Cuando Pedro Pablo abrió los ojos, una parte de él pensó que todo lo que había sucedido la noche anterior con Bosco, había sido un sueño, un sensacional sueño que había terminado con la llegada de un nuevo día.
Sin embargo, cuando el castaño sintió los fuertes y familiares brazos de Bosco, uno en su cintura y el otro sobre su abdomen, y cuando pudo oler la fragancia con tonos de madera que el castaño solía usar, Pedro Pablo no tuvo más dudas: no había sido un sueño, había sido una maravillosa realidad.
Cuando se acostumbró a la luz de la habitación, se apresuró a enfocar su miraba en el rostro apacible de Bosco mientras este dormía; tenía los ojos cerrados y su cara mantenía una expresión de paz y relajación que, lamentablemente, Bosco pocas veces tenía cuando estaba despierto. Su cabello estaba desordenado, mucho más despeinado que otras mañanas en las que Pedro Pablo había dormido con el castaño; Pedro Pablo se sonrojó un poco al percatarse de que el culpable del cabello enmarañado de Bosco había sido él; probablemente se había dejado llevar de más durante la noche. Bosco estaba completamente desnudo bajo las sábanas, al igual que Pedro Pablo, pues había sido una noche bastante... cansada; ninguno de los dos había tenido energía para ponerse nuevamente la pijama; estaban tan agotados que se quedaron dormidos así.
Pedro Pablo se entretuvo viendo y admirando el rostro y cuerpo de Bosco, pensando en todo el camino que habían tenido que recorrer para llegar a ese momento; no había sido nada fácil, ambos habían tenido que superar muchos obstáculos, tanto de manera individual como en pareja: al conocerse habían tenido tantos tropiezos que provocaron tensión en su relación, tensión que se fue reduciendo conforme las asesorias de matemáticas fueron avanzando; después vino el regalo que Bosco le dio unos días antes de su cumpleaños el año pasado, regalo que Pedro Pablo había tomado en su momento como una oferta de paz, como una reconciliación.
Y todo se había ido al demonio días después, cuando él había ido a la cárcel... ese fue el peor día en la vida del rizado. Y las cosas solo fueron a peor de ahí en adelante, tanto para él como para la amistad emergente que tenía con Bosco. Al salir de la cárcel, Pedro Pablo había ido a ver a Bosco para regresarle el libro que le había prestado, con la ilusión de, tal vez, reanudar sus clases juntos; no obstante, el castaño había sido muy claro con él sobre no quererlo cerca, incluso insinuó que Pedro Pablo era un interesado que se había acercado a él solo por dinero. Después de eso, dejaron de hablarse.
Luego, sucedió lo de Giovanna, lo cual fue, lamentablemente, lo que los terminó de unir para siempre. Ambos encontraron en el otro una fuente de entendimiento mutuo; podían hablar de sus miedos, de sus inseguridades y de sus sueños juntos sabiendo que tenían un apoyo incondicional en el cual sostenerse. Y así, entre tutorías, esculturas y murales, poco a poco se fueron enamorando; primero sin darse cuenta, sutilmente; y para cuando la realidad los golpeó y se dieron cuenta de sus sentimientos, ya estaban irremediablemente enamorados el uno del otro.
Habían sido dias difíciles y noches de insomnio en donde Pedro Pablo se preguntaba si habría aunque fuera una esperanza con Bosco... aunque fuera mínima. No las tenía seguras: Bosco había cambiado mucho, pero seguían siendo de mundos muy diferentes, no sabía si Bosco alguna vez podría considerarlo algo más que un amigo. También estaba el detalle de no saber si a Bosco le gustaban los hombres igual que a él; no era un tema fácil de tocar y a Pedro Pablo le daba miedo obtener una respuesta negativa.
Luego habían llegado las tardes de coqueteos mutuos, esos donde ambos sabían que se gustaban, pero ninguno se animaba aún a romper las barreras que ellos mismos se habían impuesto con sus miedos, con sus dudas. Tardes en el jardín en donde las caricias eran lentas, inseguras, pero tan deseadas por ambos chicos; era una tortura diferente, una confirmación no dicha pero sí muy necesitada.
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Eres para mí|Bospa
FanfictionPedro Pablo Roble y Bosco Villa de Cortes están enamorados. Todos lo saben, incluso ellos mismos, pero no saben cómo confesarlo.