1. Me lo ha dicho el viento

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Bosco estaba recostado en su cama, pensando en todo y en nada a la vez, cuando de repente, en medio de la tranquilidad de la noche, escuchó como  Pedro Pablo tosía, seguramente tenía frío; Bosco se levantó y sigilosamente tomó una manta y se la colocó a Pedro Pablo, viendo cómo de inmediato el rizado la tomaba y se tapaba hasta que lo único que se veía de él eran sus ojos y unos rizos rebeldes que se negaban a acomodarse en la coleta que Pedro Pablo estaba utilizando.
La familia Roble llevaba unos días viviendo en la mansión debido a los millones de problemas y peligros que había ahora que Ginebra y Mauro estaban sueltos por ahí. Todos esos acontecimientos desencadenaron que los Roble se quedaran con ellos, y más específicamente, qué Bosco ahora compartiera cuarto con el menor de los Roble.
No podía mentir, si le dijeran a su yo de hace algunos meses que se encontraría velando el sueño de Pedro Pablo, probablemente le hubiera parecido una broma y una muy mala, pero definitivamente el tiempo y las experiencias compartidas habían cambiado por completo la forma en la que Bosco se sentía hacia la familia Roble, sobretodo hacia Pedro Pablo.
Bosco no estaba muy seguro de cuándo fue que sus sentimientos hacia Pedro Pablo habían cambiado; tal vez había sido en alguna de las tantas asesorias, cuando entre ecuaciones, ángulos y números, Bosco se había sentido comprendido, escuchado y validado, en lugar de sentirse tonto y poco inteligente. O tal vez había sido en aquel primer abrazo luego de ver al que, en su momento pensó, era el asesino de su madre; cuando encontró en los brazos del menor de los Roble un refugio, un oasis en medio de la tormenta de emociones negativas que tanto habían controlado su vida.
Quizá había sido cuando en medio del dolor, el sufrimiento y la sensación de vacío que sintió cuando Giovanna abusó de él, Pedro Pablo estuvo ahí, siempre cercano, siempre respetuoso, siempre leal, trasmitiéndole fortaleza y ánimo cuando sentía que su vida se acababa en todos los sentidos.
Pedro Pablo se había molestado en conocerlo, en entenderlo, en descifrarlo cual rompecabezas; y cuando uno se siente valioso, entendido, amado ¿Cómo no caer como un tonto ante esa persona?
Bosco normalmente no pensaba en la profundidad de lo que sentía hacia Pedro Pablo, simplemente sabía que el sentimiento estaba ahí, era algo tan claro e inevitable como la lluvia, el viento o el sol.
Bosco estaba casi seguro que Pedro Pablo se sentía de la misma forma que él, simplemente que con todos los acontecimientos recientes a ninguno de los dos le había parecido prudente hacer una confesión.
Había tardes, después de estudiar matemáticas, o fingir que lo hacían, en donde se sentaban juntos en el sofá y Pedro Pablo tomaba su mano y le daba suaves caricias con su pulgar; en esos momentos, Bosco sentía una sensación de completa paz, como si toda la tranquilidad que necesitara pudiera llegar a través de ese simple y tierno contacto. En otras ocasiones, paseaban por el jardín y se recostaban sobre el césped, muy juntos, tan juntos que Bosco tenía a su alcance el cabello de Pedro Pablo y se dedicaba a jugar con sus rizos con fascinación, como si a través de esos rizos y de ese contacto pudiera trasmitirle a Pedro Pablo todo el amor que sentía por él y que no se le permitía decir aún.
La mayoría de las veces esas caricias, esos abrazos y esos momentos de ternura eran perfectos para Bosco, eran todo lo que pedía y mucho más, porque a pesar de la sencillez, eran gestos que les pertenecían a ellos y solo a ellos, a nadie más. Pero últimamente...
Últimamente cuando se recostaban en el césped, o cuando Pedro Pablo lo abrazaba o lo tomaba de la mano, Bosco quería más. Le parecía tan fácil tomarlo de la nuca y atraerlo hacia si para besarlo, pero a la vez le parecía la cosa más complicada del mundo, porque a pesar de estar casi seguro de que Pedro Pablo sentía lo mismo, no sabía que haría si, por alguna razón, Pedro Pablo lo rechazaba.
Bosco negó con la cabeza cuando ese pensamiento entró a su mente.
No, era imposible: Pedro Pablo era suyo, no podía ser de otra manera, y él era de Pedro Pablo, no se le ocurría otra posibilidad que no fuera ser ellos dos, juntos, por siempre. Era el destino.
En eso, Bosco escuchó a Pedro Pablo hablar en sueños; se estaba quejando, parecía estar teniendo un mal sueño. Bosco decidió acercarse para despertarlo

Eres para mí|BospaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora