Lisa
En el pasado, había venido a la casa de la playa en busca de paz y para recordarme a mí misma la belleza de la vida. Me levantaba temprano y bajaba al porche para contemplar el romper de las olas contra la playa de arena blanca, para escuchar el sonido tranquilizador del agua sin que me molestaran. A menudo me traía trabajo.
Ese día me había despertado tarde. Era algo que me había enseñado Jennie. Eran más de las nueve cuando salí al porche. Jennie y los niños ya estaban levantados. Algunas risas me llegaron desde la playa en lugar del silencio del pasado. No lo echaba de menos. No había venido en busca de paz interior ni para ver algo bonito. La paz interior me había encontrado a mí cuando Jennie entró en mi vida. Ya no tenía que conducir durante cientos de kilómetros para venir a la casa de la playa y sentir eso. Ahora me bastaba con volver a casa, al lado de mi mujer. Era demasiado preciosa para explicarlo con palabras, tanto por dentro como por fuera.
Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás para dejar que el sol matutino me acariciase la parte superior del cuerpo y el rostro. Muchos aspectos de mi vida seguían siendo oscuros espacios de violencia y brutalidad, pero mi hogar se había convertido en mi refugio.
—Amor, ¿por qué no vienes con nosotros? —me llamó Jennie.
La miré. Sostenía a nuestro hijo de dos meses en un brazo mientras con la otra mano se sujetaba el enorme sombrero de paja contra la coronilla. El viento se ensañaba con aquella cosa horrible. Había hecho las paces con su ropa estrafalaria, pero algunas cosas estaban más allá de los límites de mi tolerancia.
—¿Amor?
Aquella palabra no era un simple mote cariñoso surgido a consecuencia del hábito. Cada vez que Jennie la pronunciaba, lo hacía con todo su significado.
Jennie abarcaba esa palabra —«amor»—, ese sentimiento, en cada acción, en cada sonrisa, con cada fibra de su ser.
Me dirigí hacia ella, y la arena se adhirió a mis pies descalzos al atravesar la duna en dirección a la playa. Lily y Leo estaban bañándose en el frío océano, reían y se perseguían el uno al otro. Hacía calor para ser finales de octubre, pero el agua estaba helada. En Filadelfia, esos momentos de despreocupación infantil de Leo eran cada vez menos y se sucedían con menos frecuencia. Tenía casi trece años y el año siguiente pasaría a formar parte de la mafia; su decimocuarto cumpleaños sería el día de su iniciación. Sus ojos me encontraron por un momento y me dedicó una sonrisa infantil antes de que Lily le salpicase en la cara y su persecución prosiguiera. Llegué hasta Jennie, le rodeé la cintura con un brazo y le cogí la mano que estaba sujetando el sombrero para acercarla a mi cuerpo, con Luca entre nosotras. Una ráfaga de viento se llevó el sombrero, hasta que solo quedó el destello amarillo de uno de sus enormes girasoles a lo lejos.
Jennie me miró indignada.
—Lo has hecho a propósito.
La besé y ella se ablandó contra mi cuerpo. Me tendió a Luca, que miró hacia mí con unos ojos azul oscuro idénticos a los míos. Me colmaba de emoción ver nuestro parecido físico, pero no más que ver a Leo o Lily hacer algo que yo les hubiera enseñado, como jugar al billar. A ambos se les daba bastante bien. Los quería a los tres por igual.
—Tengo más sombreros iguales —dijo ella intencionadamente.
—Lo sé. He hecho las paces con tu amor por los girasoles. —Jennie había plantado varias de esas flores descomunales en nuestro jardín. Lo que un día había sido un césped bien cuidado ahora estaba lleno de juguetes (de los niños y de Kuku), de flores silvestres y de aquellas atrocidades amarillas—. Trajiste el caos a mi vida.
—Te gusta mi caos.
Leo y Lily seguían persiguiéndose en la playa. Kuku saltó de su sitio en la silla reclinable y se unió a ellos ladrando alegremente. El suelo de la casa de la playa estaría lleno de arena esa noche. En el pasado, eso me habría puesto furiosa.
—Pues sí. Más que ninguna otra cosa. Y me encanta nuestra vida. Me parece perfecta.
Jennie me besó en el pecho, sobre el corazón, y después hizo lo mismo en la frente de Luca.
—Nosotras la hemos hecho así. Trabajamos todos los días para conseguirlo. La felicidad es una elección.
No estaba segura de que aquello fuera cierto para todo el mundo, pero para mí, especialmente desde que Jennie formaba parte de mi vida, así era. Seguía pintando casi todos los días, e incluso tomaba cursos para mejorar su técnica. En uno de ellos, el profesor les había pedido que pintasen lo que ellos consideraban su versión de la felicidad.
Jennie había pintado a nuestros hijos, a Kuku y a mí dando un paseo por la playa.
Así de fácil.
Cuando miraba la foto de Jennie y nuestra pequeña familia que llevaba en la cartera, me invadía un sentimiento abrumador: la felicidad.
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Dulce Tentación | Jenlisa G!P
RomanceLisa es una jefa de la mafia que domina con mano de hierro la ciudad de Filadelfia. Cuando su mujer muere y se queda al cuidado de sus dos hijos pequeños, Lisa necesita una nueva esposa que les haga de madre. La elegida es Jennie, una joven adorable...