7. Tu voz llamándome

403 43 32
                                    

-No, no quiero que vengas. Tú no- dijo Bosco viendo fijamente a los ojos a Pedro Pablo.

-Bosco, sé que las cosas entre nosotros están algo... tensas, pero necesito ir contigo, necesito estar ahí para poder estar seguro de que estás bien- respondió suplicante el rizado.

-Pedro Pablo, si tú estás ahí, yo no voy a poder hacer lo que tengo que hacer. Voy al funeral de mi papá, tengo que fingir que está muerto, recordar todo lo que viví en el velorio de mi madre de la manera más tétrica posible. Puedo hacer todo eso sin problema, porque sé que es mentira, pero si tú estás ahí no me voy a poder concentrar; voy a estar pensando todo el tiempo en que no estás seguro, en que algo te podría pasar y que sería por estar conmigo. Así que por favor, si alguna vez te importe, aunque sea un poco, dame la tranquilidad de saber que, pase lo que pase en ese funeral, tú estás bien- le dijo Bosco en un tono serio; se sentía lastimado por el rizado, pero ni con el corazón roto se permitiría exponer a Pedro Pablo a ningún peligro si estaba en sus manos evitarlo. El accidente que sufrieron en el coche aún estaba fresco en su memoria.

Pedro Pablo escuchó lo que Bosco le dijo sintiendo como su corazón se iba aplastando con cada una de las palabras del castaño.

Habían pasado casi siete días desde la noche.

Así era como Pedro Pablo llamaba a la mejor noche de su vida, simplemente, como la noche.

Esa noche Bosco lo había besado, se habían entregado a un momento en donde simplemente cedieron el mando de las cosas a su parte más primitiva, esa parte de ellos que no tenía interés en ir con cuidado, en ir con calma o en ir despacio. Esa parte de ellos mucho más inteligente y mucho más sensata que los había llevado a experimentar por primera vez lo que se sentía mostrar todo el amor que sentían de una manera más... íntima.

Después, la luz se había ido, ellos habían convivido con sus familias, pero Pedro Pablo sabía que, al momento de volver a dormir, había cometido un error, y un error de los gordos: no había vuelto con Bosco  esa noche.

Y no había regresado a la recámara que compartía con Bosco por una simple y sencilla razón: no confiaba en él mismo para estar a solas con el castaño sin cometer una locura.

Con solo recordar esa noche, Pedro Pablo sentía las mejillas sonrojadas, el corazón bombeando a mil por hora y otras cosas en las que prefería no pensar en momentos como este.

Pedro Pablo había decidido dormir solo esa noche en la sala para poder reflexionar y encontrar las palabras correctas para decirle a Bosco al día siguiente.

Quería que Bosco realmente entendiera sus sentimientos por él: para el rizado, era fundamental que Bosco supiera que lo que había pasado no era algo fortuito fruto del calor del momento y de las hormonas propias de su edad; no quería que Bosco pensara que los besos habían sido para él un desahogo o algo momentáneo que simplemente pasó y Pedro Pablo decidió aprovechar.

Para el rizado era esencial que Bosco se sintiera cómodo, respetado, que supiera que a su lado siempre estaría seguro, tanto en alma como en cuerpo.

Quería encontrar las palabras exactas para poder expresar el intenso amor que Bosco provocaba en él.

Que Bosco supiera que cada vez que Pedro Pablo lo veía, se sentía enormemente afortunado; que para Pedro Pablo no había nada más valioso que el tiempo que pasaba con el castaño y que se sentía el hombres más feliz del mundo por todo lo que Bosco provocaba en él simplemente por estar a su lado, por corresponderle.

Así que Pedro Pablo había decidido esperar al día siguiente para hablar con Bosco con toda la calma del mundo, seguro de las palabras que le diría y ansioso por las posibilidades que esa conversación probablemente les abriría.

Eres para mí|BospaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora