gustara o no, esos lugares te podían dar con bastantes detalles el pulso de la comunidad.

En efecto, la recepción por parte de sus feligreses fue la esperada, querían conocerla y cuando dijo que necesitaba orientación, no dudaron en ofrecerle amplia información.

Allí consigue los números de varias personas que cuidaban niños en sus hogares, porque aquí no era como ir y llevar tu pequeño a una guardería, eran tan estrictos con los ciclos escolares y por ningún lado aceptaban a Florence.

...

Luego de dejar a su niña con la señora Felman, Sam, que ya había estado buscando la forma de ver a la hija de Alice Stanton, la dirección la llevaba a una de las zonas ricas de Manhattan, el costado sur de Central Park.

Y cada vez que miraba ese edificio de múltiples pisos solo podía suspirar, ¿cómo podría entrar en aquel lugar?, el departamento estaba muy arriba, consideraba que aquella madre debía de ser muy exitosa o provenir de una familia muy rica, para vivir en aquel sitio.

Desconocía si aquellos lugares se podrían rentar, más bien eran adquiridos y esos costaban millones.

Tres días y no lograba ningún avistamiento, así que comenzó a hablar con los vendedores de los puestos de la acera de enfrente, principalmente con el de pretzeles, quien con la curiosidad de haberla visto allí le cuestionó el motivo.

—¿Qué hace, busca algo o a alguien?

Con media sonrisa y acomodando una hebra de cabello tras de su oreja —¿es muy obvio? Me dijeron que buscaban una empleada de servicio, pero perdí la dirección y estoy intentando ver si veo a la señora que me la dio, dijo que trabajaba allí.

—¿Y cómo sabe que es en estos edificios?

—Bueno, es que me dijo que estaba saliendo de la estación del metro —Sam, señalo.

—Vaya y pregunte, allá con ese señor, es el que siempre está al frente del lobby. Ande no sea tímida. —El hombre meneo la cabeza, pensando que con ese carácter la mujer, aunque muy bonita, no llegaría muy lejos.

Un día más vigilando estaba fuera de discusión, ya no sería creíble la mentira que acababa de decir, así que cruzo y decidió ver si aquel día la suerte la acompañaba.


Maldigo el día que te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora