𝑐𝑎𝑝𝑖𝑡𝑢𝑙𝑜 𝑣𝑒𝑖𝑛𝑡𝑖𝑢𝑛𝑜

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Esa mañana, una tormenta devastadora azotaba la capital, con truenos ensordecedores que hacían vibrar los cristales, relámpagos que iluminaban los rincones más oscuros y una lluvia torrencial que bañaba el reino sin piedad.

La princesa Daenerys dormía profundamente, presa de pesadillas horribles que la habían atormentado durante semanas. Sus noches eran abismos de oscuridad y sus mañanas, recuerdos crueles de heridas que aún sangraban en su alma.

Aemond, su tío, había despertado hace varios minutos. El miedo que sentía hacia las tormentas era palpable, pero su atención estaba fija en su prometida, quien yacía dormida a su lado.
La sábana la cubría hasta el pecho, su largo cabello platinado y ondulado caía sobre sus hombros, y sus labios rojos parecían implorar un beso. La luz de los relámpagos violetas la iluminaba, dándole un aura casi sobrenatural.

Aunque las tormentas lo llenaban de terror, deseaba que esta no terminara jamás, solo para poder verla así, en una quietud que desafiaba la furia de los elementos.

Después de varios minutos, Aemond se levantó despacio, con movimientos calculados para no despertarla. Se puso unos pantalones y una camisa holgada de color crema, de manga larga, con una abertura en el pecho y cordones sin atar que dejaban su torso parcialmente descubierto.

Un golpe en la puerta rompió la atmósfera tensa. Aemond supuso que era una criada, ya que solo ellas visitaban la alcoba de su prometida a esas horas. Dudó en abrir, temeroso de que el ruido despertara a Daenerys, pero al ver que ella no se movía, abrió la puerta con cautela.

—A-ah, mi príncipe —dijo la criada, trabándose un poco, sorprendida de verlo allí—. Venía a vestir a la princesa para el desayuno.

Aemond la miró con una intensidad que la hizo estremecerse.

—No será necesario. La princesa y yo romperemos el ayuno aquí. Hágame el favor de traer todo lo necesario —ordenó, sin apartar la vista de ella.

Poco le importaba lo que pensara la criada o los rumores que podrían surgir; después de todo, Daenerys era su prometida, y en pocos días sería su esposa.

La criada asintió, bajando la cabeza.

—Sí, mi príncipe. Con permiso —murmuró, haciendo una reverencia antes de apresurarse a cumplir la orden.

Aemond cerró la puerta lentamente, y se quedó viendo por el ventanal La tormenta que seguía rugiendo afuera, pero dentro de la alcoba, el único sonido era el de su respiración agitada y el suave susurro de Daenerys en sus sueños inquietos.

A los pocos minutos, la puerta volvió a sonar con una urgencia inusitada. Aemond, con el ceño fruncido, fue a abrir, dejando entrar a tres criadas que traían el desayuno. Sus rostros reflejaban una tensión que no podían ocultar. Dejaron todo en la mesa de la alcoba y luego se fueron rápidamente, como si temieran quedarse más tiempo del necesario. El príncipe, al cerrar la puerta, se dirigió a la cama y se sentó en el borde, del lado de su prometida.

La miró intensamente, como si quisiera memorizar cada detalle de ella, temiendo que este momento pudiera ser uno de los últimos. Llevó su mano a la mejilla de ella y la acarició suavemente, tratando de no despertarla. Su mejilla estaba levemente rosada, cálida, y su piel, tan suave, le parecía más frágil que nunca.

Ella, aún medio dormida, tomó la mano de él y la llevó a su pecho, abrazándola, aferrándose a su brazo como si temiera perderlo.

—Ven conmigo —dijo ella con los ojos cerrados, casi en un susurro

Él sonrió levemente.

—Ya está el desayuno, cariño —dijo él con calidez.

La alcoba estaba medio oscura, pues afuera parecía de noche a pesar de ser mañana.

𝐿𝑒𝑡 𝑇ℎ𝑒 𝑊𝑜𝑟𝑙𝑑 𝐵𝑢𝑟𝑛 (𝐴𝑒𝑚𝑜𝑛𝑑 𝑇𝑎𝑟𝑔𝑎𝑟𝑦𝑒𝑛)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora