𝟎𝟒𝟑

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La noche había caído sobre el palacio, Y yo esperaba ansiosamente en los aposentos reales.

Las antorchas parpadeaban en las paredes, proyectando sombras danzantes mientras caminaba de un lado a otro, mis sandalias apenas haciendo ruido sobre el suelo de mármol pulido.

Finalmente, escuché sus pasos acercándose. Cuando Ramsés entró, noté de inmediato un cambio en su semblante. La ira y frustración que había visto antes habían sido reemplazadas por una expresión de satisfacción, casi de triunfo.

-Ramsés-dije suavemente, acercándome a él
-Has estado ausente durante horas. Estaba preocupada.

Él me miró, una sonrisa astuta jugando en sus labios.

-No había necesidad de preocuparse, mi reina. He estado ocupado resolviendo nuestro... pequeño problema hebreo.

Fruncí el ceño, intrigada y preocupada a la vez.
-¿Qué quieres decir? ¿Has decidido dejarlos ir al desierto como pidió Moisés?

Ramsés soltó una carcajada que me hizo estremecer.

-¿Dejarlos ir? Oh, no, mi amor. Tengo algo mucho mejor planeado.

Se acercó a la mesa donde reposaba una jarra de vino y se sirvió una copa. Tomó un largo sorbo antes de continuar.

-Verás, he estado pensando. Estos hebreos se han vuelto demasiado cómodos, demasiado seguros. Creen que pueden desafiarme con impunidad. Es hora de recordarles quién es el verdadero poder en Egipto.

-Ramsés-dije, acercándome a él -¿Qué estás planeando?

Él se giró hacia mí, sus ojos brillando con una intensidad que me asustó.

-De aquí en adelante, no daremos más paja a los hebreos para hacer ladrillos, como hasta ahora. Que vayan ellos y recojan por sí mismos la paja.

Sentí que mi corazón se encogía ante sus palabras.

-Pero Ramsés, eso hará su trabajo mucho más difícil. Apenas pueden cumplir con sus cuotas actuales.

-Exactamente-respondió, sus labios curvándose en una sonrisa cruel-Y aquí viene la mejor parte: les impondré la misma tarea de ladrillo que hacían antes, y no les disminuiré nada.

Me quedé sin aliento.

-Pero eso es imposible. No podrán cumplir con esas demandas.

Ramsés se acercó a mí, tomando mi barbilla entre sus dedos.

-Ese es el punto, mi querida Naliah. Veremos cuánto tiempo pueden mantener su lealtad a ese Jehová cuando estén demasiado ocupados y exhaustos para pensar en otra cosa que no sea sobrevivir.

Me aparté de su toque, incapaz de ocultar mi horror.

-Ramsés, esto es crueldad. Son personas, no animales.

-Son esclavos-espetó él, su voz endureciéndose -Y es hora de que recuerden su lugar.

Caminé hacia la ventana, mirando hacia la ciudad que se extendía más allá.

-¿Y si Moisés tiene razón? ¿Y si su dios es real y poderoso? ¿No temes las consecuencias?

Ramsés se acercó por detrás, colocando sus manos sobre mis hombros.

-No hay consecuencias que temer, Naliah. Soy el faraón, el dios viviente de Egipto. No me doblegaré ante las demandas de un dios invisible y su profeta exiliado.

Me giré para mirarlo, buscando algún signo de duda en sus ojos.

-Ramsés, te lo suplico. Reconsidera esto. Temo que estemos al borde de algo que no podemos controlar.

𝑳𝑨𝑩𝒀𝑹𝑰𝑵𝑻𝑯-𝑴𝑶𝑰𝑺𝑬𝑺Donde viven las historias. Descúbrelo ahora