"Me da igual lo que pienses, ni siquiera eres mi papá, ¡ninguno de los dos es mi papá!".
Las palabras de Gael perforaban su mente como si de un taladro se trataran: nunca pensó que su hijo, aquel dulce y sensible niño que llegó a revolucionar sus vidas hace casi diez años, alguna vez fuera capaz de decirles palabras tan duras, tan hirientes.
Gael había llegado a sus vidas hace diez años de manera accidental, como si el destino hubiera hecho todo lo que estuvo en sus manos para que aquel pequeño de cabello cobrizo y un rostro cubierto por pecas terminara siendo el complemente ideal que su familia necesitaba.
Tanto Bosco como Pedro Pablo habían tomado la decisión de extender su familia y adoptar a un pequeño; ambos habían pensado mucho en dicha opción y habían decidido que los dos, a sus casi treinta años cumplidos, estaban listos para asumir la responsabilidad de amar y criar a un hijo, de guiarlo a través de este camino difícil y enredado llamado vida.
Nunca habían hablado abiertamente del tema, pero siempre había quedado sobre entendido que, en caso de adoptar, adoptarían a un bebé, a un niño lo más pequeño posible; siempre había parecido lo más lógico del mundo adoptar a alguien pequeño para educarlo, criarlo y brindarle todo su amor desde siempre, intentando que todos los recuerdos de su hijo fueran buenos, fueran con ellos dos como sus padres.
Sin embargo, desde el primer momento en el que vieron a Gael, Bosco y Pedro Pablo supieron que aquel chiquillo de mirada traviesa y sonrisa pícara, era el hijo que la vida les había mandado solo para ellos; pocas veces Pedro Pablo había sentido tal ternura hacia una persona que no era parte de su familia, deseando llenar de cariño y de mimos a ese pequeño pecoso que había golpeado a Bosco con una gastada pelota de fútbol.
Por otro lado, Bosco, siempre tan desconfiado, tan reservado, había quedado encantado con Gael desde que el chiquillo se había acercado corriendo hacia él con algo de temor en su mirada y culpa en su expresión luego de haberlo golpeado, sin querer, mientras jugaba; Bosco había decidido en ese momento que, mientras él viviera, Gael jamás tendría esa expresión de miedo en su vida.
El proceso de adopción fue desgastante y bastante largo, tardaron casi un año en concluir los trámites para poder llamar a Gael, de forma oficial, su hijo: Gael Emiliano Villa de Cortes Roble. Aquella primera noche en la que cenaron pizza de peperoni con Gael, mientras el pequeño veía el apartamento con curiosidad, con asombro, fue una de las mejores noches en la vida de Bosco y Pedro Pablo; Gael había llegado a su vida para cambiarlo todo, para hacerlos ir un paso más allá en su relación.Desde el día uno Gael pareció encajar a la perfección en la familia; era tan alegre y vivaracho como todos los Roble, siempre corriendo de un lado a otro haciéndole bromas a los demás, riéndose de todo con una facilidad que Bosco encontraba extraordinaria; por otro lado, Gael era terco, decidido; cuando se proponía algo no había poder humano en el mundo que lo hiciera desistir de su objetivo; había encontrado, desde la primera semana en casa de Bosco y Pedro Pablo, una gran pasión por el esgrima, justo como Bosco, lo que hacía que su padre se sintiera profundamente orgulloso al notar que su hijo lo admiraba lo suficiente como para intentar seguir sus pasos en el deporte.
Por muchos años, todo fue paz y armonía en el hogar de Bosco y Pedro Pablo, todo, hasta que Gael llegó a la adolescencia. El día en que Gael cumplió catorce años, el chico hizo un berrinche cuando sus padres, de forma completamente razonable, le dijeron que no era posible que lo dejaran organizar una fiesta en casa sin supervisión adulta; Bosco le dijo a su hijo que podía invitar a cuantos amigos quisiera, pero que él y Pedro Pablo estarían en casa supervisando todo lo que ocurriera; Gael hizo tal escándalo que Berenice, de seis años, se asustó y se fue llorando a su habitación al escuchar los gritos que Pedro Pablo y Gael se pegaron hasta el cansancio.
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Eres para mí|Bospa
FanficPedro Pablo Roble y Bosco Villa de Cortes están enamorados. Todos lo saben, incluso ellos mismos, pero no saben cómo confesarlo.