Jennie contemplaba a través de la ventana un escenario maravilloso. Las flores, la decoración, los manteles; todo lucía espectacular y exclusivamente reservado para la novia. El bullicio de las conversaciones y las risas, los niños correteando, creaban un ambiente de cuento de hadas. La vista era tan impresionante que Jennie deseaba capturarla una y otra vez en su memoria. Se sentía como en el día de su boda soñada, pero ahora se daba cuenta de que era mucho más que eso. Mientras la estilista retocaba cuidadosamente los últimos detalles de su vestido, Jennie suspiraba maravillada al observar a través de la ventana polarizada a la persona que le robaba el aliento.
Jennie sabía que caminar por el pasillo sería una de las cosas más aterradoras que haría en mucho tiempo. Los nervios le oprimían por dentro.
En medio de sus divagaciones, con la mirada fija en las esquinas de la habitación, percibió un ligero sonido, el click de la puerta al cerrarse. Al observar a través del espejo, vio a Lisa totalmente paralizada. Sus ojos brillaban con intensidad, su sonrisa era más radiante que nunca. Jennie suspiró una vez más, intentando contener toda la tormenta de pensamientos que invadían su mente.
Lisa dio pequeños pasos, Jennie observo cómo su vestido rozaba delicadamente el suelo. Era un momento agridulce, ya que el vestido de Lisa complementaba perfectamente el suyo, algo que siempre hacían cuando compartían algún evento especial. Ella misma había confeccionado los vestidos, y Jennie admiraba la forma en que el vestido abrazaba el cuerpo de Lisa con sensualidad y delicadeza.
Jennie estaba segura de que Lisa aún no se había dado cuenta de que la observaba. Esta dinámica entre ambas había perdurado a lo largo de los años. Jennie era capaz de percibir cada pequeña reacción de Lisa, desde su asombro inicial hasta sus gestos nerviosos al contener la emoción. Y en ese momento, solo podía observar como Lisa limpiaba con delicadeza sus lágrimas. Esto le recordó a Jennie el momento en que ganó para Lisa un pequeño oso de peluche en esa tonta feria cuando eran adolescentes y Lisa lloró de la felicidad, sabía con certeza que se encontraba guardado en algún lugar de su habitación.
Jennie sentía que todos sus sentidos estaban agudizados, absorbiendo cada detalle a través de ese espejo. Su corazón latía tan rápido que temía que en algún momento se le saliera del pecho. Tragó saliva con fuerza y, dejando a un lado sus sentimientos, cerró los ojos y los volvió a abrir, preparándose para lo que estaba por venir.
Lo que Jennie no esperaba era que, al encontrarse con la mirada de Lisa a través del espejo, su alma se sintiera completamente hechizada. La expresión en el rostro de Lisa la dejaba sin palabras, era como si Jennie fuera lo más hermoso que Lisa hubiera visto nunca. Lisa estaba a tan solo un paso de ella.
Sintiendo unas manos suaves posarse en sus brazos y luego un beso delicado en su mejilla. Cerró los ojos con fuerza, conteniendo las lágrimas que amenazaban con escaparse.
-Jen, te ves como un hermoso ángel. Estás tan perfecta. Deberían pedir permiso para apreciarte.- Dijo Lisa con una risita antes de alejarse, dando un paso atrás. Cada palabra de Lisa causaba estragos en el interior de Jennie. No quería que se alejara, quería que estuviera tan cerca que su esencia se quedara impregnada en su piel.
Jennie dio la vuelta para enfrentarse nuevamente a lo que ella misma consideraba un ángel.
-Tú eres quien se ve absolutamente hermosa, como una diosa.- Respondió Jennie, devolviendo el cumplido con firmeza, aunque su voz se quebró un poco y una lágrima escapó de sus ojos.
-Hey, no. Dijimos que nada de llorar hasta que termine la ceremonia. No queremos arruinar el trabajo que hizo la maquilladora, aunque en mi opinión experta, no tuvieron que hacer mucho. Siempre te ves preciosa.- Lisa mencionó tratando de consolar a Jennie.