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Victoria

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Victoria

Entrar a Eclaire estaba en mis planes incluso antes de comenzar a fingir ser la novia de Austin.

Tenía exactamente siete minutos. Minutos que me ponían la piel de gallina, como cada vez que estoy por hacer algo muy grande a mi propio nivel profesional.

Con cada paso que daba, intentaba canalizar mis emociones y protegerme a mí misma de ser descubierta, un juego emocional con mi cuerpo que estoy segura de que ganaré; siempre gano.

Cruzo el lobby y el hombre de seguridad está abriendo el delivery que envié hace quince minutos: una hamburguesa doble carne con papas fritas, un capuchino y una coca-cola fría.

Comienza a dar saltitos de felicidad cuando abre la hamburguesa y le da un mordisco.

Sonrío y con agilidad llego hasta las escaleras de emergencia que conectan cada piso. Ya me aseguré de ello consiguiendo sobornar a un trabajador de manera anónima para que consiguiera los planos completos del edificio y una tarjeta llave para acceder a las puertas.

Eso y quitarle de su historial criminal un par de acusaciones a su nombre.

Abro la puerta que anuncia la Salida de emergencia y agradezco que no haya nadie por los pasillos, son más de la una de la mañana, lo que menos quiero es tener que dejar inconsciente a alguien Justo ahora.

Abro mi computadora conectándola a un conector de la pared y moviendo mis dedos ágilmente sobre el teclado, inserto un sistema de conteo regresivo que hará que las cámaras se desactiven y solo muestren repetidas veces lo que sucedió hace una hora.

Cierro mi computadora y comienzo a moverme ágilmente, seis minutos y contando.

Entro a la oficina principal de trabajadores, solo necesito acceder a su Wifi. Bingo.

Entro nuevamente, ahora tengo más tiempo que antes y comienzo a activar mi sistema anti huellas. Accedo a la carpeta que me había faltado y de paso comienzo a leer un documento sobre la mesa para ver si debo llevármelo también.

Nada.

Busco a mi alrededor y todo está oscuro menos esa oficina. La oficina de Enzo. Último o la carta de seguridad que me ayude el día que vine aquí pero la pantalla se pone roja denegando y pide un código.

Tres minutos.

Busco alrededor de la pantalla algún lugar por donde pueda conectar mi computadora y si. Una pequeña abertura que no traje, pero que definitivamente tengo.

—No puede estar aquí.

Me giro bruscamente y me encuentro a un hombre vestido de negro, con una linterna que ilumina su rostro oculto tras mi gorra y mi cubrebocas.

—¿Quién demonios eres? —grita haciendo que me ponga recta.

Sin esperar respuesta, me lanzo hacia él, pero cometo el grave error de apartar la mirada hacia mi computadora. ¡Solo un minuto para terminar el proceso! ¡Dos minutos de tiempo restante!

Peligrosamente EllaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora