I take my

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Advertencias: Ninguna.

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Limpiar los pies de alguien habría resultado humillante para cualquier persona, pero para Hina era un acto de servicio. Algo que haces porque quieres hacerlo, porque te trae satisfacción ver la reacción de la otra parte.

Sukuna la miraba, él tan imperturbable como siempre, pero la joven tenía una sonrisa.

Había algo en él que la hacía sentir feliz, tal vez por su ceño arrugado cada que escuchaba sus historias, o la forma en la que sus manos rodeaban su cintura y la apretaba con fuerza. Ella sabía que él la podría matar, pero no lo hizo, ni estuvo cerca de hacerlo, incluso si la amenazó.

—¿Has tocado el mar? —preguntó sin saber qué decir o preguntar para aligerar el ambiente—. Mi abuela me contó sobre el mar, que era agua salada, que maravilla.

El de cabellos rosados asintió aburrido—. Sí, bueno es salado e inmenso.

—¿Qué tan inmenso? —la menor alzó la cara.

—Inmenso significa lo mismo siempre —respondió de mala gana. Sus ojos carmín la miraron fijamente, casi devorándola.

Sí, en el pasado había visto mujeres hermosas, y también concubinas con cuerpos eróticos, que estaban dispuestas a abrir sus piernas por dinero. Pero Hina era una belleza en toda la regla, castaña y de ojos verdes, el cabello ondulado naturalmente, un olor tan dulce y adictivo. Ella era frágil, sus manos suaves, nunca había trabajado en el campo, su piel era tersa, lo supo en cuanto la mordió.

La castaña se puso de pie y retrocedió unos pasos. Sonrió satisfecha, y dejó la tela de lado—. Gracias por mostrarme el bosque, la verdad es que cuando te conocí fue la primera vez que puse un pie más allá.

El hombre alzó los hombros desinteresado—. No es como si hubiera algo interesante ahí.

La muchacha imitó su acción—. Fue lo mejor de mi día.

Sukuna se puso de pie y la arrinconó contra la pared—. Si eso fue lo mejor de tu vida, entonces ves lo patético que es.

La castaña estiró las manos—. Haremos eso otra vez, ¿Verdad? —su sonrisa no desaparecía incluso si el hombre la intimidaba.

—No —respondió desganado. El día era lo suficientemente frío como para volver a salir y enfermarse—. El invierno se acerca, así que deberías quedarte dentro, seguramente morirías de hipotermia.

Sukuna la miró un buen rato, Hina jugaba con los kimonos de seda que había llevado para ella, con un pequeño regalo del jefe de la aldea. Cualquiera se habría dado cuenta de sus intenciones al enviar tales objetos, era obvio que trataba de cortejarla, pero la de ojos verdes no lo entendía.

—Oye, estira tu mano —pidió el más alto, que ya tenía su propia extremidad recargada de energía maldita. La menor tocó apenas sus dedos antes de ser repelida con fuerza, cayendo de espaldas—. Harás eso hoy, ponte de pie.

𝙏𝙤 𝙨𝙬𝙚𝙚𝙩 [𝙎𝙪𝙠𝙪𝙣𝙖 𝙭 𝙊𝘾]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora