Por la mañana, cuando Bosco abría los ojos y caía en cuenta que estaba iniciando un nuevo día, el castaño tenía que pellizcarse suavemente uno de sus brazos para poder creer que, efectivamente, no estaba soñando: él y Pedro Pablo estaban comprometidos.
Durante mucho tiempo Bosco ya se había percatado que, cuando despertaba, la realidad se había vuelto mucho más satisfactoria que cualquier sueño: desde que Pedro Pablo había llegado a su vida, Bosco ya no se tenía que refugiar en los sueños para ser feliz; el rizado le daba todo lo que él pudiera soñar y mucho, mucho más.
Sin embargo, desde el día en que ambos se propusieron matrimonio en aquel rincón tan intimo y significativo que compartían en el barrio, Bosco apenas y podía conciliar el sueño; se pasaba horas despierto dando vueltas sobre su cama, imaginando todos los posibles escenarios en los que sucedería su boda con Pedro Pablo; Bosco ahora soñaba despierto, porque su realidad le daba todo lo que él siempre había necesitado.
No obstante, habían ciertos cabos sueltos dentro de las fantasías casi perfectas de Bosco; cabos que hacían tambalear un poco la irrefrenable felicidad que Bosco sentía cuando pensaba en su boda con Pedro Pablo.
Uno de esos cabos sueltos era el hecho de que nadie, ni siquiera su familia, sabía aún sobre su compromiso. Y la razón por la que nadie lo sabía aún, era bastante simple; no habían fijado un plazo determinado en el cual se casarían. De ser elección de Bosco, el rizado habría sido su esposo un día después de pedirse matrimonio; Bosco no tenía ninguna duda sobre la profundidad de sus sentimientos ni sobre su capacidad para establecer un compromiso tan serio para toda la vida con Pedro Pablo; sin embargo, el rizado no parecía opinar lo mismo.
Claramente, Bosco no dudaba de que Pedro Pablo lo amara con todo su corazón, por esta y por todas las vidas posibles; pero Pedro Pablo siempre había sido el más lógico, el más racional de los dos; a pesar de ser un sentimental sin remedio, a la hora de tomar una decisión, el rizado jamás se lanzaba al vacío sin pensar en todas las posibilidades que tendría realizar el salto; Pedro Pablo siempre había sido así, por lo que Bosco no se sorprendía del tiempo que le estaba tomando a su prometido decidir cuánto tiempo esperarían para unir sus vidas para siempre.
Sin embargo, que lo entendiera, no significaba que a Bosco no le doliera un poco sentir que Pedro Pablo dudaba, aunque fuera en lo mínimo, de la decisión que ambos habían tomado.
Bosco sabía que la principal trastabilla para Pedro Pablo era el tema de la universidad. El rizado le había comentado, sin hablar explícitamente del compromiso, que entrar a la universidad implicaba mucho esfuerzo, mucho trabajo, y que, probablemente, no era el escenario ideal para independizarse por completo de sus padres si podían evitarlo, lo cual, sin duda alguna, se traducía a que Pedro Pablo dudaba un poco de qué Bosco pudiera sobrevivir a tener que estudiar y trabajar al mismo tiempo si se casaban e irremediablemente, dejaba de recibir la mensualidad que su papá y su abuela depositaban cada vez en sus cuentas bancarias.
Bosco no era tonto, él había entendido, desde mucho antes de si quiera comprar el anillo de compromiso para Pedro Pablo, que casarse con su novio implicaría tener que enfrentar la vida únicamente con las armas que él y Pedro Pablo pudieran tener; entendía que sus familias, aunque siempre estarían a su lado por cualquier inconveniente, dejarían de ser su sostén económico, pues de eso se trataba el matrimonio, de enfrentar y compartir la vida juntos, viniera lo que viniera.
¿Bosco estaba acostumbrado a un nivel de vida cómodo y sin ninguna preocupación? Si, por supuesto, ¿Bosco tiraría a la basura su futuro matrimonio con Pedro Pablo únicamente porque ahora tendría dinero para un solo tipo de shampoo en lugar de los quince que normalmente tenía en reserva? Por supuesto que no.
ESTÁS LEYENDO
Eres para mí|Bospa
أدب الهواةPedro Pablo Roble y Bosco Villa de Cortes están enamorados. Todos lo saben, incluso ellos mismos, pero no saben cómo confesarlo.