3. No es un buen momento

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Pedro Pablo no entendía como en 48 horas todo podía cambiar tan radicalmente.

De haber estado tomando la mano de Bosco en el jardín mientras el castaño jugaba con sus rizos y ambos intercambiaban palabras que sonaban prácticamente a una confesión mutua, ahora no podían sostenerse la mirada y evitaban estar cerca del otro.

Pedro Pablo no entendía el porqué, pero si sabía que todo se reducía a lo mismo: el rcp que Bosco le había dado para intentar reanimarlo después de que Ginebra y Mauro les tendieran una trampa a ellos junto con sus respectivos hermanos. Él y Gala habían sido los más afectados, por lo que Salomón y Bosco habían sido los que habían salvado el día dándoles reanimación boca a boca.

Cuando lo supo, Pedro Pablo no le dio gran relevancia: estaba muy agradecido con Bosco por haberlo traído de vuelta, por confirmar una vez más que siempre, siempre, sería el ancla que lo mantendría firme, seguro. Incluso sentía que el hecho de que Bosco lo hubiera salvado hacía que el inquebrantable vínculo que Pedro Pablo sentía que ya compartían, se fortaleciera aún más.

Sin embargo, cuando se lo agradeció a Bosco, notó que algo iba mal.

"No tienes nada que agradecer, cualquiera hubiera hecho lo mismo" le había respondido Bosco evitando hacer contacto visual. Y cuando Pedro Pablo le había tomado la mano para sentirse más tranquilo, más seguro y protegido como siempre se sentía cuando compartían ese simple, pero íntimo gesto, Bosco le había dado un apretón delicado, pero firme y luego lo había soltado para irse a sentar con Gala y comenzar a platicar en voz baja con ella.

Pedro Pablo no lo había entendido en ese momento y tampoco lo había reflexionado; estaba conmocionado por lo que acababa de pasar y era lógico que Bosco también se sintiera sobrepasado; al final del día, tenían 18 años, no deberían estar viviendo todas esas situaciones.

Sin embargo, cuando por la noche llegaron a la mansión de los Villa de Cortes y Bosco anunció, sin mirarlo a los ojos, que iría al cuarto de Eder a pasar la noche, aludiendo que quería estar con él en estos momentos, Pedro Pablo supo que había algo más, algo que Bosco no le estaba diciendo.

No es que dudara del cariño de Bosco hacia su hermano; él había sido testigo en primera fila de la preocupación que invadió a Bosco en los días eternos en que Eder estuvo en coma, pero había algo que no se sentía bien, que no se sentía natural y que no se sentía honesto.

Y a Pedro Pablo no le gustaba que Bosco no fuera honesto con él, porque lo hacía regresar a la época en donde ellos no se llevaban bien y todo el tiempo que pasaba con Bosco se sentía como caminar sobre una pista de hielo en donde cualquier movimiento en falso supondría quebrantar el delicado equilibrio que apenas se formaba entre ellos.

Pero la gota que derramó el vaso fue cuando al día siguiente Bosco le dijo que esa tarde no era necesario que le diera la ya acostumbrada tutoría de matemáticas; el castaño dijo le dolía la cabeza y me pidió que lo dejaran para otra ocasión; todo eso dicho sin verlo a los ojos, claro está.

Y en ese momento Pedro Pablo le dijo que no había problema, que de todas formas Bosco iba al corriente con los temas que debería estar viendo de estar asistiendo a clase y que le dejara saber cuando quería retomar las clases.

Tal vez era el estrés constante de sentirse siempre en peligro, pero Pedro Pablo comenzaba a sentirse harto de todo; estaba cansado de no sentirse dueño de su vida, cansado de que las decisiones tuvieran que ser tomadas siempre por alguien más y de sentir que su opinión o lo que él quería y necesitaba era completamente invalidado por todos.

Incluso su relación con Bosco era así; con el Villa de Cortes a veces sentía que era dar un paso adelante y luego dos hacia atrás, no sabía qué terreno estaba pisando con él.

Eres para mí|BospaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora