Para Bosco, los ojos de Pedro Pablo siempre habían sido las dos farolas que lo devolvían a tierra firme; lo guiaban, lo cuidaban y lo hacían sentirse en casa, a salvo.
Pero en ese momento, su mirada era tan luminosa, que realmente Bosco estaba teniendo problemas para apartar la vista de él; eran dos luceros que lo iluminaban todo a su paso, que brillaban con luz propia, mística, casi divina.
El brillo en los ojos de Pedro Pablo era un distractor; Bosco estaba convencido de que podría vivir toda la vida perdido en la profundidad de su mirada y habría sido una vida perfecta, bien vivida.
-Entonces, ¿qué dices?- preguntó Bosco sintiendo el peso del silencio de Pedro Pablo entre los dos después de su propuesta; solo hacía falta una palabra de dos letras para sellar entre ellos el inicio del resto de sus vidas; Bosco podía ver en los ojos de su novio la respuesta, bailando en ellos con seguridad, pero necesitaba una respuesta más clara y contundente para poder terminar, al fin, con su agonía.
Pedro Pablo sonrió; su sonrisa competía en ese momento con sus preciosos ojos pardos y Bosco ya no sabía cuál de las dos cosas lo encandilaba más; tal vez ambas.
Bosco abrió mucho los ojos en señal de sorpresa al escuchar la respuesta de Pedro Pablo.
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17 horas antes
A Pedro Pablo siempre le habían gustado los miércoles.
Le parecían fascinantes, emocionantes; eran la mitad de la semana y le daban la oportunidad de pensar, de reinventarse y de corregir todo lo que no le había gustado en la primera mitad para actuar diferente en la segunda mitad.
Pero ese miércoles en particular, Pedro Pablo se levantó muchísimo más feliz que de costumbre; tenía una sonrisa en su rostro tan grande y tan genuina que resultaba contagiosa, animaba a todos los Roble que se habían levantado igual de temprano que el rizado. Además de su sonrisa, Pedro Pablo tenía una felicidad tan desbordante que no le cabía en el pecho; sentía ganas de cantar, de bailar, de gritarle al mundo que era el hombre más afortunado del mundo; es más, era el hombre más afortunado que había pisado la faz de la tierra desde la existencia del universo.
Ese miércoles cumplía un año de relación con Bosco y Pedro Pablo no tenía duda alguna de que ese año había sido el más feliz de toda su existencia.
Con Bosco lo tenía todo: a su mejor amigo, quien lo acompañaba en todas y cada una de sus ocurrencias y con quien compartía cada una de las travesuras que a Bosco se le pasaban por la cabeza, que eran muchísimas, si Pedro Pablo era honesto.
Tenía también a su novio; amoroso, romántico, tierno, quien volvía de cada momento, en apariencia pequeño, lo más simbólico y significativo de toda su vida. Con Bosco a su lado no importaba si iban al restaurante más elegante en la ciudad o si compartían un baile en pijama en la recámara del castaño; cada momento era una nueva aventura, un suspiro robado al tiempo que ambos atesoraban en sus corazones con el mismo valor porque cada momento compartido tenía el mismo significado.
Con Bosco tenía al mejor amante del mundo, no solamente en el sentido del placer físico el cual, en opinión de Pedro Pablo, era completamente alucinante e inmejorable. Bosco era un amante atento, gentil; sabía escucharlo a través de los suspiros que Pedro Pablo emitía, a través de sus gemidos y de sus gestos; Bosco jamas pensaba únicamente en su propio placer, sino que hacía la experiencia un momento de intimidad en donde los dos no solamente llegaban al orgasmo; juntos llegaban al paraíso siendo uno solo; una sola alma, un solo ser, las dos piezas de un todo que a través de esa unión física, por fin se sentía completo.
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Eres para mí|Bospa
FanfictionPedro Pablo Roble y Bosco Villa de Cortes están enamorados. Todos lo saben, incluso ellos mismos, pero no saben cómo confesarlo.