Chimenea en tu espalda

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Huele a madera vieja, huele a carne,
apesta a mi silencio, a lo que trago
y a lo que sólo puedo decir en mi cabeza
y traduzco con los gestos
concentro el grito de la memoria
para que no se escape el momento.

Sólo queda seguir mirando,
sin decirte cuantos suspiros han salido de mi boca
cuanta calma de mi vientre.

En el preciso instante la cabaña se derrumba
el suelo se hunde
y a flote sólo queda esa silla, esa silla,
la copa, esa silla, la hebra de cabello iluminada
y tu, perdida en un mundo diferente
que escribió quien sabe quien y quien sabe donde
yo hundido, sin querer ir a la cama
ni besarte acercándome a tu cuello
porque las pupilas quieren dejar como un rayo
la imagen de una polaroid pegada al paladar
al olfato, a la garganta.

La copa encierra al vino que se seca en el abismo
no se quien soy mañana, ni quien seré ayer,
no se quien fui hoy, un juego, un quiebre
una patada, o el fuego o la madera
lo que no se respira rezando ni leyendo .

Como si no advirtieras mi presencia
pareces indiferente, a la vez tan mía,
aunque sepa que quizás te devoren los leones
siempre terminan con todos los leones del reloj.

Se me daría mejor la mierda de los bares
aún así prefiero este silencio
ver la cabaña hundirse, el vino impermanente
el crescendo rítmico y numeral
de los mundos que incorpora esas letras
a medida que se van desgastando tus dedos en las hojas.

Dalí del Exilio

El habitanteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora