9. Pierdo la paciencia

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Gala había estado observando a su hermano Bosco con mucha atención desde el día del funeral falso de su papá. Ese día algo había pasado con Bosco, algo que tenía a su hermano en la cocina de su casa preparando hot cakes mientras silbaba.

Cocinar el desayuno no era algo extraño en principio para una persona normal, pero ver a Bosco cocinando; a Bosco, que sería capaz de contratar a alguien únicamente para que le abrochara las agujetas de los tenis; si era para estar alerta.

En definitiva algo había pasado: Gala no sabía qué era, pero estaba completamente segura que ese algo se relacionaba enteramente con Pepa; los dos se la pasaban encerrados a solas en la recámara estudiando matemáticas la mitad del día, y cuando convivían con los demás, su interacción era... curiosa.

Hablaban con ellos; con ella y con Salo, también hablaban con los niños y Pepa seguía dandole clases a los más pequeños mientras que Bosco practicaba esgrima. Cuando había convivencias familiares, no siempre se sentaban juntos: a veces Pepa se iba con su mamá y Nandy y Bosco se quedaba con ella o con su papá.

Pero incluso cuando no estaban juntos conviviendo, ambos parecían encontrar la forma de seguir gravitando en el mismo espacio, en el mismo aire. A veces Gala los sorprendía viéndose desde lejos, con una mirada que indicaba que ambos compartían un secreto, una travesura, algo que solo les pertenecía a ellos dos. En otras ocasiones, Gala notaba a Bosco mirando a Pepa como si el hermano de Salo fuera el responsable directo de que el sol saliera por la mañana todos los días. Y también había ocasiones en las que Gala observaba a Pepa sonriendo ante las excéntricas opiniones de su hermano de una forma que la hacía pensar que para Pepa no había nada, absolutamente nada, más valioso que cualquier cosa que proviniera de la mente y el corazón de Bosco.

Para Gala, Bosco era el imán y Pepa era el metal: siempre parecían estar atraídos el uno por el otro.

Salo y ella no eran tontos: sabían que entre sus hermanos se estaba cocinando un romance, pero ninguno sabía exactamente en qué punto del camino se encontraban sus hermanos; no sabían si seguían siendo solo amigos o si eran algo más; de hecho, Gala ni siquiera sabía si su obtuso hermano ya se había dado cuenta de que Pepa le gustaba. Así de distraído podía ser Bosco: terco como él solo.

Gala se moría de ganas de preguntarle a su hermano sobre lo que estaba pasando entre él y Pepa, pero no quería asustarlo: Bosco apenas estaba empezando a ser más abierto con sus sentimientos, no quería ser inoportuna y asustarlo; con Bosco uno se tenía que ir despacio, evitando hacer movimientos bruscos para no espantarlo.

Salo era harina de otro costal.

Gala sabía que Salomón solamente se contenía de hablar con Pepa sobre su relación con Bosco porque ella se lo había pedido: hablar con Pepa era lo mismo que hablar con Bosco; Gala sabía que para Pepa jamás habría algo más importante que ser honesto con Bosco, así que si Salomón lo confrontaba, Pepa iría corriendo a contarle todo a Bosco, porque así funcionaban ellos; su relación se había construido enteramente de confianza, incluso cuando se llevaban mal, así que intentar que se ocultaran cosas era una causa pérdida.

Pero desde que Pepa había salido del closet con Salomón, el mayor de los Roble había estado esperando el inevitable momento en el que su hermanito anunciara su noviazgo con Bosco.

Al principio no le había hecho mucha ilusión: a Salo no le caía mal Bosco, con todo y lo peculiar que podía ser, pero le preocupaba un poco todo el equipaje emocional que Bosco iba cargando con él; sabía que no era culpa de Bosco haber sufrido y vivido las cosas que había tenido que vivir, pero Salomón pensaba que Pepa ya tenía suficiente peso sobre sus hombros como para añadir más carga sobre ellos.

Eres para mí|BospaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora