𝟎𝟓𝟎

620 84 3
                                    

Las horas habían pasado lentamente, el incesante croar de las ranas resonando por todo el palacio. Me encontraba en los aposentos reales, sentada en un diván con Amenoteph recostado sobre mis piernas. El joven príncipe, ajeno a la gravedad de la situación, jugaba alegremente con las ranas que saltaban a su alrededor.

-¡Mira, madre!-exclamó Amenoteph, sosteniendo una rana en sus manos-¡Esta es verde y dorada!

Intenté sonreír, pero el dolor de cabeza que me atormentaba hacía que cada sonido fuera como un martillazo en mis sienes. El constante "croac, croac" parecía haberse grabado en mi mente, y sentía que en cualquier momento mi cabeza estallaría.

Ramsés estaba sentado en una silla cercana, su mirada perdida en la distancia. El poderoso faraón parecía derrotado, hundido en sus pensamientos mientras las ranas saltaban a su alrededor, sin respeto alguno por su autoridad.

De repente, Ramsés se enderezó en su asiento, una chispa de determinación en sus ojos.

-Voy a mandar llamar a Moisés y Aarón.-anunció, su voz firme pero cansada.

Levanté la mirada, sorprendida por su declaración.

-¿Estás seguro?-pregunté, tratando de ocultar mi asombro.

Ramsés asintió lentamente.

-No veo otra salida. Esta plaga...-hizo un gesto abarcando la habitación llena de ranas-...no puede continuar. Egipto no puede soportar más de esto.

Amenoteph, ajeno a la importancia de las palabras de su padre, soltó una risita cuando una rana saltó sobre la corona de Ramsés.

-Padre, ¡parece que las ranas quieren gobernar contigo!-bromeó el joven príncipe.

Ramsés esbozó una sonrisa cansada, quitándose la rana de la cabeza.

-Tal vez tengan más éxito que yo en este momento, hijo mío.

Cuando Ramsés se levantó con determinación para llamar a Moisés y Aarón, sentí un impulso repentino de seguirlo.

Suavemente, aparté a Amenoteph de mis piernas.

-Quédate aquí, Amenoteph-le dije con firmeza.
-Esto es un asunto serio que tu padre y yo debemos atender.

Amenoteph me miró con curiosidad, pero asintió, volviendo su atención a las ranas que seguían saltando a su alrededor.

Me apresuré tras Ramsés, alcanzándolo justo cuando salía de los aposentos reales.

-Espera-le dije, tocando su brazo.-Voy contigo.

Ramsés se detuvo, mirándome con una mezcla de sorpresa y agradecimiento.

-Naliah, no es necesario que...

-Sí, lo es-le interrumpí.-Esto nos afecta a todos. Quiero estar presente cuando hables con Moisés y Aarón.

Él asintió lentamente, y juntos caminamos por los pasillos del palacio, esquivando ranas a cada paso. El croar incesante parecía intensificarse, como si las ranas supieran que algo importante estaba a punto de suceder.

Llegamos a la sala del trono, donde los guardias esperaban las órdenes de Ramsés. Antes de que diera la orden, Ramsés se volvió hacia mí.

-Naliah-dijo en voz baja-¿Estoy haciendo lo correcto?

Por un momento, vi vulnerabilidad en sus ojos, algo raro en el orgulloso faraón. Respiré hondo, consciente del peso de mis palabras.

-Es lo que debe hacerse, Ramsés-respondí.-A veces, la verdadera fuerza está en reconocer cuándo necesitamos ayuda.

𝑳𝑨𝑩𝒀𝑹𝑰𝑵𝑻𝑯-𝑴𝑶𝑰𝑺𝑬𝑺Donde viven las historias. Descúbrelo ahora