Capítulo 17

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Lisa

En el pasado

Menudo día de mierda. Perder a dos hombres contra esos putos moteros ya era malo, pero perderlos por tener un topo entre los nuestros era peor. No sabía quién era, no con certeza. Muchos detalles apuntaban a Wonwoo. No había estado presente en la cena de Navidad de hacía dos días, pero ese día debía estar vigilando a Sana.

Era cerca de medianoche cuando entré en casa. Esperaba que todos estuvieran ya en la cama, como siempre. La luz llegaba al recibidor desde el salón. La seguí y encontré a Leo en el sofá, estaba jugando con una pequeña tableta y tenía el ceño arrugado por la concentración. Me acerqué a él.

—¿Por qué estás despierto todavía?

—No puedo dormir. El tío Wonwoo me ha regalado esto.

—¿Dónde está?

—Arriba, con mamá. Están jugando.

Ni siquiera levantó la vista; estaba completamente absorto en los colores de la pantalla. Aquel era, precisamente, el motivo exacto por el que nunca había querido que tuviera una de esas cosas.

—¿Jugando?

Leo asintió, distraído.

—Sí. El tío Wonwoo me ha dado esto para que yo también juegue.

—Quédate aquí y sigue jugando —dije con voz firme antes de encaminarme hacia las escaleras y sacar la pistola.

Subí los escalones asegurándome de no hacer ningún ruido.

Me detuve a escuchar frente a la puerta del dormitorio de Sana. Al otro lado, alguien gruñía y una mujer gritaba. No eran los sonidos propios de una tortura.

Abrí la puerta de golpe, tanto que golpeó la pared de atrás.

La ira me recorrió las venas ante la imagen que encontré allí. Sana, mi embarazadísima esposa, sentada a horcajadas sobre su medio hermano, desnudos los dos.

Mi mujer follándose a su medio hermano.

Por un segundo, ninguno de nosotros se movió.

Sana dejó escapar un grito y se cubrió los pechos, como si yo tuviera menos derecho a verlos que su asqueroso medio hermano. Ambos intercambiaron una mirada y entonces supe que llevaban haciendo eso desde hacía tiempo, quizás más del que ella y yo llevábamos casadas.

El sabor amargo de la traición floreció en mi boca seguido de una irresistible sed de venganza. Cerré la puerta. Wonwoo se quitó a Sana de encima y se lanzó a por la pistola que había sobre la mesilla de noche. Apreté el gatillo. La bala le atravesó la palma de la mano y se la reventó. Sangre y carne salpicaron por todas partes.

Wonwoo rugió de agonía.

—¡No! —chilló Sana mientras se ponía de pie a trompicones para ir a por la pistola.

Llegué a ella en dos zancadas y le rodeé las costillas con los brazos, justo por encima de la barriga.

—¡No! —volvió a gritar mientras forcejeaba entre mis brazos.

Le cubrí la boca con una mano y la arrastré hasta el cuarto de baño.

—Deja de gritar —gruñí—. Leo no tiene por qué oír nada de esto.

Sus gritos amortiguados no cesaron. Le daba igual si nuestro hijo oía la pelea. La metí en el cuarto de baño y cerré la puerta con pestillo antes de volverme hacia Wonwoo, que ya estaba saliendo del aturdimiento provocado por el dolor. Sana aporreó la puerta. Wonwoo intentó hacerse con la pistola de nuevo. Le disparé en la otra mano y sentí una enfermiza satisfacción al oír otro alarido de agonía. Cayó hacia atrás con un quejido ahogado mientras sostenía las manos destrozadas a la altura de sus ojos.

Dulce Tentación | Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora