𝑐𝑎𝑝𝑖𝑡𝑢𝑙𝑜 𝑜𝑛𝑐𝑒

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Ella Se escabulló por la primera puerta que encontró.

Al girarse, reconoció el lugar, dándose cuenta de dónde estaba, hasta que su mirada se posó en el cuerpo de su tío, quien la observaba con una mezcla de curiosidad y deseo.

Los ojos de ella lentamente ascendieron hasta encontrarse con el de él, tan profundo y azul como el mar en una tormenta.

Ambos quedaron atrapados en la intensidad de la mirada del otro durante varios segundos, hasta que un golpe en la puerta los sacó de su trance.

—Lamento mucho molestarlo a estas horas de la noche, mi príncipe, pero me preguntaba si había visto a alguien pasar por el pasillo. Llevaba una gran capa negra —dijo un caballero desde el otro lado, y Aemond comprendió la situación al instante.

Al mirarla, ella negó suavemente con la cabeza, un gesto que él captó inmediatamente.

—Lo siento, no he visto a nadie.

—De acuerdo, mi príncipe —respondió el caballero antes de marcharse. Aemond volvió su mirada a ella, pero esta vez notó algo que hizo que su corazón se detuviera por un momento: estaba escurriendo sangre de su abdomen, la herida abierta y evidente.

La habitación se llenó de un silencio tenso y pesado

—¿Qué te han hecho? —murmuró Aemond, su voz apenas un susurro cargado de preocupación y furia contenida.

Ella intentó hablar, pero su fuerza la abandonaba. La sangre seguía manando, cada gota un recordatorio del peligro que la acechaba.

Ambos se quedaron mirándose fijamente por unos segundos. De repente, ella intentó dar un paso hacia él y se tambaleó.

Aemond reaccionó al instante, corriendo hacia ella. Pasó un brazo de ella por su nuca y la sostuvo firmemente, ayudándola a llegar a una silla frente a la chimenea.

Al verla sentada, vio mejor la herida en su abdomen. Sus ojos se abrieron con preocupación mientras la miraba.

—Voy a buscar a un maestre —dijo, intentando irse, pero ella tomó su mano y lo detuvo.

—No —dijo ella, negando levemente, aún agitada y adolorida.

—Tiene que coserte la herida...

—Hazlo tú —dijo ella, mirándolo con determinación.

—¿Qué? No, no sé hacerlo...

—Sí sabes. Lo estudiaste, conoces los procedimientos de memoria —ella apretó su mano con fuerza.

—Yo no... —quiso seguir hablando, pero ella lo interrumpió.

—Aemond, sé que puedes. Confío en ti —dijo, mirándolo intensamente mientras él dudaba— 𝑀𝑜𝑛𝑑...Por favor —susurró.

Él aceptó, y corrió al otro lado del cuarto para buscar todo lo necesario. Mientras tanto, ella se quitó la parte superior de su traje, quedando solo con un pequeño corsé que cubría sus pechos, el mismo que usaba para entrenar.

Aemond volvió corriendo hacia ella, se arrodilló frente a ella y la miró, su rostro lleno de preocupación y urgencia.

—Esto va a doler —dijo, mirándola a los ojos.

—No importa, hazlo —ella asintió, su abdomen subiendo y bajando por la respiración agitada.

Con sumo cuidado, Aemond comenzó a coser la herida. Cada puntada parecía una eternidad, cada movimiento suyo cargado de precisión y cuidado. La piel de ella se estremecía con cada toque, el dolor era intenso, pero ella se mantuvo firme, confiando en él.

𝐿𝑒𝑡 𝑇ℎ𝑒 𝑊𝑜𝑟𝑙𝑑 𝐵𝑢𝑟𝑛 (𝐴𝑒𝑚𝑜𝑛𝑑 𝑇𝑎𝑟𝑔𝑎𝑟𝑦𝑒𝑛)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora