𝑐𝑎𝑝𝑖𝑡𝑢𝑙𝑜 𝐷𝑖𝑒𝑠𝑖𝑜𝑐ℎ𝑜

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Narradora:

Ella comenzó a prepararse lentamente, cada movimiento calculado.
Después de ponerse su traje negro de cuero, se ató el largo cabello platino en una coleta desordenada, dejando algunos mechones ondulados sueltos. Se miró en el espejo roto, asegurándose de que no se notara lo que había pasado esa noche.

Movió el mueble de la puerta con una fuerza.

Al abrir la puerta, se encontró con Ser Harwin Strong, quien la miraba preocupado. Había estado custodiando su puerta toda la noche, como siempre, y había escuchado todo lo ocurrido. Ella no le mostró ninguna emoción. Su rostro no tenía señales de la tormenta que había vivido anoche, salvo por su mano ensangrentada y la alcoba destrozada.

-Llegó la hora, Ser Harwin- dijo ella, con una voz helada. Él nunca había visto una mirada tan oscura como la de ella en ese momento; parecía otra persona, una desconocida.

Ella comenzó a caminar hacia el frente del castillo, donde el ejército ya listo esperaba sus indicaciones, seguida por Harwin.

-Buenos días, princesa- saludó un maestre al verla llegar, haciendo una reverencia.

-Buenos días. Tráiganme a Meraxes- ordenó con frialdad. El maestre se apresuró a cumplir su orden mientras ella se quedaba mirando al ejército con una mirada siniestra.

En el palco se encontraban el rey, acompañado por dos maestres por su salud, la Mano, la reina y sus tres hijos, observándola. quienes notaron su mano ensangrentada y se tensaron, percibiendo el aura de peligro que emanaba de ella.

-Sangre roja será derramada- murmuró Haelena, perdida en sus pensamientos al verla.

-¿Qué?- preguntó Aegon, mirando a su hermana.

-No vayas. Sangre roja será derramada- repitió Haelena. Aegon miró a su hermano menor con creciente preocupación y Aemond sintió que el corazón se le salía del pecho mientras se maldecía a sí mismo por todo.

Daemon se acercó a su hija desde atrás, con su armadura puesta y una sonrisa perversa, orgulloso de la furia que veía en sus ojos.

-muestrales tu verdadero poder- le susurró Daemon, ella no respondió, pero sintió como esas palabras se clavaron en su mente.

Ella caminó hasta Meraxes, quien ya tenía el mismo tamaño que Vhagar, y se subió a su montura. Miró al ejército una vez más y asintió en dirección a su padre, autorizándolo para que los soldados comenzaran a marchar hacia los barcos.
Ella se quedó allí viéndolos alejarse, seria, hasta que llevó su mirada al palco. Allí miró al rey, observándolos uno por uno, hasta clavar su vista en Aemond, quien nunca dejó de mirarla, pero esta vez con la culpa carcomiéndolo.

Ella lo miró seria y se pegó al cuerpo de su dragón.

-soves Meraxes -ordenó en alto valyrio, en un tono suave y hostil a la vez, mientras lo miraba. Meraxes comenzó a volar como ella le ordeno y se alejó sobre el mar.

Luego de unos minutos, su padre la alcanzó en Caraxes, seguido por el ejército en los barcos.


Aemond's pov

Mientras observaban cómo se alejaban los dragones, el rey empezó a toser mucho, pues su salud era crítica. Los maestres lo llevaron a su alcoba junto con la Mano del Rey y la reina, mientras que sus hijos se fueron cada uno por su lado.

Aemond se dirigió a la alcoba de su sobrina a paso lento, como si en realidad no quisiera ver en qué condiciones estaba.

Al llegar a la puerta, la abrió suavemente, encontrándose con una realidad que lo golpeó cruelmente.

Mientras caminaba lentamente por la alcoba, cada paso resonaba en el silencio tenso. Observó el suelo, lleno de vidrios rotos, y sintió un nudo en el estómago. El espejo del tocador estaba destruido, y una pequeña mancha de sangre brillaba bajo la luz tenue.

Siguió el rastro de sangre, que serpenteaba hasta los pies de la cama, donde una mancha más grande teñía el suelo. El corazón de Aemond latía con fuerza, el temor y la culpa lo envolvían.

-Trae a las criadas -le ordenó Aemond a Ser Cole, quien estaba en la puerta cuidándolo como siempre-. Que limpien y restauren todo, que quede como nuevo -dijo con firmeza.

-Sí, mi príncipe -respondió Ser Cole, inclinándose antes de salir para cumplir la orden.

Aemond se quedó unos segundos más observando la devastación en la alcoba, para luego irse a entrenar como de costumbre. Con cada golpe y cada movimiento, intentaba desterrar las imágenes inquietantes que había presenciado. Había perdido el control, desquitando su ira en la mujer que amaba, lastimándola sin piedad.

(...)

Las semanas siguientes fueron un torbellino en la capital.

Celebraron la boda de Haelena y Aegon en una fastuosa ceremonia que se extendió por dos días, mientras lidiaban con la creciente debilidad del rey Viserys.

El consejo recibió cartas constantes de la princesa Daenerys informando sobre la situación en su situación, hasta que un día cesaron las cartas.

En ese momento, estaban inmersos luchando, también en los conflictos y desastres que se derivaban de la guerra. Nadie sabía cómo iban las cosas allí, si habían ganado o perdido, ni si la princesa había sobrevivido.

Por otro lado, las cartas que sí llegaban eran las de Dragonstone, informando sobre la salud de la princesa Rhaenyra. Tanto el rey como sus dos herederas estaban en situaciones difíciles, y eso era evidente para el consejo, aunque nadie se atrevía a debatirlo abiertamente. Nadie quería sugerir en voz alta que quizás podrían morir, especialmente delante del príncipe Aemond, ya que se trataba de su princesa.

Aemond, al principio, se encontraba estresado por ella, por su salud, por la discusión que tuvieron antes de que se marchara, y por sentirse más solo que nunca. Cada tanto, se escabullía a la alcoba de ella a través de un pasadizo, una alcoba que ya estaba como nueva gracias a él.

Solo se quedaba allí, leyendo en su cama, según él, para asegurarse de que todo estuviera en orden, pero en realidad iba porque la extrañaba.

La necesitaba.

Aun así, se mantuvo ocupado entrenando, leyendo y haciendo vuelos diarios con Vhagar sin rumbo fijo.

Poco a poco, fue recuperando su estado habitual, volviendo a ser el temido Aemond Targaryen. Aunque sin olvidarla, ya que sabía que eso era imposible.

El rey había estado debatiendo en la privacidad de su alcoba con la reina Alicent sobre el matrimonio de Aemond y Daenerys. Su deseo era finalmente unir las dos grandes familias y vivir en paz.

Al principio, la reina no estaba de acuerdo, ya que temía que ambos, con su carácter fuerte y cruel, no terminaran bien juntos. Sin embargo, poco a poco, el rey la convenció, recordándole que siempre se habían amado.

Ella lo informaría en el consejo real al día siguiente, y la boda se celebraría una semana después del regreso de la princesa para que tuviera tiempo de asimilarlo y prepararse.

A pesar de su deteriorada salud, el rey ya había empezado a organizar la boda. Tenía años esperando ver la boda de Daenerys, ya que sentía un afecto especial por ella, quien le recordaba mucho a la reina Visenya. Su nieta era la persona más fuerte que había visto en su vida.

Al día siguiente, todos estaban reunidos en el consejo.

-El rey y yo hemos tomado la decisión de unir en matrimonio a la princesa Daenerys -dijo Alicent con cierto temor.

Aemond, al oír esto, se tensó, pero mantuvo la compostura.

-¿Con quién, mi reina? -preguntó Otto, aunque sabía la respuesta.

-Con el príncipe Aemond -finalizó la oración, dejando a todos en silencio, con la vista puesta en Aemond, quien no mostraba emociones.

-Creo que es una buena idea, unir a las dos familias para dejar los problemas de lado -dijo la Mano del Rey.

-Así es, la boda se celebrará una semana después de la llegada de la princesa. Los preparativos ya están en marcha -confirmó la reina.

𝐿𝑒𝑡 𝑇ℎ𝑒 𝑊𝑜𝑟𝑙𝑑 𝐵𝑢𝑟𝑛 (𝐴𝑒𝑚𝑜𝑛𝑑 𝑇𝑎𝑟𝑔𝑎𝑟𝑦𝑒𝑛)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora