𝑐𝑎𝑝𝑖𝑡𝑢𝑙𝑜 𝑡𝑟𝑒𝑐𝑒

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Aemond la acompaño con un maestre que empezó a cocer sus heridas.

Ella no hablaba, estaba perdida en un punto fijo, el no estaba seguro de que ella estuviera sintiendo el dolor de la aguja si quiera.

Después de unos minutos, sus heridas ya estaban vendadas.

—Le recomiendo descansar y dejar el entrenamiento duro por unos días al menos —dijo el maestre, pero ella parecía estar en otro mundo.

Aemond asintió.

—Lo hará —dijo mientras la llevaba despacio a su habitación—. Ven, vamos a la cama —añadió con suavidad.

La oscuridad de la noche reinaba en el cuarto; el viento fuerte golpeaba los vidrios del balcón, y el sonido del corazón del príncipe latiendo fuerte llenaba el cruel silencio.

—Estoy bien, no tienes que cuidarme —dijo ella mientras se quitaba la primera capa del traje.

—No estoy aquí por obligación, estoy aquí porque quiero —él hablaba suave.

—Creí que me odiabas- pues ella cuando se fue, le envío cartas todos los días durante un año, pero jamás fueron respondidas por el. Hasta que poco a poco dejo de enviar cartas, empezó a creer que el la odiaba por irse sin despedirse.

—No te odio, nunca lo he hecho —admitió él, con las manos detrás de la espalda.

Ella se escondió detrás de una pequeña división en la habitación para cambiarse, mientras él observaba todo con atención. Los aposentos de la princesa estaban iluminados por la luz del fuego en la chimenea y la luz de la luna que entraba a través del gran ventanal del balcón. El ruido de la fuerte tormenta llenaba el silencio del lugar; el viento y el agua golpeaban con fuerza los cristales, y los truenos retumbaban, haciendo vibrar todo.

Aemond siempre había temido las tormentas; su hermano lo había traumatizado con el tema desde muy pequeño. De niño, siempre que había una tormenta, dormía con la princesa, y esta vez no sería la excepción.

Ella salió de detrás de la división luciendo un camisón blanco que contrastaba con la bata de seda roja atada a la cintura, acentuando aún más su figura. Se sentó frente a su espejo y empezó a deshacerse el peinado, peinando su cabello de forma suave y delicada. Aemond la observaba con una mezcla de admiración y añoranza, viéndola lucir extremadamente angelical.

—¿Dormirás con eso? —preguntó ella, mirándolo a través del espejo.

La princesa recordaba perfectamente su miedo a las tormentas y no lo iba a dejar solo esta vez. Él negó levemente y empezó a quitarse la parte superior de su vestimenta, quedando solo con un pantalón. Se dirigió a la cama y se acostó, esperándola.

Después de unos minutos, ella se unió a él, acostándose a su lado, pero se quedó mirando el techo. La tensión entre ellos era palpable, como la calma antes del siguiente trueno.

—¿Tú me odias? —preguntó él en voz baja, mirándola con una vulnerabilidad que nunca mostraba.

Ella respiró hondo, sus ojos aún fijos en el techo.

—Lo intenté por muchos años, pero nunca lo logré —dijo con sinceridad, girando la cabeza para mirarlo. Sus ojos reflejaban una mezcla de dolor y aceptación.

Un relámpago iluminó la habitación, seguido por un trueno ensordecedor que pareció sacudir los cimientos del castillo. Aemond, a pesar de su temor, se acercó más a ella, buscando consuelo en su proximidad.

—Siempre he estado aquí, 𝑀𝑜𝑛𝑑. Aunque no lo creas, nunca te dejé solo —susurró ella, acariciando suavemente su mejilla.

Aemond aún llevaba su parche puesto, pues le generaba mucha inseguridad y miedo a que la princesa lo rechazara por eso. Pero ella, con una ternura inesperada, llevó una mano a su rostro y comenzó a acariciar suavemente su mejilla, tratando de memorizar cada detalle de él. Él la miraba con inmenso amor, con una intensidad que solo la tormenta afuera podía rivalizar.

Ella acercó su mano al parche y él se tensó al instante, deteniendo su mano. La princesa lo miró profundamente, sus ojos llenos de comprensión y cariño, y le dedicó una ligera sonrisa para calmarlo. Él soltó su mano y ella pudo retirarle suavemente el parche.

Se dedicó a observar su cicatriz, mientras él mantenía el ojo cerrado. Con una mezcla de vulnerabilidad y valentía, finalmente abrió su ojo, revelando el brillante zafiro azul. Ella quedó hipnotizada por el azul de sus ojos, un rasgo que siempre había amado en él.
Había soñado con esos ojos muchas veces y era algo que extrañaba profundamente.

Daenerys sonrió al verlo y se acercó a besarlo, un beso lleno de amor, paz y deseo. Él correspondió al beso, acercándola más por la cintura. Se movió quedando sobre ella y continuaron besándose, el fuego de la pasión encendiéndose entre ellos, mientras la tormenta rugía afuera.

—Eres perfecto... No sabes cuánto he soñado con el azul de tus ojos...—dijo ella sobre sus labios, haciéndole saber que lo amaba tal como era, que amaba ese zafiro que resaltaba aún más su personalidad y belleza.

Sus palabras resonaron con una sinceridad que perforó el corazón de Aemond. Él sonrió al verla y volvió a besarla con renovada intensidad.

luego de varios minutos, Ella lo abrazó mientras él usaba su pecho como almohada. Podía sentir la tensión en el cuerpo de él, la rigidez de años de inseguridades y miedos acumulados. Sin decir nada, lo abrazó más fuerte y empezó a acariciar su cabello de forma suave, sintiendo cómo él se relajaba cada vez más ante su toque. 

La tormenta afuera seguía rugiendo, los truenos resonaban como los latidos de un corazón herido, pero dentro de la habitación, una paz inquebrantable comenzaba a asentarse.

Aemond, sintiendo la calidez del abrazo de Daenerys, comenzó a soltar las cadenas de sus miedos. La tormenta afuera ya no era solo una fuente de terror, sino un recordatorio de que, a pesar de todo, había encontrado un refugio seguro en los brazos de la mujer que lo amaba.

𝐿𝑒𝑡 𝑇ℎ𝑒 𝑊𝑜𝑟𝑙𝑑 𝐵𝑢𝑟𝑛 (𝐴𝑒𝑚𝑜𝑛𝑑 𝑇𝑎𝑟𝑔𝑎𝑟𝑦𝑒𝑛)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora