Capítulo 9

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Lisa 

Estaba que echaba humo. Jennie levantó la mirada con parsimonia, con actitud de saberlo todo. Esa era la ventaja de la juventud: creer que sabes cómo funciona el mundo y estar convencido de poder amoldarlo a tus ideales. Pronto se daría cuenta de que los ideales no son más que tonterías de adolescentes.

—Vamos —dije, y apreté los dientes.

No quería pagar la frustración de los últimos meses con ella. Al fin y al cabo, era culpa mía, por haber permitido el matrimonio y pensar que una niña de dieciocho años podría ser una buena esposa y una buena madre. Solo de imaginar que Jennie pudiera convertirse en una Sana 2.0 se me revolvía el estómago.

Jennie abrió la boca como si fuese a añadir algo más, pero le lancé una mirada de advertencia. Tenía que empezar a saber cuándo callarse. Torció el gesto, pero permaneció en silencio.

Primero la guie hasta el dormitorio de Leo. Abrí la puerta, pero no encendí las luces. La cama estaba vacía.

—¿Dónde está? —susurró Jennie, preocupada, mientras cruzaba la habitación hacia la cama.

Se me encogió el corazón. Di media vuelta, salí de la estancia y recorrí el pasillo. Unos pasos me siguieron y Jennie apareció a mi lado.

—¿Lisa?

No respondí. No podía.

La puerta del último dormitorio a la izquierda estaba entreabierta, tal como había temido. La abrí de par en par. La luz que entraba por la ventana iluminaba la pequeña forma de Leo en la enorme cama de matrimonio. Estaba hecho un ovillo encima del edredón, medio envuelto en su propia manta. Respiré hondo; detestaba el sentimiento de culpa que me asolaba por dentro. Gestionaba mucho mejor la ira hacia Sana.

Sentía los ojos de Jennie fijos en mí, el aluvión de preguntas que quería hacerme. En el silencio de la habitación, incluso las palabras que no decía me frustraban. Dio algunos pasos vacilantes en dirección a Leo. Le agarré el antebrazo bruscamente, con más fuerza de la que pretendía. Ella se encogió y me miró con un dolor que nada tenía que ver con mi firme sujeción. La solté al instante y me encaminé hacia la cama. Por un momento, me quedé mirando el rostro surcado de lágrimas de mi hijo. Solo tenía dos años; cumpliría los tres al cabo de un mes: una edad en la que llorar todavía era aceptable. Pronto dejaría de serlo.

Me agaché y lo cogí en brazos con cuidado para intentar que no se despertara. Siempre que lo hacía se revolvía y empezaba a llorar de nuevo. Esa vez, sin embargo, no se despertó. Su pequeña cabeza quedó contra mi pecho mientras lo acunaba, envuelto en su mantita.

Jennie me siguió en silencio mientras lo llevaba de vuelta a su habitación. Lo dejé en su cama, lo arropé y le acaricié el pelo con suavidad. Como sentía que no me quitaba el ojo de encima desde el umbral, me enderecé y me dirigí hacia ella, que retrocedió para que pudiera cerrar la puerta.

Jennie me observó con una expresión cargada de compasión.

—¿Siempre viene a tu cuarto por las noches?

—No es mi cuarto —respondí—. Es el de Sana. Yo duermo en el dormitorio principal.

—Ah... —Su confusión era evidente—. ¿No dormías con tu difunta esposa?

Apreté los dientes para tratar de contener la ira y, lo que era peor, la tristeza.

—No.

Me dirigí a la habitación de Lily y Jennie se apresuró a seguirme.

No podía dejarlo pasar, era demasiado curiosa.

—¿Porque tú no querías?

La atravesé con la mirada.

Dulce Tentación | Jenlisa G!PDonde viven las historias. Descúbrelo ahora