Manos infectadas de sangre,
lágrimas brillando en el suelo desgastado
cansadas las flores de ver secar las hojas,
caramelo indecente de besos hilvanados
ver morir historias, como ver victorias.
Eco penetrante de vuelos en levante
que se quedan suspendidos a punta de montaña
con los ojos cerrados a los peñascos ansiosos
deseosos de los árboles que miran desde arriba.
El mejor y más ardiente veneno viene
es delicado el cofre que esconde sus secretos
transparente y frágil, y el cielo despejado
pues me tragué sus nubes turbias.
Pase usted por mi casa,
ésta, la de salas vacías
con pinturas colgadas
hechas con esencias
de rosas, de jazmines,
alumbrada por antorchas
con techo de estrellas,
pase usted por mi casa
siéntese,
puede que mis divagaciones disertadas
llenen un poquito su mirada
toquen su corazón de alguna forma;
camine descalza en mis alfombras
verdes gramas ahora secas,
acompañe un rato mi silencio señora
pase usted por mi casa
y con oídos atentos seguiré escuchando su historia
con boca cerrada llegaré al final de mis días
con mirada firme contemplaré sus peñascos,
pase y cierre le puerta
no sea que entre primero la brisa
que con salitre y azufre dañe mis pinturas,
la única sal que puede tocarlas
es la de sus dulces lágrimas,
le regalo mi pañuelo,
teñido con antiguas formas,
pase usted por mi casa y cierre la puerta
pero pase, sin dejar ni medio pie por fuera...
pase, que mi casa es suya
quédese, quédese y observe mi mirada mientras se pueda
mientras aún es húmeda, mientras se parezca a la primavera...
pase usted señora, que todo está dispuesto a su presencia
pase usted a este corazón que es mi casa,
tiene la puerta abierta...
Dalí del Exilio