24. Acéptelo

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Las calamidades no llegan solas, las mejores batallas son dadas a los que deben aprender lecciones.

Días después...

Algunas veces Sam, luego de llegar del trabajo y recoger a Florence, quería un minuto, así que llego directo a la cama y se tiró, la fuerza hizo que la cama diera un respingo.

Sería solo un instante, no tuvo el lujo de gozar de la sensación de confort por la suavidad de la cama, cuando Florence empezó a llamarla.

—¡Mami, mami! Agua, agua —Sam giro la cabeza y respiro hondo.

—Mi cielo, en tu botella tenías, sácala del bolso.

—No, mami, llueve, llueve —aquello le pareció extraño, aun así, no se levantó.

—Florence, debes haber visto mal, aún no es temporada de lluvias.

—No, mami, aquí llueve...

De forma lenta y pesada la madre se incorpora, arrastra los pies y sale de la habitación, se le queda viendo a su hija que está cerca del baño y con su manita señala al techo, desde la puerta del baño hasta donde se encuentra la pequeña se ve como corre una línea de agua por el techo.

Florence decía que llueve porque cuando se acumulaba suficiente agua, esta caía al suelo, todavía viendo aquello Florence chapotea en el charco que se ha formado.

—¿Viste? —Sam solo asiente.

—Ven, no te mojes, no quiero que te enfermes.

Una vez que tiene lejos a Florence, Sam va al baño para averiguar de donde sale esa agua, al abrir la puerta, ve el desastre, quiere cerrar la puerta, pero es tarde, el agua acumulada sale y el techo se vence y se viene abajo, la mujer solo salta para atrás.

—¡No puede ser! —Sam corre a su recámara para tomar su celular y llamar al número que le proporcionaron de mantenimiento.

A pesar de que le responden de inmediato, le dicen que les tomara cuarenta minutos llegar y cuando ella explica la gravedad solo le dicen que acuda con el vecino de arriba para que cierre su agua.

Eso hace Sam, se lleva a Florence y va a tocar la puerta del departamento que está justo encima del de ella, pero nadie atiende.

Sin nada que pueda hacer, solo baja a su departamento y junta lo que más puede, intenta levantar y cubrir los muebles, pero el agua no tiene salida y ella no la puede contener con baldes o trapos.

Ahora ella, con el temor de estar allí, baja la energía eléctrica, todo lo hace a oscuras, para no terminar electrocutada y cuando llega la ayuda todo es un desastre.

Los dos hombres de mantenimiento la miran como si aquello fuera su culpa, cierran el agua del departamento de arriba, cosa que Sam nunca hubiera podido hacer, pues el cuarto donde están los mandos se encontraba bajo llave.

La inspección la hacen con linternas, por el momento le dicen que no puede seguir habitando el lugar y que en unos días le entregarían el dictamen, es decir, llamarían al seguro y verían cuando podían comenzar los trabajos.

Florence estaba más dormida que despierta, por lo que Sam opto por buscar un hotel en el que pudieran pasar aquella noche.

...

Sam era como un reloj, llegaba a la misma hora, ni tocar la puerta era necesario, la señora Rose le abría, pero ese día el aspecto de la cocinera era todo menos pulcro, su ropa estaba limpia y estaba peinada, pero su rostro evidenciaba la fatiga.

—¿Estás bien?

—Si, ¿me veo mal? —Adele llevo su mano a tocar la frente de Sam, no presentaba fiebre —. Quizá es el cansancio.

Con aquello la señora Rose dejo que la cocinera comenzará su día, al llevar los platillos del señor Koch al comedor este achico los ojos para estudiarla.

—¿Está enferma? Puede tomar el día si lo requiere.

—No, mi salud está perfecta, solo es que no pude dormir.

—¿Sucede algo? —Morgan estaba entre curioso y presto para dar ayuda si se la requería, ¿por qué? Ni él lo sabía bien.

Sam sonrió cínicamente, solo a ella le pasaban esas cosas, tan bonito departamento que había conseguido —mi departamento se inundó. Pero descuide, eso no interferirá en mi horario, ya encontramos un hotel, en lo que se resuelve.

—Vaya, un hotel no es muy cómodo. ¿No tiene algún otro lugar al cual ir? —Sam negó —. Bien, le diré a Wil que le consiga otro departamento.

—No, señor, no se moleste, en cuanto lo arreglen quiero volver allí, es muy amplio, bonito y el precio es lo mejor.

—Como guste —Sam se retiró.

Desde que Sam trabaja en ese lugar nunca había visto al jefe ir a la cocina, no cuando ella estaba presente al menos.

—Señora Davis —Sam se sobresaltó —desde hoy puede usar una de las habitaciones de servicio.

—Es muy amable, pero estaremos bien en el hotel.

—No es por usted, es por su hija, acepte. Además, no será gratis, pienso hacer uso de...

—Muy bien, bien, gracias —el hombre se fue así como había aparecido de sigiloso, aceptar sin poner más resistencia era por tantas razones, que ahora le carcomerían la mente.

Qué tal si él se encariñaba con Florence, dicen que la sangre llama, debería hacer pronto ese análisis, pero intentaría quitarle a su niña, ella la había criado y la sentía muy suya, aunque no lo fuera.

Esa misma noche el señor Koch las encontraría abordando el ascensor, una maleta, un bolso y Florence en los brazos de la cocinera.

Sam detuvo las puertas para que su jefe alcanzara a tomar el elevador —buenas noches —dijo en voz baja pensando que la niña estaba dormida, pero al oír su voz, esta giro la cabeza y le sonrió.

—¡Ah, ya veo! Finges dormir para ser cargada por tu madre —Florence llevo su dedo índice a su boca para indicarle al señor Koch que se callara, pues la estaba descubriendo.

Cuando llegaron a su piso, Morgan se ofreció a llevar la maleta y el bolso, Sam le agradeció.

Las acompaño hasta la habitación y dejo sus pertenencias sobre una silla, en lo que Samantha dejaba a su hija en la cama, para cuando el hombre se despidió y les deseo buenas noches.

Florence le respondió en coreano —¡yal-ya-io! (que duermas bien).

Morgan observó el pesar en la mirada de Sam, luego salió, pero antes de salir, la mujer detuvo la puerta —¿desea que le caliente algo de cenar?

—Hoy solo descansa —Sam le sonrió de forma cálida, ciertamente se estaba disipando la imagen de enojón que tenía.

...

Morgan, antes de ofrecerle a Samantha vivir en su casa, ya había llamado a su asistente para que consiguiera la información sobre el lugar donde vivía y averiguar si lo que decía era cierto.

En cuanto lo confirmo, se sintió que podía hacer algo por la niña y su madre, desde que tuvo datos de su cocinera estaba intrigado.

Ella estaba casada con un hombre que gozaba de una economía holgada, su vida era buena, por qué una mujer que en apariencia parecía tenerlo todo, se iría.

Tenía estudios y si no se equivocaba era de esas personas que tenían valores como el trabajo, la honestidad, era comprometida, al menos lo que él había experimentado de primera mano.

En el fondo sabía por qué le llamaba la atención, era una madre que había salido de casa, pero con su hija y parecía ser lo más importante en su mundo, ¿por qué no todas las madres tenían ese instinto?

Esos pensamientos fueron lo peor, al estar durmiendo tendría pesadillas, de los malos momentos que había pasado con Alice y la forma tan horrible en que todo había terminado.


Maldigo el día que te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora