Eres para mí|Bospa

13. De hacernos los tontos

Pedro Pablo veía el mural que estaba realizando con concentración: tenía potencial, pero harían falta varios ajustes para que quedara perfecto. O al menos, perfecto a los ojos del rizado.

Llevaba trabajando en él durante una semana sin descanso: había sido su forma de canalizar sus emociones desde que Bosco le había pedido tiempo para pensar sobre el futuro de su relación.

Pedro Pablo alejó ese pensamiento de su cabeza. No podía darse el lujo de pensar en Bosco porque cada vez que lo hacía, terminaba sintiendo una opresión en el pecho tan fuerte que le impedía respirar.

Por eso había decidido poner todo su esfuerzo y todo su corazón en el mural que estaba realizando: era su Taj Mahal personal; la forma en la que Pedro Pablo había decidido canalizar su corazón roto y transformarlo en arte.

Durante esa semana, Pedro Pablo había recolectado pequeños trozos de información sobre Bosco: nada muy profundo, porque no se atrevía a preguntar mucho, además tampoco creía que Salomon fuera una fuente con mucha información- su hermano y Bosco se llevaban mucho mejor, pero no eran amigos íntimos ni mucho menos- pero al menos Salomon sabía lo suficiente para calmar la ansiedad que él rizado sentía en todo su cuerpo, una ansiedad fruto de estar separado del amor de su vida en contra de sus deseos.

Pedro Pablo sabía que Bosco se había ido a pasar unos días a casa de su abuela; al parecer el enojo de Bosco no iba solo en contra del rizado, sino también en contra de su papá, por lo que Bosco había decidido también marcar una distancia con Esteban y la solución más viable era irse a vivir un tiempo con doña Elvira, quien, irónicamente, no se había enterado de lo Giovanna en su momento porque había estado pasando unos días en la playa con Fobo; eso la convertía en la única adulta de confianza para Bosco, la única que no le había ocultado la verdad.

Pedro Pablo no tenía forma de comprobarlo, pero podía asegurar que seguramente Doña Elvira estaba furiosa con Esteban: odiaba sentirse excluida de las noticias relevantes en cuanto a sus nietos, especialmente de Bosco, quien era su favorito.

También sabía que Bosco estaba bien; continuaba con sus terapias y sus entrenamientos de esgrima y, a los ojos de Salomón, no parecía estar viviendo una crisis por el regreso de Giovanna, aunque Pedro Pablo conocía lo suficiente a Bosco como para intuir que parte de esa aparente tranquilidad era fingida y estudiada: Bosco era un experto en engañar a los demás y hacerlos creer que todo estaba bien.

Según las palabras de Salomón, saber que Giovanna por fin estaba detenida y pasaría un buen tiempo en la cárcel, parecía haber servido de catarsis para Bosco: por fin sentía que el mundo actuaba con justicia y que los malos estaban recibiendo su merecido, pero de nuevo, Pedro Pablo no se fiaba de eso; él conocía a Bosco y sabía que las cosas debían ser más complicadas que eso.

Hoy era el juicio en contra de Giovanna.

Pedro Pablo también sabía, gracias a su tía Paz, que el juicio sería sencillo y rápido: Jeronimo había confesado ser el autor intelectual del crimen y Giovanna había admitido haber sido ella la que había abusado de Bosco; también estaba el atenuante de falsear su declaración para culpar al castaño. Las versiones coincidían, por lo que el juicio de ese día era una mera formalidad, únicamente hecho para cumplir con el trámite y el protocolo correspondiente.

Su tía Paz le había dicho que Bosco no quería que fuera nadie más que su abuela y su papá al juicio, incluso ella no tenía permitido asistir por deseos de su hijastro, pero Pedro Pablo sabía leer entre líneas lo que Bosco realmente quería decir con la prohibición; no quería que Pedro Pablo fuera a aparecer en el juicio ese día.

Bueno, tal vez eso último sólo era una proyección de las inseguridades de Pedro Pablo.

Aunque se hiciera el valiente con su familia y fingiera que estaba llevando la lejanía con Bosco de una forma madura y centrada, la realidad era completamente diferente.